Capítulo 38:

“Ella”.

“¿July?”, preguntó Frida mientras su hígado se hacía piedra.

“Román se parece a papá”, dijo Hugo cambiando de tema y frunciendo el ceño con horror.

“¡Claro que no!”.

“Yo que tú, me andaba con cuidado. Si tienes problemas, no dudes en llamarme…”, dijo Hugo entregándole una tarjeta.

Frida quiso abrir la boca y asegurar que eso no pasaría, pero sabía que Román era temperamental y ella explosiva. Era mejor no cerrarse puertas. Tomó la tarjeta y leyó un par de veces el teléfono.

De pronto el silencio volvió a imponerse en la fiesta en cuanto Tiziano y Román salieron de la casa.

Todos en el jardín parecían temerosos de que alguna clase de disputa a muerte se diera entre los dos o simplemente era el respeto de ver a dos hombres dominantes y feroces en el mismo lugar.

“¡Abuelito!”, exclamó Emma quien estaba bailando con Benjamín.

Este la motivó a que fuera con Tiziano. La niña corrió hasta engancharse a sus piernas y de nuevo Tiziano no sabía cómo contestar a su acto de cariño.

“Emma… ¿cierto?”, dijo con su voz profunda.

“Cuida mucho a tu madre, por favor”.

“¿No te quedarás?”, preguntó Emma con tristeza.

“No, cariño, tu abuelo tiene que pensar muchas cosas”, interrumpió Román con una sonrisa soberbia.

“¡Hugo! Tenemos que irnos…”, indicó Tiziano lleno de odio.

Hugo le dio un último abrazo a su hermana y de esa forma salieron con la frente en alto.

“¿Qué fue lo que hablaron mi padre y tú?”, preguntó Frida preocupada, acercándose a Román.

“No deberías preocuparte por eso”, respondió tomándola de la cintura y pegándola a su cuerpo, abrazándola con intensidad, como un niño pequeño a su oso de peluche.

“Todo estará bien, yo me haré cargo”.

Frida se abrazó a él y por primera vez en mucho tiempo se sintió protegida, podía dejar de cargar tantas responsabilidades y dejar que Román se encargara de todo.

Tiziano llegó de inmediato a casa, sintiendo que la sangre le hervía.

‘Ningún idiota va a venir a decirme lo que tengo que hacer’ pensó, pero aun así, sabía que Román era más implacable que

Benjamín y si lograba convencer a Frida de que dijera toda la verdad a la prensa, estaría en severos aprietos.

“Señor, alguien lo busca…”, dijo el mayordomo, tomándolo por sorpresa.

“¿Quién?”, temía que fueran más problemas.

“El Señor Marco Gibrand”, respondió el mayordomo antes de hacer una reverencia he irse.

Tiziano entró furioso a su despacho, iba a la defensiva, no permitiría que otro Gibrand lo quisiera molestar, paseándose como si el lugar le perteneciera, un hombre bien parecido, con ojos tan negros como su hermano, lo recibió con una sonrisa soberbia.

La esencia de los Gibrand era pesada, como la de un depredador.

“¿No debería estar en la fiesta de su hermano?”, preguntó Tiziano viéndolo con desconfianza.

“¡Claro! ¡La boda de Román y esa chica, Frida! Fue toda una sorpresa, pero no soy bienvenido en esa familia. Me odian tanto como yo a ellos”.

“¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres?”.

“Creo que tenemos objetivos en común… y pensé que justo ahora necesita un aliado o tal vez soy yo quien lo necesita… al final de cuentas, creo que ambos podemos beneficiarnos”, dijo con una sonrisa.

Después de tantos años tramando desde la oscuridad, era el momento de actuar.

“Siéntese”, dijo Tiziano con curiosidad.

Estaba dispuesto a escucharlo.

Para la luna de miel Román no escatimó en gastos.

Llevó a Frida y a las niñas a un hotel cinco estrellas y claro, también llevó a Lorena, pues dentro de sus planes, había algunos en los que no podría involucrar a las niñas y necesitaba de alguien de confianza que las cuidara.

Cuando Frida se despertó el primer día, se dio cuenta que estaba completamente sola en la habitación que compartía con Román, había dormido más que otros días y el bochornoso calor de la playa hizo que no pudiera dormir hasta tarde.

Buscó en el clóset y se encontró con ese traje de baño de dos piezas que le había comprado Román. Le encantaba vestirla de color rojo e iba muy acorde a lo pasional que podía ser él.

Cubrió su cuerpo con un pareo, ya que no le gustaba mostrar mucha piel en público, y salió a la alberca del hotel donde esperaba ver a Román desayunando con las niñas.

Mientras Lorena ponía algo de bloqueador en el rostro de las pequeñas, Román se acercaba a la barra en busca de algún cóctel que lo terminara de despertar. El cantinero agitaba el trago con maestría y un par de chicas jóvenes y con cuerpos esculturales se acercaron con esa imagen tímida, pero al mismo tiempo pícara.

“¿Usted es el Señor Gibrand?”, preguntaron emocionadas y dedicándole miradas sugestivas.

“Así es”, respondió sin voltear a verlas.

“¿De vacaciones? ¿Tan rápido se cansó de su esposa?”, dijo una de ellas, viendo una oportunidad única.

“¿Perdón?”.

“¿Quiere divertirse un rato? Ambas estamos libres todo el día y toda la noche…”.

Marco Gibrand disfrutaba de una piña colada y del calor del sol, al lado de la alberca, aunque no tenía intenciones de volver esto un viaje de placer, lo estaba disfrutando. De pronto vio a un par de jovencitas que le dedicaban ojos coquetos y no pudo evitar sonreírles de vuelta. Se levantó mostrando su escultural abdomen y se sentó cerca de ellas.

“¡Qué chicas tan radiantes y hermosas me vine a encontrar!”, exclamó con media sonrisa y las vio por encima de sus lentes negros. Las chicas rieron apenadas.

“¿Vienes solo?”, preguntó una de ellas mordiéndose el labio.

“Sí, lamentablemente sí”, respondió con un resoplido.

“Pero no pierdan el tiempo conmigo. ¿Ven a ese hombre de allá?”.

Ambas voltearon hacia la barra y vieron a Román, con ese gesto frío y actitud imponente.

“¿Lo reconocen?”.

“¿No es el Señor Gibrand? Acaba de contraer nupcias, lo vi en el periódico”, dijo una.

“¡Es tan guapo!”, respondió la otra.

“¿Les digo un secreto?”, Marco sonrió con malicia.

“Si logran hacer que el Señor Gibrand se acueste con ustedes y queden embarazadas, él se encargará de ustedes y del niño. No tendrán que trabajar jamás y conseguirán comodidades que apuesto no tienen”.

“Pero está casado…”.

“¿Crees que eso detiene a un hombre como él? Además, esos matrimonios no duran mucho. Alguna de ustedes podría ser su siguiente interés amoroso…”

La avaricia creció en la mirada de las chicas, así como su sonrisa. Tener la vida resuelta y todo por acostarse con un hombre rico y atractivo no sonaba nada mal. Entre risitas divertidas, ambas chicas se acercaron a Román, poniendo a prueba su fidelidad.

Marco se recostó en la silla de playa, viendo con atención el espectáculo, hasta que su vista deparó en una hermosa mujer de cabellos castaños y ojos azules como el cielo. Era como si su belleza fuera magnética.

No tenía v!entre plano, ni tampoco pechos grandes, pero se veía diferente, tenía una delicadeza y belleza que cautivaban. Marco estaba tentado a acercarse a ella.

“¡Oh! ¡Vamos!… no será el primer empresario que tiene una aventura extramarital”, dijo una de las chicas a Román.

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