Capítulo 46:

“¡Claro! ¿Por qué no me sorprende que me recuerdes así?”, dijo con una sonrisa divertida y le ofreció su mano.

“Me llamo Marco”.

“Yo soy Frida.”

De pronto lo vio con desconfianza.

“¿Qué haces aquí?”.

“Vine a hablar con el Señor Tiziano Sorrentino sobre unos negocios…”.

“¿Marco?”, preguntó Tiziano en la puerta, viendo la interacción entre ambos con desaprobación.

Marco le guiñó un ojo a Frida antes de andar hacia Tiziano, dejándola desconcertada y con el pañuelo aún en la mano.

Alguien tocó delicadamente la puerta del despacho de Román y en cuanto este levantó la mirada se encontró con la representante del banco nacional.

“Celia, ¿no te parece muy noche para venir a buscarme?”, preguntó Román.

“Apenas pude salir de la oficina”, dijo Celia con una sonrisa coqueta.

“Como bien pediste, las negociaciones con Sorrentino para un préstamo se han cancelado. Estás dejando a ese hombre sin recursos”.

Dejó sobre el escritorio un folder lleno de documentos.

“Se dice que tienes problemas con su hija”.

“No tengo problemas con mi esposa”.

“Pues… se corre el rumor de que regresó a casa de su padre. ¿Es cierto?”.

Román apretó los dientes y la vio con odio.

“Solo digo lo que dicen, no te enojes conmigo. ¿No somos muy buenos amigos?”.

Se sentó sobre el escritorio, con las piernas cruzadas cerca de las manos de Román.

“¡Señorita Frida!”, exclamó Lorena emocionada y la abrazó.

“¡Qué bueno tenerla de regreso!”.

Frida lloró feliz, se sentía en casa y estrechó a la criada con gusto.

Tal y como lo hizo cuando era niña, salió por la ventana de su cuarto, se enganchó al viejo árbol y cuando sus pies tocaron el suelo, con sigilo, escapó de la propiedad y comenzó a correr hasta llegar a donde su corazón le dictaba.

“¿Está Román?”, preguntó con temor.

“¡Sí! ¡En su despacho!”.

Lorena la tomó de la mano con intención de llevarla hasta ahí, pero Frida se detuvo.

“No debería de estar aquí, si mi padre se entera se volverá loco”, dijo en voz baja llena de miedo.

“¿Sabes si Román…?”.

“El Señor Gibrand ha estado muy deprimido desde que usted se fue. No ha dormido bien, se la pasa deambulando por las noches y trabaja sin parar. Si me lo pregunta, creo que la extraña mucho”.

“¡Vamos, Román! No me gusta verte así. Recuerda que somos muy buenos amigos y me puedes decir lo que sea”, dijo Celia con actitud infantil y acarició la mejilla de Román.

“¿Hace cuánto que no eres consolado por el calor de un cuerpo femenino?”.

“Celia, no estoy de humor, además… soy un hombre casado”.

“Román… solo dame una oportunidad. Se nota que no la estás pasando bien”.

Por un momento Román se sintió vulnerable y destrozado.

“Déjame darle un poco de calidez a tu corazón”, dijo Celia acariciando el pecho de Román y se sentó en sus piernas.

“Mi pecho está vacío… mi corazón se ha ido con ella.”

Levantó el rostro hacia Celia y se perdió en sus ojos azules.

De pronto sus labios se posaron sobre los suyos y su perfume se apoderó de su nariz, pero no se sentía igual, no era la boca que él deseaba besar y con cada segundo se sentía cada vez más vacío y desesperado. El beso solo había sido una momentánea presión que él no tardó en rechazar.

Desvió la mirada hacia la puerta del despacho y su alma se retorció de dolor. Frida había entrado sin tocar. Había llegado tarde para escuchar el dolor de Román, pero justo a tiempo para ver ese beso.

De pronto se sintió insignificante comparada con la mujer en las piernas de Román. No se creía tan bella ni refinada, no había forma de competir.

“Mi mala maña de no tocar…”, dijo Frida y se le quebró la voz.

“Perdón… no sé qué hago aquí…”

Dio media vuelta, ocultando su rostro pálido. Necesitaba salir de ahí, pues no quería romper a llorar frente a él. Si Román podía seguir adelante con su vida, ¿por qué ella no?

“¡Frida!”, exclamó Román con desesperación y se levantó de su asiento, tirando al suelo a Celia, dispuesto a perseguir a su esposa.

Frida salió limpiándose las lágrimas. La mirada atónita de los sirvientes que aún estaban despiertos la hicieron sentir incómoda. Cuando iba abrir la puerta, Román tomó su mano y tiró de ella, envolviéndola entre sus brazos.

“No te dejaré ir…”, dijo en su oído y cerró los ojos con desesperación.

“¡Suéltame! ¡No me toques!”, gritó Frida envuelta en llanto

“¡Déjame en paz!”.

“Nunca…”, respondió Román y la obligó a levantar la mirada. Quería ver su rostro, quería perderse en sus ojos.

“¿Me escuchaste, Frida? ¡Nunca!”.

“Ya no te creo…”.

Apretó los labios y se sintió desesperada por no poder dejar de llorar.

“Esto es un error, no tuve que venir. Era obvio lo que iba a encontrar”.

“Frida… cállate, solo cállate…”

La estrechaba cada vez con más fuerza, con miedo de que se fuera. Pegó su frente a la sien de su esposa mientras la aprisionaba contra la pared.

Su cercanía era embriagante, Frida se derretía entre sus brazos, se aferraba a su camisa mientras las lágrimas caían por su rostro. Cuando estaba a punto de rendirse, vio a Celia salir del despacho mientras se arreglaba la ropa.

Con una fuerza que nunca creyó tener, empujó a Román y lo vio con odio mientras el pecho le ardía.

“Ya no, Román… ya no…”.

Se sacó el anillo y se lo arrojó antes de salir corriendo de la casa. Román lo atrapó con dificultad y cuando levantó la mirada vio la silueta de Frida corriendo por el jardín, directo a la calle.

“¡Frida!”, gritó lleno de coraje y trotó, pero sabía que no la iba a atrapar tan fácil así que decidió ir directo a su Bentley.

La encontraría y la encerraría en la propiedad si era necesario.

“¿Estás seguro de que Román no me rechazará?”.

Había preguntado Celia aún en la oficina. Siempre había tenido intenciones de acercarse a Román, era un hombre atractivo y poderoso, pero también complicado.

“Confía en mí. Está herido… aceptará cualquier caricia”, dijo Marco viendo por la ventana de la oficina.

“¿No estaba casado?”.

“Se está separando. Piénsalo, podrías ser la siguiente Señora Gibrand”.

“Bien… haré mi mejor intento…”.

De pronto le llegó un mensaje a Marco; ‘Escapó de la casa’. Su sonrisa se hizo más grande.

“Necesito que vayas en este momento con Román”.

“¿Ahora? ¿No puede esperar a mañana?”.

“No si quieres que su esposa se aleje definitivamente de él”.

“¿Cómo estás seguro de que irá directo a verlo?”.

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