La divina obsesión del CEO -
Capítulo 42
Capítulo 42:
“¡Román! ¡No! ¡No quiero! ¡Suéltame!”, Frida peleó y Román tuvo que tomarla de las muñecas para contener su furia.
“¡Si tanto quieres tocar a una mujer, ve a buscar un par en algún club!”.
Sus palabras lo hicieron enojar aún más, pero sus lágrimas le quitaron las ganas de pelear.
“No pasó nada entre ellas y yo”, respondió con suavidad y besó con ternura las manos de Frida mientras ella se rompía en pedazos.
“Mientes…”, dijo con dolor y se sintió tonta cuando su voz se quebró.
“No tengo necesidad de hacerlo”, agregó restregando su mejilla contra la palma de Frida, sintiendo el calor de su caricia forzada.
“Encerré a una en el baño antes de que pudiera pasar algo más”.
Me confié y me quedé dormido, pero en la mañana llegó la otra. Si no nos hubieras interrumpido, hubiera matado a ambas mujeres.
“¿Cómo te vas a rehusar a dos chicas jóvenes y hermosas? ¡Por favor, Román! ¡No soy tan estúpida!”, exclamó Frida mientras las lágrimas corrían por su rostro y mojaban las sábanas.
“¿Crees que cambiaría a una mujer tan hermosa por dos vulgares prostitutas?”.
Cuando quiso besarla, ella desvió el rostro, aun así, torturó con la boca su cuello.
“¿Crees que puedo desear otra piel que no sea la tuya?”.
“Detente Román…”, pidió perdiendo las fuerzas para oponerse.
“¿Me crees?”, preguntó en su oído.
“No me tortures de esa forma, Frida. Eres la única mujer que deseo en mi cama. Ninguna logra hacerme arder en el infierno y tocar el cielo al mismo tiempo”.
Soltó sus muñecas y comenzó a acariciar el cuerpo de Frida con movimientos más pausados. Ella cerró los ojos y apretó los labios, quería encontrar el último rezago de rebeldía, pero ya no quedaba nada.
‘¡Nos traicionó! No le vamos a creer… ¿verdad?’, preguntó esa vocecita quisquillosa dentro de su cabeza.
“Di que me crees, Frida… no tengo necesidad de mentirte…”
“Te creo”, dijo el corazón de Frida apoderándose de su boca antes de que esta fuera atrapada por los labios de Román.
Los brazos de Frida se enredaron en el cuello de Román, atrayéndolo a ella, ansiando sentir todo el peso de su cuerpo, dejando que le arrancara la ropa y la tomara esa noche.
Benjamín veía por la ventana con una enorme sonrisa, pues las cosas salían perfectamente bien.
De pronto la puerta se abrió y entró una chica joven y hermosa. La elegancia parecía brotar de sus poros y su mirada era cálida.
“Abu… te veo feliz”, dijo la chica sentándose sobre el sillón.
“No fuiste a la boda de Román…”.
“No quise arruinar todo. Si Frida me reconocía podía armarse un alboroto”.
“Tarde o temprano tendrán que verse la cara…”.
“Espero que cuando eso pase, no me recuerde”.
Ese par de ojos azules no habían desaparecido de la memoria de Benjamín y cuando este los volvió a ver en el hospital, entonces lo supo. La pequeña niña del cascanueces ahora era una mujer con una hija y necesitaba dinero.
Le pidió a su nieta, Sarah, que averiguara todo lo relacionado a Frida y su condición. En cuanto supo que estaba en proceso de divorcio se le ocurrió la idea.
Le exigió a Román una esposa, mientras Sarah se acercó a Frida como una desconocida con buenos sentimientos, motivándola a que fuera a esa enorme casa a pedir trabajo. Lo demás se dio solo.
“Es tiempo de dar el siguiente paso”, dijo Benjamín con satisfacción.
“¿A qué te refieres, abu?”, preguntó Sarah.
“Cité a Román, le cederé la empresa por completo antes de que llegue mi muerte… quiero que se encargue de la fusión lo antes posible, no me quiero ir de este mundo sin ver a los Sorrentino cediéndonos todo”.
