Capítulo 43:

“Ya no hay nada que nos una”, dijo Frida.

Con cada palabra se sentía más miserable.

“¿Nada? ¿Estás segura de eso?”.

Román se plantó frente a ella y tomó la mano adornada por ese anillo letal.

“Solo las niñas… supongo que empezará la pelea por la custodia”.

Intentó sonreír, pero estaba aterrada.

Román se sacó el anillo de su dedo y Frida creyó que era para terminar formalmente con su unión, pero lo encimó en el suyo y al girarlo, las púas se retrajeron y pudo sacar el anillo sin herirla.

“Quiero hacer las cosas bien…”, dijo Román para sí mismo. Retiró el anillo de compromiso que había sido de su madre y el dedo desnudo le causó tristeza a Frida.

Un anillo nuevo, con un pequeño zafiro en el centro, brilló con fuerza. Para Román era tan hermoso como ver a los ojos a Frida.

“Mi madre solo quería escapar del temperamento agresivo de mi padre. Salieron en carros diferentes y… ninguno de los dos regresó…”.

Frida se quedó en silencio, sorprendida, Román nunca había hablado de la muerte de sus padres.

“Fue la sensación más solitaria que he sufrido y la volví a sufrir cuando te fuiste ese día con mi dinero y mi corazón”, agregó Román levantando la mirada hacia Frida que estaba completamente pasmada.

“Te odiaba por abandonarme, no por robarme. Fue una condena cruel ver la cama y preguntar dónde estabas. No sabía si te quería matar o te extrañaba. Nunca me había sentido de esa forma”.

“Román…”.

“Nunca he sido bueno con esto del amor, Frida, nunca me he interesado por otra persona que no sea yo, pero… ahora hay tres personas que me importan más de lo que jamás creí, ahora sé que soy capaz de dar mi vida por ellas. Por mis mujeres”.

Sin darse cuenta, Frida estaba llorando y sus labios temblaban.

“Quiero que te quedes a mi lado, sin contrato, sin un acuerdo, solo porque quieres hacerlo, porque quieres quedarte…”.

Tomó la mano de Frida y se la puso en el pecho.

“Todo lo que tengo será tuyo, no sé qué más ofrecerte ni que otra cosa decirte para convencerte”.

“Solo quiero esto”, dijo Frida mientras su mano se colocaba encima del corazón de Román”

“No me importa lo demás, solo esto”.

“Desde hace mucho que te pertenece, Frida”, respondió Román acariciando su mejilla.

Era un hombre necesitado de su amor, ansioso por entregar su corazón. Se inclinó hacia su esposa y la besó con dulzura mientras su mano seguía posada en su pecho, sintiendo los latidos de su corazón que entonaba solo para ella.

Román intentaba leer los contratos sobre su escritorio, pero no podía dejar de pensar en Frida, se sentía dichoso de que ella lo hubiera aceptado, temía que al finalizar el contrato lo abandonara, pero las cosas habían salido bien. No podía estar más feliz.

Tomó el contrato que hacía años habían firmado y lo rompió en pedazos. Ahora Frida era suya por iniciativa propia y eso era más que suficiente.

De pronto la puerta de su despacho se abrió como si quisiera recordarle que no todo puede ser miel sobre hojuelas. Se trataba de July con los ojos llenos de lágrimas y la boca torcida.

“¿A ti quien te dejó entrar?”, preguntó Román iracundo.

“¿Se te olvidó lo que hablamos antes de tu boda? No voy a permitir que me eches de esta forma. Exijo vivir en esta casa junto con Bastian, somos tu responsabilidad”, dijo con la frente en alto.

“¿Estás loca? Si alguien tiene derecho de vivir bajo este techo es Bastian. Solo él puede tener un cuarto y todos los beneficios que pueda ofrecerle”.

“¿Cómo pudiste cambiar a tu familia y a mí, por una enemiga? ¿Qué te hace creer que no echará a perder tus negocios? ¡Es una Sorrentino! ¡Ella le dirá todo a su padre!”.

“No tienes ni idea de lo que hablas”.

“Román… ya tienes la empresa, obtuviste lo que querías… ¿Qué hace ella aquí?”.

“Es mi esposa y esta es su casa…”.

“El contrato…”.

“Ya no existe contrato”, dijo Román con una enorme sonrisa y le mostró los trozos de papel.

“Ella se quedó a mi lado por iniciativa propia”.

“¡Claro! ¡¿Qué haría si la sacaras de aquí?! ¡No tiene a donde ir!”.

“Mientras yo esté vivo, siempre tendrá un lugar a donde ir”, repeló Román con odio y se levantó del escritorio.

“Vete de mi casa”.

“No”, respondió July con la frente en alto.

“¿Frida ya sabe que Bastian es nuestro hijo?”, preguntó con lascivia.

“No le quieres decir, ¿cierto? ¿Temes lastimarla? ¿Crees que te dejará? Si lo hiciera, entonces no sería la mujer buena que crees que es”.

“Le diré… y sé que no tendrá problemas en aceptarlo…”.

“¿Ah sí? ¡Ojalá!”.

”July se cruzó de brazos y aunque pretendía verse dura, sus ojos no dejaban de llorar.

“Te daré un lugar dónde vivir y dinero mensualmente, pero no vivirás bajo el mismo techo que Frida, esta es su casa”.

“¡Bien!, pero mientras encuentras una casa para que nos quedemos Bastian y yo, me quedaré aquí. Si Frida se me acerca y me reclama, juro que le diré todo”, dijo July dando media vuelta y saliendo altiva del despacho.

La noche había caído y, dentro de la habitación, Frida se cuestionaba la presencia de July en la casa.

¿Qué hacía de regreso si las niñas ya no la necesitaban? Aunque era una pregunta que le podría generar incertidumbre, se sentía muy tranquila y estaba dispuesta a esperar a que Román se lo aclarara.

Después de arropar a las niñas, Román entró a la habitación y vio a Frida con anhelo, y también miedo. No quería perder todo lo que tenía. Su amor era tan perfecto que no deseaba herirla.

“¿Me explicarás qué hace July aquí?”, preguntó.

Frida sonriéndole, quería darle confianza.

“No pude negarme a darle asilo”.

Román se talló la cara y se dejó caer en la cama.

Frida se subió encima de él y acarició su rostro con ternura. Aunque mostraba comprensión, Román no pudo ser sincero.

“Solo será por un par de días… le pediré que no se te acerque, que ni siquiera te hable…”

“Román… ¿Todo está bien?”.

Lo vio directo a los ojos y notó que estaba molesto.

“Todo está bien”.

Acomodó el cabello de Frida e intentó sonreírle.

Pese a lo opuestas que pudieran ser, Martina y Sarah solían ir juntas a clubes para beber y bailar. Cuando se reencontraron, fueron a uno, donde compraron botella tras botella.

“Odio tanto a Román… no entiendo cómo lo soportas”, dijo Martina arrastrando la voz.

“Yo lo quiero. Además, es un gran empresario. Pronto la petrolera Tizo nos pertenecerá”, contestó Sarah mientras luchaba con el peso de sus párpados.

“¡Ja! Ese Sorrentino no cederá tan fácil, ni por la z%rra de Frida…”

“¡Claro que sí! ¡Román lo logrará!”.

“¡Claro que no! ¡Es un inepto!”.

“Te diré un secreto, pero solo es para que te calles… ¿Entendiste? Nadie se puede enterar”.

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