Capítulo 35:

“Román…”.

“Frida es mi mujer, es mi esposa y hagas lo que hagas eso no va a cambiar. Así que mantente al margen y lejos de ella. ¿Entendiste?”.

Pellizcó su barbilla obligándola a mantener el rostro levantado hacia él.

“Has tenido la protección de la familia Gibrand todos estos años, pero no dudaré en hacer lo que tenga que hacer para que te controles. Ni siquiera mi abuelo podrá defenderte”.

July retrocedió llena de odio, sus ojos se llenaban de lágrimas.

“Qué poca memoria tienes… ¡Antes de que llegara Frida a tu vida yo era tu mujer!”.

“No te confundas, July. Solo eras mi amante ocasional, pero eso se acabó”.

El corazón de July se rompió y retrocedió con la mano en el pecho como si le faltara el aire.

“Quiero que después de la boda dejes de venir a la casa. No quiero que mi esposa se incomode con tu presencia”.

“¿Qué hay de tus hijas?”.

“Tendrás que darte prisa con la regularización, pues comenzarán a ir a la escuela. Ya no te necesitarán”.

“¿Qué hay de Bastian?”, preguntó con los ojos llorosos.

“¿Se te olvida tu responsabilidad hacia él? ¿Crees que podrás dejarlo en el pasado con esta nueva vida que tienes?”.

“Él siempre será bienvenido a esta casa y podrá contar conmigo, así como con el resto de la familia. Si no hay más que agregar, retírate, tengo cosas que hacer”.

“Solo recuerda que mientras yo daría todo por ti, a esa mujer ni siquiera le importas”, dijo llena de odio y caminó hacia la puerta haciendo repiquetear sus tacones.

En cuanto abrió la puerta, casi choca con Frida que llevaba una charola con comida. Román no había ido a desayunar y se sentía con la responsabilidad de llevarle algo.

“July…”, dijo Frida sorprendida al verla dentro del despacho de Román.

Barriéndola con la mirada, la institutriz pasó por su lado, directo a dar clases.

“Maldita loca”, agregó Frida en un susurro.

“¿Qué traes ahí?”, preguntó Román con esa voz profunda.

“Ya que no fuiste a desayunar, te traje comida”, respondió Frida mientras dejaba la charola en la mesa del café.

“Traje un poco de todo… jugo de naranja, café, leche y… fruta…”.

Mientras describía el menú, Román se acercaba, acechándola como un depredador a su presa. Cuando Frida terminó de hablar, lo tenía justo a un lado, inhalando su aroma como si ella fuera la comida.

“Bien… te dejo para que continúes con tus labores”, dijo nerviosa y su piel se erizó en cuanto se perdió en sus ojos negros.

Román la tomó de la cintura con un solo brazo, pegándola a su cuerpo.

“¿Qué hay de ti?”, preguntó acercando su rostro y olfateando su cuello más de cerca.

“¿De mí?”.

Frida apoyó sus manos en el pecho de Román queriendo mantener la distancia, pero sus instintos la traicionaban y el aroma a loción masculina la embriagaba.

“¿Ahora te preocupas por mí?”, preguntó contra la piel de su cuello antes de besarla.

“¿Siempre tienes que intimidarme de esa forma?”.

“No debería de ser así. No te voy a hacer daño”, respondió Román viéndola directo a los ojos y acarició su mejilla con una ternura que Frida no se explicaba.

“Jamás levantaré mi mano contra ti”.

“¿Ni me tomarás del cuello de manera amenazante?”, preguntó Frida recordando esas veces que lo había hecho.

“Pido disculpas por eso”, agregó Román y la besó con ternura.

De pronto esa tarde se volvió cálida. Román terminaba sus pendientes mientras Frida tocaba el violín dentro de su despacho. La melodía era dulce y a veces melancólica, pero se apoderaba del alma de Román y lo relajaba.