“¿Crees que se enoje Román si sabe que fue utilizado y su amor hacia Frida fue dirigido por ti?”.
“No, porque nadie lo sabrá. Además, ahora es muy feliz con esa mujer, tiene una familia y creo que no causó daño a nadie lo ocurrido”.
“¡Bien! Pues me alegra que todo haya salido como debía de ser”, dijo Sarah poniéndose de pie. Cuando iba a abrir la puerta del despacho, esta se abrió sola, mostrando a Román que de inmediato le sonrió.
“¡Primo!”.
“Sarah… qué gusto verte”, dijo Román y la estrechó con cariño.
“Lo mismo digo, grandulón. Lamento no haberme presentado en tu boda, pero estaba de viaje”, dijo Sarah.
“Espero que pronto puedas pasar a la casa. Me encantaría que conocieras a Frida”.
“¡Claro! Me tiene intrigada que una mujer te haya robado el corazón”, dijo dándole un golpe en el pecho.
“Supongo que se volvió una hermosa obsesión para mí”, contestó Román. Siempre bajaba la guardia con su prima.
De pronto Sarah se sintió miserable. ¿Era válido un amor por contrato que había sido guiado por hilos invisibles? Acarició con ternura la barba de Román y sus ojos mostraron arrepentimiento.
“Me alegra… aférrate a ella y no la sueltes…”.
“Sarah, ¿nos puedes dejar solos?”, pidió Benjamín mientras se sentaba ante el escritorio.
“¡Sí! ¡Abu!”, exclamó Sarah y dándole una palmada a Román, salió del despacho.
“¿De qué querías hablar conmigo, abuelo?”, preguntó Román acercándose con precaución.
Benjamín, sin decir ni una palabra, le ofreció los contratos. De inmediato Román entendió que ahora sería el propietario universal de la corporación.
“Quiero que sigas con tus planes, quiero que la petrolera se vuelva parte del corporativo, quiero ver a Tiziano llorando y cediendo los derechos de su empresa, pero para eso… necesitas tener completa libertad sobre el corporativo y te la estoy dando”.
La sonrisa de Román se amplió y comenzó a leer los contratos para terminar firmándolos. No solo haría pagar a toda su familia sus abusos, sino que también sufriría Tiziano por el daño que le hizo a Frida, justo como Benjamín lo planeó desde un principio.
La casa se sentía muy sola sin las niñas, habían entrado a una escuela muy prestigiosa y como buena madre, Frida estaba preocupada por cómo serían tratadas.
Tomó su violín y comenzó a tocar, sentada en el balcón. Era relajante ver el cielo despejado y escuchar la melodía viajando por el viento. Cerró sus ojos y siguió tocando, dejándose llevar.
Román apareció detrás de ella, escuchando con atención, era una sombra silenciosa que se rehusaba a interrumpir la música. Cuando Frida dobló demasiado su anular, las puntas del anillo se encajaron en su carne y entonces despertó de ese trance en el que había entrado.
Revisó su mano, preocupada por haber lastimado su dedo, pero no fue así. Entonces un par de manos fuertes se posaron en sus hombros, erizando su piel.
Román besó su cabello con ternura y le dijo la buena noticia; ahora era el dueño del corporativo.
Lo que había buscado por tantos años se hacía realidad.
“¡Qué bueno!”, exclamó Frida, pero sintió que su corazón se contraía.
“Lo lograste”.
“No te veo muy feliz”, dijo Román analizando la mirada de su mujer.
“Lo estoy, era lo que querías.”
Frida entró a la habitación y guardó su violín, resoplando con tristeza.
“Supongo que estamos a mano”.
“¿A mano?”.
“Sí, el contrato se cumplió… cumplí con mi parte y tú con la tuya, ahora tienes lo que tanto habías buscado… podrás llevar a cabo tu venganza y yo…”.
“¿Y tú…?”.
“Me iré.”, Frida volteó queriendo encararlo.
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