Capítulo 39:

Cuando este estaba a punto de disuadirlas de forma más violenta, notó que un par de hombres en la alberca nadaban a la orilla y se quedaban boquiabiertos. Al seguir la dirección de su mirada se encontró con Frida. Caminaba con una sonrisa gentil, disfrutando de la brisa y el cielo despejado. Parecía no percibir las miradas.

“Si me permiten… tengo en mente una presa más apetecible”, dijo Román y avanzó hacia su esposa lleno de seguridad, ansiando que sus ojos voltearan hacia él.

Frida lo desarmó con su sonrisa, el fuerte león terminó sintiéndose un cachorro en busca de cariño, su corazón se estaba sometiendo.

“Buenos días”, saludó Frida con gentileza y acarició el rostro de Román.

Este respondió con un beso. Estaba ansioso por tocar de nuevo su piel y posó sus manos en su cintura para no dejarla ir. Las manos de ella resbalaron por sus brazos y delinearon cada cráneo y cada rosa, a ciegas, haciendo hormiguear la piel de Román.

“¡Mami! ¡Papi! ¡Aquí!”, exclamó Carina alzando sus manitas y sacudiéndolas al aire.

Esa noche, Frida lo animó a que fueran a uno de los clubes sobre la costa. Era reconocido por sus estanques con sirenas y espectáculos de colores y música. Aunque Román no tenía intenciones de ir y prefería hacerle el amor toda la noche, la emoción en los ojos de Frida lo motivó.

Sabía que ella solo iba por las atracciones, en cuanto viera a las sirenas y escuchara un par de canciones, querría regresar. En el lugar los recibieron con excesiva atención, el apellido Gibrand parecía tener relevancia incluso ahí, lejos de la ciudad.

Como si fuera una niña pequeña, Frida se pegó al cristal viendo a las mujeres con cola de pescado, nadando y saludando, mientras Román la veía con ternura.

“¿Quieres un trago?”, preguntó Román directo en el oído de Frida, erizando su piel.

“Sí, claro”, respondió apenada y recibió un dulce beso en los labios antes de que Román se alejara.

La feroz fiera se estaba transformando en una tierna gatita. Solo necesitaba sentir la presencia de Román para querer acurrucarse en su regazo anhelando mimos y caricias. Estaba cediendo y eso le aterraba. ¿Qué no había prometido que no se enamoraría?

Su rostro cambió de extrema ternura a angustia y desesperación. Sabía que el día que muriera Benjamín, tendría que renunciar a Román y comenzar la pelea por la custodia de las niñas.

‘Ojalá Benjamín fuera eterno’, pensó con tristeza y se recargó contra el cristal, dándole la espalda a las hermosas sirenas.

“Qué puchero tan feo para una cara tan bonita”, dijo alguien a su lado, tomándola por sorpresa.

Frida vio a un hombre apenas más joven que Román, tenía unos ojos negros tan profundos como la obsidiana y un gesto astuto.

Román esperaba el par de tragos mientras se sentía demasiado viejo para un lugar así, pero Frida aún era una mujer joven con energía para salir a esta clase de lugares. Se estiró en la barra y sintió como la espalda le crujió recordándole que iba directo a los cuarenta y cinco.

“Nos volvemos a ver”, dijo una vocecita molesta a su lado.

Se percató de que las chicas de la mañana también estaban ahí y prefirió ignorarlas.

“Por favor, Señor Gibrand… no finja que no nos ve…”, dijo la otra chica haciendo puchero mientras lucía su escote tan pronunciado.

Cuando el cantinero puso los tragos en la barra, una de ella tomó uno. Román molesto, se acercó con intenciones de obligarla a soltarlo. En ese momento, la otra chica lo tomó de la mano y este se alejó asqueado, le había untado algo pegajoso.

Estaba tentado a intimidarlas con su furia, pero notó que su mirada comenzó a enturbiarse. El lugar daba vueltas.

“No te ves muy bien”, dijo la chica tomando su rostro.

“Creo que necesitas descansar”.

Román se sacudió las manos de su rostro y lo primero que hizo fue buscar a Frida con la mirada, estaba preocupado por ella. Sus ojos viajaron hacia el estanque, pero no la encontró. El corazón le dio un vuelco. Dio un par de pasos, pero tuvo que tomarse de la barra para no caer.