Las niñas jugaban en silencio en la alfombra y se había dado cuenta que era la familia que quería, que siempre había necesitado y no lo sabía. No estaba dispuesto a quedarse sin sus mujercitas al finalizar ese contrato.

El día había llegado y mientras Román se ajustaba la corbata ante el espejo, la puerta de su habitación se abría, mostrando a July, con sus hermosos cabellos rubios recogidos y un vestido violeta que hacía lucir de manera refinada sus atributos. En sus manos pendía un sobre blanco que Román no supo identificar.

“¿Qué quieres?”, preguntó con el ceño fruncido.

“Vine a hacer un último esfuerzo por recuperarte”, dijo con lágrimas en los ojos.

“¿Un último esfuerzo? ¿Eso significa que te rendirás si no lo consigues?”, preguntó.

“Antes no eras así… tan hiriente y egoísta”.

“Antes mi corazón latía y confiaba en las mujeres. Antes podía verte a los ojos y confiar ciegamente en tus palabras”.

“No es justo que me trates así cuando yo solo fui víctima de tu rivalidad con Marco”.

Marco, el hermano menor de Román, era la oveja negra, el rebelde de la familia y vivía en constante disputa con Román. Después de la muerte de sus padres, ambos crecieron alimentando una rivalidad que se volvía cada vez más destructiva.

“¿Víctima? Debes de estar bromeando”, agregó Román divertido.

“Te acostaste con Marco al día siguiente de que te propuse matrimonio. Mientras me jurabas amor eterno, te veías con él a escondidas”.

Recordar esos amargos momentos hincharon su pecho de odio y rencor.

“Román, no sabía lo que hacía, era joven y tonta…”.

Las lágrimas cayeron por su rostro y trató de aferrarse al saco de Román, pero este de una sacudida se la quitó de encima.

“¡Yo te amaba y hubiera dado todo por ti! ¡Soñaba con verte de blanco y sostener tus manos frente al altar!”, exclamó Román herido, volvía a ser ese joven con los sueños rotos.

“Yo te amaba, July… te amaba con todo mi corazón”.

“Aún me amas… lo sé…”, dijo July acariciando el rostro de Román con ternura, pero de nuevo él se alejó.

“Sé qué haces todo esto para hacerme sentir celosa, sé que Frida solo es una forma de conseguir la empresa, un medio para un fin”.

Se acercó lentamente y posó sus labios en los de Román. Al principio este correspondió con furia, estrechando a July contra su cuerpo como cuando eran adolescentes, pero sus labios no sabían a miel, su aroma era molesto y principalmente, no era Frida. La soltó con repudio y limpió su boca antes de dedicarle una mirada cargada de odio.

“Si Frida es un medio para un fin es lo que menos te importa. Mientras esté casado con ella, la respetaré como mi mujer…”.

“¿Aunque no la ames como a mí?”.

“July… la familia y yo hemos sido benevolentes por la falta que cometió Marco, pues mi abuelo no quiere problemas con tus padres, son grandes socios y amigos, pero si no fuera así, tendrías que criar sola a Bastian y lejos de nosotros”, explicó Román.

“Prometieron cuidar de mí…”.

“Bastian es un Gibrand, tiene derecho a todos los beneficios que ese apellido ofrece”.

“Por eso le diste tú apellido a esa niña…”, dijo July con odio.

“¡¿Por qué si ni siquiera lleva tu sangre?!”.

“Tú sabes el motivo…”.

“Frida… si las niñas se quedan contigo legalmente…”.

“Frida no se irá de mi lado. Si no es por amor a mí, entonces será por amor a sus hijas… pero se quedará y aprenderá a amarme como deseo”.

“Ella de seguro cree que eres un buen padre para ellas, pobre estúpida que no ve más allá de sus narices…”.

“Vete de aquí, July… y mantén el pasado enterrado“, dijo Román furioso.

“El pasado no se debe enterrar, siempre te perseguirá…”.

Le entregó el sobre que cargaba.

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