La divina obsesión del CEO -
Capítulo 45
Capítulo 45:
Intentó respirar y se acercó un par de pasos.
“Los motivos por los cuales me voy están en tu cajón y si aún te quedan dudas, pregúntale a July y a tu prima Sarah”.
“¿Sarah? Ni siquiera la conoces…”, dijo Román desconcertado.
“¡Vaya que la conozco! ¡Ella fue la desgraciada que me recomendó venir a esta maldita mansión a pedir trabajo! ¿Me dirás que no estás enterado? ¡¿Nadie te dijo que tenías que usarme para chantajear a mi padre o eso salió de ti por iniciativa propia?!”.
“Frida… ya me cansé de secretos, ya me cansé de ser un medio para un fin, ya me cansé de que cada vez que dices quererme a tu lado, descubra que no significo nada para ti, que solo me ves como un juguete. Yo también tengo dignidad”
Se acercó furiosa, a punto de sacarse el anillo que le había dado.
“No te atrevas a hacerlo”, sentenció Román viéndola directo a los ojos. Estaba furioso.
“No te atrevas a quitarte ese anillo… y mucho menos a entregármelo, ¿entendiste?”.
Frida se sintió intimidada y retrocedió, dejando el anillo en su dedo.
“Adiós, Román…”, dijo con el corazón partido antes de entrar al auto.
Sentada del otro lado del escritorio, Frida veía a su padre absorto en los documentos ante él. Tiziano había escuchado de boca de Hugo todo lo ocurrido, mientras Frida parecía alma en pena, con las viejas heridas ardiéndole.
“¿Qué esperas que haga?”, preguntó Tiziano sin levantar la mirada.
“Solo… déjame pasar la noche… mañana me iré y buscaré donde quedarme”.
“Tienes dos hijas, Frida…”.
“Papá…”.
Tiziano golpeó el escritorio, interrumpiéndola, y por fin levantó la mirada.
“Frida, entenderás que me es difícil confiar en que no regresarás a él.”
Se colocó detrás de ella y posó ambas manos en sus hombros.
“Pero te voy a ayudar…”.
“Me comprometo a cuidar de ti y de las niñas, a ellas no les faltará absolutamente nada… pero habrá reglas si quieres que esto funcione”.
“¿Qué reglas?”, preguntó Frida.
“Tienes prohibido volver a hablar con Román Gibrand… además, firmarás un contrato donde te comprometerás a no decir ningún detalle vergonzoso de tu infancia. En caso de no obedecer, hasta ahí habrá llegado mi benevolencia. Lo perderás todo, incluso a tus hijas”.
“¿Cómo puedes amenazarme de esa forma?”, preguntó Frida decepcionada.
“Has demostrado tener una vida desordenada. No me das confianza. Incluso temo por ti misma. Tus decisiones han sido tan tontas que me sorprende que sigas viva”
Rodeó el escritorio y se volvió a sentar ante sus papeles.
“Es lo que te pido por seguridad, comodidad y dinero… ¿Quieres recobrar quien fuiste antes de huir de la casa y que tus hijas lo tengan todo? Solo acepta el trato”.
En ese momento Frida se dio cuenta que su padre era igual o peor de controlador que Román.
“Bien… acepto tus condiciones”.
“¿Dónde está papito?”, preguntó Cari levantando sus enormes ojos hacia Frida.
“Pasaremos unos días aquí… papito está ocupado”.
“¿Podrías dejar de mentir?”, preguntó Emma con los ojos llenos de lágrimas.
“No volveremos a ver a Román, ¿verdad?”.
“Lo volverán a ver, pero… después de un tiempo, cuando se arreglen ciertas cosas”.
“¿Se van a separar?”.
“Ya nos separamos…”.
“¡Te odio!”, exclamó la niña devastada.
“¡¿Por qué lo echaste a perder?!”.
Sus gritos hicieron llorar a Carina.