“Pobre hombre… lo bueno es que no estás solo”, dijo la otra chica y cuando estaba a punto de perder el piso, se abrazaron a su torso y lo llevaron hacia afuera del club.

“Nosotras te cuidaremos muy bien”.

Marco tomó la muñeca de Frida y la jaló hacia él en cuanto un hombre ebrio iba a chocar con ella. La envolvió entre sus brazos, pero ella no tardó en rechazarlo con coraje.

“¡¿Qué te pasa?!”, preguntó indignada.

“Ese hombre te iba a molestar. Discúlpame por querer defender a una mujer sola en este lugar tan… complicado”.

“No vine sola, mi esposo fue por bebidas”.

“¿Tu esposo? ¡Vaya! Todos tienen suerte esta noche”, dijo Marco y levantó la vista hacia la puerta.

“Incluso ese grandulón. ¡Míralo, llevándose a dos chicas!”.

Aunque estaba de espaldas aquel hombre, Frida sabía que era Román. Su brazo descubierto y tatuado encima de los hombros de una de las chicas lo confirmaba. No podría jamás confundir esos cráneos y rosas tatuados en su piel. Su corazón se estrujó.

“Como sea… te dejo para que sigas esperando a tu esposo”, dijo Marco orgulloso de su cometido y a propósito chocó con Frida.

“¡Oye!”, exclamó furiosa y cuando regresó la mirada hacia la puerta, Román ya no estaba.

Salió corriendo en su búsqueda, apurada por encontrarlo y hacerle frente. Sus manos temblaban llenas de ira. ¿En verdad estaba haciéndole eso en su luna de miel?

Las chicas al ver que no podrían huir juntas optaron por cambiar el plan.

“¡Hola! Tú eres la esposa del Señor Gibrand, ¿verdad?”, preguntó la chica divertida mientras que su amiga se iba rumbo al hotel con Román.

“Qué horrible debe de ser estar casada con un hombre tan deseado por las mujeres. Compartirlo puede ser incómodo, a menos que ya te hayas acostumbrado”.

“¡¿Dónde está?!”.

“Se fue con mi amiga, pero no dijeron a qué hotel irían”, respondió la chica levantando los hombros

“Tranquila, tú siempre serás la esposa. Nadie te quitará ese lugar… supongo”.

Frida, sin pensarlo dos veces, levantó la mano y abofeteó a la chica. No estaba dispuesta a recibir burlas.

“¿A dónde fueron?”, preguntó con insistencia.

“¡Ya te dije! ¡No lo sé!”.

“¡Mientes! ¡¿Crees que soy tonta?! ¡Llámale a tu amiguita!”, exclamó Frida iracunda.

De pronto una mano tomó el brazo de Frida y la alejó, evitando que el drama se hiciera más grande.

“Mujer… deberías de tranquilizarte…”, de nuevo era Marco.

“¿Qué es lo que te pasa?”.

“No es algo que te importe”, respondió Frida sacudiéndose de su agarre.

“Si te refieres al hombre que salió con las dos chicas, creo que acordaron hacerlo en la mañana… los vi en la barra del hotel platicando… ¿no es así?”, le preguntó a la chica que aún sostenía su mejilla inflamada con recelo.

“Sí, en la mañana hablamos con él, nos dijo que nos veríamos en este club”, respondió.

“Oye… lamento que tu esposo sea un hijo de p%ta, pero no puedes tratar de esa forma a todas las mujeres con las que se revuelque. ¿Estás consciente que la culpabilidad no recae solo en ellas?”, dijo Marco una vez que alejó a la chica y posó sus manos en los hombros de Frida.

“No sé quién eres y no me interesa escuchar tus consejos… debo de buscar a mi esposo. No sé si…”.

“¿Crees que esa mujer podría amenazarlo y arrastrarlo hasta una habitación de hotel y obligarlo a tener relaciones? ¿Es en serio?… “.

Cada palabra se clavó en el corazón de Frida y lo hizo sangrar.

“Pero ¿quién soy yo para opinar? Tú lo conoces mejor. Él no te cambiaría por otra mujer, supongo”.

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