Capítulo 30:

Frida se estiró hasta poder abrazarse al cuello de Román y el beso duró el tiempo suficiente para que la encargada se fuera a asomar preocupada por la tardanza, encontrándoselos unidos en un beso dulce.

“¿Todo bien?”, preguntó tomando el vestido con cuidado y ofreciendo una sonrisa apenada.

“Todo bien”, respondió Román viendo a Frida como ese preciado tesoro que debía proteger.

Frida apuró el paso para alcanzar a Román, que iba directo a la caja a pagar, y lo jaló de la manga.

“Román… podemos cancelar la boda y evitar que…”.

“No le tengo miedo a tu padre”.

“No se trata de él, se trata de lo que piense tu familia. Si de por si no les agrado, pensarán que soy una clase de espía y…”.

“No le tengo miedo a mi familia”.

“¿No hay forma de que esto te haga perder la empresa?”.

De pronto Frida tenía miedo de que Román no cumpliera con su objetivo, pero no obtuvo respuesta, solo incertidumbre.

Cuando el abogado salió de la casa, July también había terminado de dar la clase y la curiosidad le picó justo en el corazón.

Asegurándose de que nadie se diera cuenta de sus intenciones, entró al despacho de Román y se acercó a ese sobre amarillo que Álvaro había dejado sobre el escritorio. Sacó el documento y empezó a leer con avidez. Era el acta de nacimiento de Frida y sus apellidos no concordaban.

Sin perder tiempo, tomó fotos del documento con su celular mientras su sonrisa se volvía cada vez más grande.

“Así que eres una Sorrentino. Esto no le va a agradar nada a los Gibrand”, dijo en voz baja mientras evitaba reír a carcajadas.

“¿A quién será mejor darle la noticia? ¿Al viejo Benjamín? Tal vez sería encantador mandarle una invitación a los Sorrentino para la boda de su querida hija”.

Se mordió los labios y salió del despacho, sintiéndose revitalizada y llena de dicha.

Román pagaba sin chistar el vestido, esta vez no parecía molesto por desembolsar una cantidad exorbitante. De pronto Frida vio como la puerta de cristal se comenzó a llenar de personas con cámaras.

Tocó un par de veces el hombro de Román mientras fruncía el ceño, disgustada, se sentía como un animal de zoológico. Cuando Román volteó no pudo evitar resoplar con molestia.

“Salúdalos… son la prensa”, dijo molesto y tomó de la mano a Frida.

“¿La prensa? ¿Pues a quién buscan?”.

Estaba tan acostumbrada a Román que se había olvidado de que era uno de los empresarios más asediados. Era casi una celebridad.

“Ah… claro… a ti”.

“Y a ti. Te recuerdo que eres mi esposa y querrán saber más de nuestra relación. ¿Estás lista para salir?”.

“¿Cómo lo haremos?”.

“¿Has visto el fútbol americano?”, preguntó Román y Frida asintió confundida.

“Tú eres el balón”.

La pegó a su cuerpo y la envolvió con un brazo de manera protectora.

En cuanto abrió la puerta cayeron sobre ellos los ‘flashes’ y los micrófonos. Aunque era una turba pequeña, no era inofensiva.

‘¡Señor Gibrand! ¿Quién es la Señorita que lo acompaña?’, ‘¡¿Es verdad que piensa volver a contraer nupcias?! ¿Qué lo animó?’, ‘¡¿Es la misma chica que lo acompañó a la fiesta anual de su empresa?!’. Las preguntas caían como una lluvia fría y molesta.

Frida mantenía el rostro oculto contra el pecho de Román mientras este intentaba sacarla de ahí.

“¡Señorita! ¡¿Puede deciros algunas palabras para el noticiero…?!”, dijo uno de ellos y alcanzó a tomar el brazo de Frida, dándole un jalón que la apartó de Román.

El horror se apoderó de ella, de pronto se sentía rodeada y asfixiada.

“¡¿Qué piensa del divorcio del Señor Gibrand y la Señorita Casidy Miller?! ¡¿Usted tuvo que ver en su separación?!”.

El reportero que la había alejado de Román la mantenía sujeta del brazo, haciéndola presa de las luces y las cámaras.

“¡Suéltame!”, exclamó molesta y su puño terminó en la cara del periodista que retrocedió adolorido.

En ese momento Román pudo sacarla del tumulto, pero el daño estaba hecho, ahora toda la atención estaba en el hombre herido.

Con paso rápido llegaron al estacionamiento y una vez en el coche, Román salió a toda velocidad del centro comercial. Los nudillos de Frida estaban enrojecidos y le costaba cerrar el puño, era como si ya no embonarán con el resto de su mano.

“Creo que lo arruiné…”, dijo en voz baja casi para sí.

“Supongo que no es bien visto golpear reporteros”.

Temía que Román estuviera de malas, pues era claro que eso tendría repercusiones. Ya se podía imaginar la primera plana de todos los diarios.

“Se lo tenía bien merecido”.

“Parece que creen que te separaste de Casidy por mi culpa”, dijo Frida esperando una respuesta que la reconfortara, pero nunca llegó.

“No fue así… ¿Verdad?”.

“Eso es algo que no te importa”, contestó Román con el ceño fruncido, rehusándose a admitir que había despreciado a Casidy al tener la oportunidad de recuperar a Frida.

“¿En verdad la dejaste por el contrato que teníamos?”.

“¿Por qué te cuesta tanto creerlo?”.

“Porque un hombre como tú no parece estar atado a nada. No hay nada que te impida hacer lo que quieras hacer, ni siquiera un contrato. Con ella hubieras tenido hijos muy bonitos, una esposa dócil y entregada, joven…”, dijo Frida cabizbaja.

“Casi siento lástima por ti”.

Llegaron al estacionamiento de la mansión y Román estaba claramente molesto por tener que recordar el acto desesperado de casarse con Casidy.

En cuanto Frida quiso abrir la puerta del auto, Román puso los seguros, encerrándola con él.

“¿Por qué sientes lástima por mí, Frida?”, preguntó.

“Eso era lo que querías. Una mujer dócil, una mujer que se entregara en cuerpo y alma a tus objetivos. Por eso me escogiste en un principio, porque podrías tener mi sometimiento gracias a la enfermedad de Emma, pero Casidy era dócil sin todo eso”.

“¿Te hubiera gustado que siguiera con Casidy?”, preguntó Román apretando las manos en el volante.

“Te ofrezco todo y… ¿Preferirías que estuviera con otra?”.

Frida notó su mirada herida y sus mandíbulas apretadas. No entendía por qué se había enojado de esa forma.

“Tal vez tienes razón… ¿Por qué aferrarme a una gata salvaje que solo sabe morder, cuando tenía un manso cordero? Ni siquiera yo lo entiendo, pero las cosas están hechas y no pienso gastar mi tiempo en buscarla”, dijo Román tomando la mano lastimada de Frida.

“Un poco de hielo y estarás como nueva”, agregó antes de salir del auto.

Tiziano Sorrentino parecía ser justo una versión más grande y estricta de Román. Sus empleados le temían y era complicado conseguir una cita con él. July tuvo que esperar el momento exacto en el que él llegaba al edificio de su empresa para poder atajarlo.

“¡Señor Sorrentino!”, exclamó agitando la mano en el aire y acercándose con una jovialidad que irritó al hombre. Se detuvo casi en seco y retrocedió un par de pasos.

“Ah… yo… soy… Julia Bafel”.

Tiziano la vio de arriba abajo con la mirada fruncida y la dejó con la mano extendida. Cuando se disponía a entrar al edificio, July insistió.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar