Capítulo 34:

“Tu familia me odia aún más, pero tu abuelo no parece afectado. Al parecer esperaba que nuestra unión sirviera como puente entre las empresas, pero claramente eso no se va a poder y menos cuando es tan falsa”.

“Frida…”.

Román quiso acercarse, pero ella lo repelió.

“¡Nos dejaste solas a las niñas y a mí! ¡Tuve que dar la cara por los dos! ¡Tu abuelo cree que estás perdidamente enamorado de mí y confía en ti! ¡No sabes lo horrible que fue mentirle!”.

“¿Mentirle?”.

“Sí… mentirle cuando dije que nuestro amor era real. Ese hombre cree que nos amamos de una manera incondicional… fue triste verlo a la cara y decirle que tenía razón, cuando no es así”.

Las palabras de Frida fueron como agujas clavándose en el cuerpo de Román.

“Quédate la habitación, yo no dormiré aquí. Tengo cosas que hacer…”, dijo Román decepcionado.

Frida lo dejó pasar y en silencio, con lágrimas aún en los ojos, se acostó sobre la cama y se abrazó a las almohadas de Román.

A la mañana siguiente Frida despertó buscando a Román, pero se encontraba sola. Su vestido había sido cambiado por el camisón y no recordaba en qué momento había ocurrido. Salió de la cama y sobre la mesa de noche estaba acomodado un estuche de violín y una rosa roja encima.

Esa flor se había vuelto la firma de Román en cada detalle que él le daba. Tomó el estuche y al abrirlo se dio cuenta de la calidad del instrumento y su corazón se sobresaltó.

“Es un Stradivarius…”, dijo sorprendida y acarició la madera con sorpresa.

Sin cambiar de ropa, buscó a Román por la casa, llegando a su despacho. Abrió la puerta y lo vio aún con la ropa que portaba ayer, este solo levantó la mirada, mostrando su molestia. Frida retrocedió un par de pasos y tocó un par de veces la puerta antes de retomar su camino.

“No tiene sentido que toques la puerta si ya estás adentro”, dijo Román levantando una ceja con desaprobación.

“¿Qué es esto?”.

Ignoró la queja por completo.

“Un violín, pensé que una concertista lo reconocería más fácil”.

Se estiró en su asiento mientras le dedicaba una sonrisa burlona.

“Sé que es un violín, pero… no es cualquier violín, es un Stradivarius, uno de los violines más especiales y caros que pueden existir en el mundo. ¡Son impagables! Estos instrumentos por lo general están en vitrinas dentro de museos y…”.

“¿Te gustó o no?”, preguntó Román recargándose en el escritorio.

“Me encantó”, respondió Frida conmovida

“¿Cómo supiste que…?”, preguntó Frida.

“¿Qué te gusta la música por encima de la danza y que tu instrumento favorito es el violín?”

Frida solo asintió.

“Hice mi tarea…”, añadió Román.

Quería sonreír, estaba satisfecho con lo que había generado en Frida, pero recordar su comportamiento de la noche anterior le agrió el carácter.

“Si me permites, tengo trabajo que hacer”.

“¡Señor Gibrand! ¡Traje los papeles que se quedaron en la oficina!”.

Era la misma voz que contestó el teléfono de Román.

Frida volteó lentamente sintiendo que la sangre le hervía. Esperaba ver a una mujer exuberante como Aida, pero a quien vio fue a una mujer entrada en años, con el cabello canoso y una actitud bonachona.

“¡Pero qué encanto! ¡¿Es su esposa, Señor Gibrand?!”, exclamó la secretaria acercándose a Frida con curiosidad.

“Así es. Margaret, te presento a Frida”, respondió Román con una sonrisa llena de satisfacción”.

Frida, te presento a mi encantadora secretaria.

“¡Usted llamó a noche! Creo que se cortó la llamada”, dijo Margaret apenada mientras Frida se sentía mal por haber sentido celos.

“Es un gusto conocerla, Señora Margaret”, dijo apenada, quería esconder la cabeza bajo tierra.

“El gusto es mío. ¡Qué encanto de mujer, Señor Gibrand! ¡Y qué hermosos ojos tiene!”, agregó la secretaria acariciando con cariño el brazo de Frida

“Ahora entiendo su búsqueda incansable por ese instrumento, todo sea para mantener a una esposa tan linda, feliz. Qué suerte tiene, Señor Gibrand”.

“La tengo, Margaret… Vaya que la tengo”, respondió cruzándose de brazos.

“Si no hay nada más que decir, te invito a que te cambies el camisón”.

Frida notó que seguía molesto y se sintió arrepentida por sus celos sin sentido. Sin pensarlo dos veces se acercó a Román y le dedicó una mirada apenada.

“Lo siento…”, dijo en voz baja, pues su orgullo quería ahorcarla.

Se inclinó y depositó un beso tierno en la comisura de la boca de Román mientras con una mano acariciaba su mejilla.

“Me iré a cambiar de inmediato”.

Se alejó en silencio y con la mirada abajo. No quería ver el rostro de Román, no quería descubrir que seguía molesto y que su disculpa escueta y su beso insípido no habían cambiado su actitud, pero antes de que subiera las escaleras, una mano la tomó de la muñeca y la hizo girar hacia atrás.

Sus pies perdieron el apoyo de los escalones, pero encontró equilibrio cuando chocó con el pecho de Román, quien la abrazó con fuerza por la cintura, manteniéndola ceñida a su cuerpo.

“Me debes más que un ‘lo siento’”, dijo contra su boca antes de arrebatarle un beso feroz que hizo vibrar su cuerpo.

“Se me olvida que tú nunca podrías regalar nada sin esperar algo a cambio”, contestó Frida apoyándose en el pecho de Román.

“Soy un hombre de negocios…”.

Enredó sus dedos en el cabello castaño de Frida, manteniéndola firme para que su boca pudiera devorar sus labios con ardor. Frida no pudo resistirse, terminó abrazada a él, pegando su cuerpo con ansias. Lo había extrañado durante la noche y no podía negarlo, deseaba arrastrarlo a la habitación.

La temperatura iba en aumento hasta que unas risitas detrás de ellos llamaron su atención. Emma y Carina estaban desde el barandal viendo como sus padres se besaban.

“Niñas, no es bueno espiar”, dijo Román sin despegar la mirada de Frida.

“Es lindo verlos así”, dijo Emma con una sonrisa amplia.

“¿Román? ¿Me llamaste?”, preguntó July en la puerta del despacho.

Apenas había llegado para la clase de las niñas.

“Sí… ¿Podrías explicarme por qué mi familia se enteró de que Frida es una Sorrentino?”.

Ni siquiera levantó la mirada, seguía perdido en los documentos en su escritorio.

“¿Insinúas que fui yo quien se los dijo?”.

“Lorena te vio salir de mi despacho después de que Álvaro dejara el acta de Frida”, respondió y July maldijo a esa criada en su mente.

“Román… te estoy haciendo un favor. ¿Qué otro motivo necesitas para alejar a esa mujer de tu vida? Ha gritado a los cuatro vientos que te odia, se mantiene distante y grosera, es hija de Sorrentino”.

Es un potencial peligro para la empresa y para tu futuro, pero parece que no eres capaz de notario.

“¿Crees que necesito tú ayuda?”, preguntó furioso y se levantó del escritorio apretando los dientes.

“Pareces ciego… ¿Es porque se rehúsa a ser tuya? “.

La pregunta hizo sonreír de lado a Román.

“Ella es mía. Es la madre de mis hijas…”.

“Emma no lleva tu sangre…”.

“Pero lleva mi apellido y ante la ley es mi hija”.

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