“Emma… cálmate… eres muy joven para entenderlo”.
“¡Ya no soy una niña!”, agregó dejando caer pesadas lágrimas por sus mejillas.
“¡Román nos amaba y tú lo heriste! ¡¿Por qué tienes que arruinarlo todo?!”.
Frida se quedó congelada sintiendo cada palabra caer sobre su corazón como una roca.
“Te odio…”, agregó Emma antes de salir corriendo de la habitación.
Román escuchaba la grabación una y otra vez. Los pedazos de la prueba de ADN descansaban a sus pies y nunca se había sentido tan herido y traicionado. La puerta de la habitación se abrió, era July.
“Esa mujer no tenía derecho a llevarse todo lo que le diste, es una hambreada”, dijo resoplando, paseando su mirada en la que creía que sería su nueva alcoba.
“¿Por qué lo hiciste? ¿Por celos?”, preguntó Román sin levantar la mirada.
“Román, algún día me lo vas a agradecer…”.
“¿En verdad estás consciente de lo que hiciste?”.
Se puso de pie. La negrura de sus ojos intimidó a July, parecía que el infierno palpitaba dentro de sus pupilas.
“Espera… recuerda que…”.
La tomó del cuello y la puso contra la pared. Su mano comenzó a cerrarse mientras su corazón exigía venganza.
“¡Me… lastimas!”, exclamó July pataleando, mientras los dedos de Román se encajaban con más fuerza.
De pronto la arrojó hacia la cama y cerró la puerta de golpe. July no saldría de la habitación hasta que le contara todo.
“¡No te atrevas a herirme! ¡Te acusaré con la policía!”.
“¿Crees que te daré la oportunidad de que lo hagas?”, preguntó Román con una sonrisa sádica.
Alguien tenía que pagar por lo ocurrido y esa era July.
“Dirás todo lo que pasó, no me mentirás y no omitirás nada… porque si lo haces, me enojaré más y no habrá forma de poderte ayudar”.
“Román… ¿Quién eres? ¿Por qué te comportas así?”.
“July, creo que te has equivocado. ¡Siempre he sido así!”, exclamó sacándose el cinturón, dispuesto a usarlo contra ella.
“Cuando regresaste a esta casa, conociste al hombre dócil que solo quería el amor de Frida, pero… ¿Adivina, qué? Frida se fue… tú la corriste y con ella toda mi paciencia y benevolencia. Haré lo que tenga que hacer para recuperarla y castigaré a quien tenga que castigar”.
Esa noche July no salió de la habitación de Román y los gritos se apoderaron de la mansión. Al final, Román fue directo a su despacho, no tenía sueño y quería distraerse con el trabajo. Debía de pensar en cómo llegar a Frida y arreglar todo, mientras July permanecía en un rincón, abrazándose a sí misma y llorando desconsolada.
Frida había cortado un par de flores del jardín para adornar el cuarto de las niñas y llenarlo de color.
Cuando giró dispuesta a encaminarse hacia el interior de la casa, chocó con alguien. Antes de caer de espaldas, un par de manos fuertes la tomaron de los brazos, deteniéndola.
“Nos volvemos a encontrar”, dijo el hombre frente a ella.
Frida alzó su mano hacia esos ojos negros que le recordaban tanto a Román y pudo imaginarse que era él, que había regresado para arreglar las cosas, pero solo le bastó parpadear un par de veces para darse cuenta que era el hombre que conoció en la playa.
“¿Estás bien?”, preguntó Marco aparentando preocupación.
“Sí, perdón”, dijo Frida alejándose de él y limpiándose el rostro.
“El mundo es muy pequeño”.
Acercó un pañuelo hacia Frida y le sonrió con benevolencia.
“¿Aún me recuerdas?”.
“El hombre odioso del club”, respondió Frida mientras recogía sus lágrimas con el suave pañuelo impregnado con la loción de Marco.
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar