Capítulo 40:

De pronto el nombre de Casidy llegó a la cabeza de Frida y se le hizo un nudo en la garganta. No había tardado mucho en cambiarla aquella vez, ¿no podía hacerlo ahora que la tenía segura y tontamente enamorada?

Sin darse cuenta las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras apretaba los labios para evitar sollozar. Buscó en su bolso, pero las llaves del auto las tenía él. Sería un largo trayecto hasta el hotel y se sentía devastada.

“¿Dónde te estás hospedando? Si quieres te puedo llevar…”.

“Aléjate de mí”, dijo Frida viéndolo con desconfianza.

“¡Oye! ¡Tranquila! Solo quería ayudarte”.

“No necesito tu ayuda…”.

Empezó su andar hacia el hotel.

“A mí me parece que sí…”.

“No necesito un hombre que quiera aprovecharse de mi situación. Si no te importa, ya estoy siendo suficientemente infeliz como para arruinar las cosas solo un poco más”, respondió Frida entre dientes y siguió caminando.

“Sí que tienes carácter…”.

‘Ahora entiendo por qué pudo dominar a Román’, pensó Marco divertido.

“Solo es una ayuda amistosa”.

“¡Que no quiero! ¡¿Estás sordo?!”, exclamó furiosa y lo volteó a ver llena de rabia.

Marco se quedó paralizado y sin saber qué decir. Era la primera vez que una mujer le hablaba de esa forma y no sabía cómo responder. Su suerte con las féminas era indiscutible y esa noche esperaba que

Frida se entregara a él por despecho, pero no se imaginó que el resultado sería completamente diferente. La vio alejarse paso a paso hasta que su silueta se perdió en el horizonte.

Frida llegó casi de madrugada al hotel, con el cabello enredado por la brisa marina y los ojos llenos de lágrimas. En completo silencio entró a la habitación de las niñas y las vio dormidas.

“¿Señora Gibrand?”, preguntó Lorena confundida. Los había visto salir a los dos muy felices y ahora solo había regresado ella.

“¿Está bien? ¿Dónde está el Señor Gibrand?”.

“Última vez que me dices ‘Señora Gibrand’”.

“Pero… ¿Qué ocurre?”.

“Me voy a mi cuarto…”.

Lorena, angustiada, salió detrás de ella.

“Señorita Frida, ¿Qué ocurre?”.

Frida se dejó caer en la cama y comenzó a llorar desconsolada. Cada vez que cerraba sus ojos podía ver a Román saliendo con esas chicas. Había sido una tonta por confiar en él.

“Se fue con otra mujer, me dejó en el club… ni siquiera sé a qué hotel se fueron y supongo que es lo mejor”, dijo Frida mientras se concentraba en el dolor de su corazón.

Lorena sabía que el Señor Gibrand llevaba mujeres de vez en cuando a la mansión, pero solo pasaban una noche y no las volvía a ver. Después de que conoció a Frida, se detuvo, pues solo pensaba en ella. ¿Era posible que, al sentirla segura como su esposa, volviera a las andadas?

“Todo es tu culpa…”, dijo Frida volteando hacia ella.

“Si no hubieras hecho que su abogado me hiciera esa tonta entrevista yo estaría libre de Román”.

“Pero la pequeña Emma hubiera tenido un futuro incierto. ¿Se arrepiente de eso?”.

Frida cerró la boca y en silencio, dejó que las lágrimas siguieran brotando de sus ojos. Se sentía estúpida y herida.

Román cayó en la mullida cama, sus ojos entreabiertos se dieron cuenta de que no era su habitación. Le costaba moverse y también hablar.

La cabeza le daba vueltas. De inmediato la chica cerró la puerta y se lanzó a sus brazos. Comenzó a desvestirlo con rapidez pues no sabía cuánto tiempo tenía. Cuando llegó a sus pantalones, Román la tomó de las muñecas, deteniéndola.

“Eres resistente, esa droga es muy fuerte…”, dijo la chica divertida, besándole el abdomen”.

