La divina obsesión del CEO -
Capítulo 36
Capítulo 36:
“Así como no puedes olvidar tu amor por mí, tampoco podrás deslindarte de tus responsabilidades como padre”.
Román estaba atónito, tenía en sus manos una prueba de ADN que aseguraba que Bastian era su hijo. El color escapó de sus mejillas y toda la furia desapareció.
“Aún estás a tiempo, Román… sé piadoso con Frida, libérala de ese cruel contrato, ella nunca te amará como lo haré yo… ¿Quieres una familia con la cual convencer a tu abuelo? Ya la tienes… me tienes a mí y a tu hijo, Bastian… ¿Qué más quieres?”.
“No… imposible…”.
“Desde hace quince años que tenía miedo de hacer la prueba, pensaba que, si demostraba que tú no eras su padre, la familia Gibrand lo odiaría, así como a Marco, pero ahora estoy más tranquila”.
Román aplastó el papel y lo dejó sobre el tocador.
“Escúchame bien, me voy a casar con Frida y nos iremos de luna de miel muy lejos de aquí, cuando regresemos ella estará embarazada de mi tercer hijo y tú te mantendrás con la boca cerrada…”.
“Román, por favor… detente”, suplicó July con el corazón roto.
“No, July… ese tiempo donde me tenías a tus pies ha terminado. Ya no significas nada para mí”.
“¡Mientes! ¡Aún me amas y no podrás seguir fingiendo que te gusta Frida! Aún hay algo entre nosotros, esa llama no se ha apagado”.
“¡Largo!”, gritó Román desesperado por hacerla desaparecer.
Con el ánimo por los suelos, tomó la prueba marchita y salió de la habitación envuelta en lágrimas. Justo al cerrar la puerta se encontró con Martina, quien había grabado todo lo dicho.
“¿Fue suficiente?”, preguntó July secándose las lágrimas.
“Lo fue”, respondió gustosa y juntas regresaron al enorme jardín donde se haría la ceremonia.
Frida, vestida únicamente con la lencería que usaría esa noche, un hermoso juego de encaje blanco, se acomodaba el liguero alrededor del muslo. La puerta se abrió abruptamente, pero no reaccionó con temor porque alguien la viera desnuda, su corazón intuía quién podría ser y acertó.
Román se quedó en el umbral de la puerta, viéndola fijamente con asombro. Su cuerpo a contraluz y adornado de esa forma le arrancó hasta el último suspiro. Se acercó sin emitir ni una sola palabra y en cuanto la boca de Frida se abrió, él la silenció devorando sus labios con necesidad.
Estaba lleno de miedo e incertidumbre, todo lo que pensaba era que podía perder a Frida cuando aún no estaba seguro de poseer su amor, comprendía que una boda y un par de hijos no significaba que Frida le entregara el corazón, pero qué difícil era para él poder mostrarse dulce y cariñoso.
Llevaba tantos años siendo frío y exigente que no sabía estar enamorado.
La depositó con gentileza sobre la cama, moviéndose sobre su cuerpo, sintiendo como la temperatura aumentaba mientras recorría su piel tersa.
“Creí que no llegarías a importarme tanto…”, dijo contra el oído de Frida.
“Pero… sin ti no sé qué haría”.
Sus palabras la congelaban, su corazón se ahogaba de la sorpresa mientras sus cuerpos permanecían quietos. Román buscó esos hermosos ojos azules que eran su perdición y le dedicó la mirada más dulce que alguna vez había podido expresar.
“Nunca me dejes, Frida”, agregó antes de besarla con ternura, disfrutando de sus labios.
Las suaves manos de Frida acariciaron sus mejillas con ternura mientras respondía al beso. Desanudó la corbata de Román lentamente y descubrió su cuerpo con minuciosidad.
La prensa, la familia de Román e invitados importantes esperaban ansiosos mientras los novios se entregaban a las caricias y los besos.
Román se tomó el tiempo para hacerla suya y disfrutar de su feminidad que lo embriagaba. Besó cada rincón, se alimentó de su sabor, mordió su piel y poco a poco el miedo de perderla desapareció, convenciéndose de que encontraría la forma de solucionar todo.
Frida se retorció de placer, arruinó su peinado y maquillaje, pero no dejó de aferrarse al cuerpo de Román y mientras ella besaba cada uno de sus tatuajes, él saboreaba sus cicatrices.
No pararon hasta que el ardor de sus cuerpos encontró consuelo y aun así, pese a tener una boda pendiente, terminaron abrazados en la cama, viéndose como un par de desconocidos que habían descubierto que se amaban.
Frida delineó con delicadeza los labios de Román mientras los brazos de este la mantenían pegada a su cuerpo, para terminar fundiéndose en un último beso antes de regresar a la realidad.
Lorena atravesó el pasillo directo al cuarto donde se encontraba Frida, no pensaba tocar la puerta del
Señor Román, temía recibir una reprimenda por apurarlo. Tocó un par de veces, pero no recibió respuesta, solo escuchaba movimientos dentro de la habitación. Volvió a tocar y cuando la puerta se abrió se topó con la fría mirada de Román.
“¡Lorena! ¡Ya te escuché!”, exclamó Román viéndola con el ceño fruncido.
“¡Señor! ¡Perdón!”.
Lorena terminó con la espalda contra la pared.
“Es que… todos están impacientes y…”.
“Diles que bajaremos en un par de minutos… no pasa nada…”, dijo Román terminando de abotonarse la camisa.
Lorena se asomó disimuladamente y vio a Frida en el fondo, acomodándose el vestido con premura.
Ahora entendía por qué se habían retrasado.
“¡Lorena!”.
“¡Señor! ¡Sí, Señor!”.
Pegó un brinco y salió corriendo para dar el aviso.
“Pobre mujer… Te tiene mucho miedo y se nota que tú lo disfrutas”, dijo Frida peleando por subir el cierre de su vestido.
“Quien nunca debe de temerme eres tú”, dijo Román ayudándole y besando su hombro con ternura.
“No hagas eso…”, respondió cambiando el amor de su rostro por tristeza.
“¿Hacer qué?”.
“Me quieres enamorar…”, respondió aterrada.
Una sonrisa orgullosa se proyectó en los labios de Román.
“No es mi culpa que las mujeres caigan rendidas ante mis encantos…”.
“Román, estoy hablando en serio… es cruel… si esto no durará mucho tiempo, no deberías de comportarte como si…”.
“¿Cómo si me importaras?”.
La atrapó contra el tocador y se hundió en sus hermosos ojos azules.
“¿Crees que no me importas?”.
“Me advertiste hace muchos años que aplastarías mi corazón si me enamoraba de ti…”.
“Que buena memoria tienes… pero la gente cambia, Frida”, respondió Román y apretó los dientes.
No se sentía cómodo hablando de amor.
“No planeo una despedida entre tú y yo, gatita”.
“¿Gatita?”, preguntó Frida levantando una ceja.
“El apodo me lo sugirió mi espalda rasguñada”.
Las mejillas de Frida se sonrojaron de esa forma que tanto le encantaba a Román.
“Vamos… tenemos una boda pendiente”.
Román tomó de la mano a Frida y juntos salieron de la habitación. ¿Podía darle un giro a su historia llena de problemas? Esa pizca de esperanza le daba consuelo a Frida, pero también le daba miedo, pues no estaba segura de querer confiar en que eso podría pasar.
Emma y Carina arrojaron pétalos de rosas por el camino, desprendiendo ternura ante los ojos de los invitados. Al llegar con Román, ambas niñas lo abrazaron con cariño. Él acarició sus cabelleras y besó sus frentes con ternura, eran sus hijas y su corazón las reconocía de esa forma.
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