Tranquilo, te va a gustar.

“Necesito bañarme…”, dijo Román con la mirada perdida.

“Vamos a bañarnos juntos”.

La idea emocionó a la chica, que de inmediato se comenzó a quitar la ropa. Román se levantó con dificultad, todo se movía en la habitación.

“¡Vamos! Te ayudo”, dijo la chica llenándolo de besos, su lengua era desagradable para Román, como un gusano retorciéndose en su piel.

En el umbral del baño, Román se detuvo, apoyándose contra el marco.

“Prepara la tina…”, dijo con voz de mando mientras peleaba por mantener los ojos abiertos.

Con una sonrisa pícara, la chica entró al baño y comenzó a llenar la tina con agua caliente, pero Román ya había azotado la puerta con pereza.

Tomó una de las sillas y atrancó la puerta para que no pudiera salir del baño. Con las pocas fuerzas que le quedaban, se dejó caer en la cama y sucumbió ante el sueño.

A la mañana siguiente, la otra chica, que se había quedado en el club, llegaba al hotel. Estaba curiosa por saber lo que había ocurrido y preparaba su celular para tomar evidencias. Si Román quería deslindarse de sus responsabilidades como padre, entonces lo delataría con el mundo.

Cuando abrió la puerta, vio la ropa de su amiga tirada en el piso y al hombre en la cama. Se acercó a la puerta del baño y escuchó a su amiga pidiendo auxilio.

¿No se había acostado con él? Esa era una oportunidad que no planeaba desperdiciar.

“¡Lo siento! ¡Es mi turno!”, exclamó divertida mientras se deshacía de sus bragas y se acercaba a la cama. De solo ver al hombre ahí dormido, sentía su cuerpo arder.

Se acercó rozando su nariz contra la mejilla de Román mientras este aún seguía profundamente dormido. Lo besó con ternura mientras se montaba encima de él y se quitaba la blusa, mostrando sus pechos. Inconsciente, Román pronunció el nombre de Frida y posó sus manos en las caderas de la mujer.

“Llámame como tú quieras…”, dijo en el oído de Román y se apoderó de su boca.

“¿Señora Gibrand?”.

Lorena se asomó por la puerta mientras Frida se terminaba de vestir. Su rostro era inexpresivo y frío. Aún dolía su pecho, pero se mantenía estoica.

“¿Qué te dije de llamarme así?”, preguntó Frida y vio su celular. Había llamado durante la noche, pero Román estaba muy ocupado para contestar.

“Perdón… Señorita Frida”.

Torció la boca y entró apenada.

“Hablé con Álvaro y me dijo en donde había pasado la noche el Señor Gibrand”.

“¿Cómo?”, preguntó Frida desconcertada.

¿Román le había dicho a su abogado, pero no a ella? Bueno… No esperaba que le dijera; ‘Cariño, me iré a revolcar con unas mujeres diez años más jóvenes que tú’.

“El celular del Señor Román tiene un localizador, por seguridad. Así como el suyo”, dijo Lorena apenada, viendo como Frida veía su teléfono con desconfianza.

“Es para emergencias. Esta es la dirección del hotel”.

Frida tomó el papel y frunció el ceño. ¿En verdad iría y buscaría la habitación de esas mujeres para hacer todo un drama? Su cerebro le decía que no tuviera piedad y que lo pusiera en evidencia ante la prensa, pero su corazón lloraba, solo quería descubrir si la infidelidad había sido consumada.

“Gracias”, respondió Frida apretando los dientes.

“Que las niñas desayunen y no se metan a la piscina, ¿entendido?”.

“Sí, Señora…”, dijo Lorena temerosa de haber hecho lo incorrecto.

Los labios de esa desconocida sabían a alcohol y tabaco, Román no pudo evitar desviar el rostro y terminar de despertar.

Cuando la chica estaba buscando debajo de sus pantalones, la puerta del baño se abrió abruptamente después de una embestida por parte de la otra mujer y al mismo tiempo, la puerta principal de la habitación también se abrió.

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