La divina obsesión del CEO -
Capítulo 29
Capítulo 29:
Deslizó su mano por el cuello de Frida hasta hacerla levantar el rostro. Se sentía presa, como si fuera una inocente coneja en las fauces del feroz lobo. Se mantuvo quieta y su respiración se aceleró, así como su corazón.
“Te describirán como la mujer más hermosa que sus lentes hayan grabado, aclamarán tus bellos ojos y tu piel tersa, describirán la deliciosa figura que luces y muchos me envidiarán, no por mi dinero ni mi poder, sino porque nunca podrán tener en sus camas a una mujer tan apetecible”, agregó mientras recorría con su boca la piel de Frida, desde el hombro hasta el cuello, torturándola.
“¿Eso es lo que quieres? ¿Crees que soy la mujer correcta para levantar la envidia de los hombres?”, dijo Frida viéndose ante el espejo, dudando de su propia belleza.
“Creo que te equivocaste. Hay mujeres más hermosas”.
“¿Te estás viendo, Frida? ¿En verdad tus ojos pueden apreciar lo que ese espejo refleja?”, preguntó Román sorprendido. Para él, Frida era una mujer muy hermosa y no comprendía que su autoestima estuviera tan devaluada.
“Un collar de diamantes adornará tu delgado cuello, aretes de oro y platino, pulseras con rubíes que combinen con tu ramo de rosas rojas”.
Se la imaginaba y perdía el control, necesitaba tomarla.
“Rosas rojas… como la que me enviaste con tu amenaza… ‘cuando te ponga las manos encima…’”.
“Y la he cumplido. No he parado de ponerte las manos encima y no dejaré de hacerlo”.
Con ambas manos en su delgada cintura la hizo girar hacia él, chocando su cuerpo con el suyo, sintiéndola tan pequeña, vulnerable y apetecible. Moría de hambre.
“Debería… ir a quitarme el vestido”, dijo Frida con las mejillas enrojecidas y sin saber cómo huir de él, pero solo lo hizo sonreír con picardía.
“No me tientes, Frida”, expresó inclinándose hacia ella y probando sus labios. Apenas los había rozado, quería degustarlos con lentitud, pero su sabor lo alteró y el beso se volvió hambriento.
Frida se abrazó a él, sus piernas temblaban y sentía que caería si no fuera por las fuertes manos de Román que la mantenían pegada a su cuerpo. La fiebre comenzaba a contaminarla y temía ser poseída por él en medio de la tienda.
Con un sutil carraspeo, la vendedora rompió con el pasional momento.
“Entonces… el vestido… ¿fue de su gusto?”, preguntó apenada.
“Nos lo llevamos”, dijo Román contra los labios de Frida, clavando su oscura mirada en los azules ojos de su esposa.
“Bien… entonces… guiaré a la Señorita a los vestidores”, dijo la encargada temerosa de que la bestia que había poseído a Román la atacara por querer quitarle a su presa.
“Es mi esposa”, aclaró Román, pero parecía más una forma de recordárselo a Frida.
Sin decir ni una sola palabra, ambas mujeres recorrieron el camino de regreso a los vestidores mientras Román quería bajar la temperatura de su cuerpo.
Cada vez sucumbía con más facilidad a Frida y sin que esta fuera provocativa. No se imaginaba el día que ella llegara a él, deseándolo con tanta ferocidad.
De pronto su teléfono repiqueteó en su bolsillo y de inmediato contestó al ver que se trataba de su abogado.
“¿Señor? ¿Está indispuesto?”, preguntó Álvaro con educación.
Román bajó la mirada a su entrepierna y sonrió divertido.
“Te escucho…”.
“Descubrí quienes son los padres de la Señora y creo que… no le va a gustar nada”.
La excitación de su cuerpo fue sustituida por intriga y su mirada se clavó en la dirección en que desapareció Frida.
“¿Quiénes son sus padres?”, preguntó con la voz cargada de incertidumbre.
“Su padre es Tiziano Sorrentino, es el dueño de la petrolera Tizo…”, comenzó a explicar Álvaro con voz temblorosa.
Román apretó el celular en su mano hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Se maldecía por no haber investigado a Frida antes de firmar ese contrato, pero… ¿hubiera hecho alguna diferencia?
En ese momento parecía que no importaba si su padre era el mismo diablo, él no la dejaría salir de su cama.
“Cabe recordarle, Señor, que el corporativo Gibrand ha estado en peleas constantes con la petrolera Tizo y su boda con la Señora Frida supondría…”.
“Un gran problema”, dijo Román apretando los dientes.
Román no sabía cuánto tiempo había pasado, pero era el suficiente para que Frida ya estuviera lista. ¿Intentaba escapar una vez más? Román se atormentó con esa pregunta y fue en su búsqueda.
Llegó al probador correcto y abrió la puerta con brusquedad, encontrando a Frida luchando con el cierre de su espalda.
“¿Román?”, preguntó desconcertada.
“Tardabas…”.
“No puedo bajar el cierre. Dame tiempo… y…”.
Román la giró con gentileza y bajó el cierre por ella.
“Él no es mi padre. No desde hace más de diez años”, respondió Frida cabizbaja mientras escuchaba como el cierre se abría.
“¿Si sabes quién es él? ¿Estás consciente de lo que hace?”.
“Sí, lo mismo que tú. ¿Por qué hablas como si eso fuera malo?”, preguntó molesta y a cambio Román tiró de ella, volteándola y poniéndola contra la pared del vestidor.
“Es la competencia directa del corporativo. Ha querido sacarnos del mercado e intentado sabotearnos por años. Tu padre es un maldito hijo de p%ta”, dijo Román con los dientes apretados.
“Hablas como si tú no hubieras intentado sabotearlo alguna vez”, respondió Frida entrecerrando los ojos.
“¿Llegaste a mí por órdenes de él?”.
“¿Crees que trabajo para él?”.
Frida sonreía divertida.
“¿En verdad piensas que idearía un plan tan elaborado?”.
Las carcajadas de Frida irritaron a Román y la tomó con una mano por el cuello, acabando con su buen humor.
“Pues eso será lo que piensen todos cuando vean nuestra boda”, dijo Román con los dientes apretados.
“Si quieres, la puedes cancelar. Aún estás a tiempo”, dijo Frida sosteniendo con ambas manos el escote del vestido para que este no cayera al piso y terminara desnuda.
“Pero él no es mi padre. Desde hace años lo dejó claro”.
Las lágrimas se asomaban por el borde de sus párpados y sin dejar de sonreír dejó caer el vestido. Román retrocedió y al mismo tiempo ella le dio la espalda.
“En tanto tiempo no te has dado cuenta de nada”, afirmó abrazándose a sí misma mientras la luz del vestidor alumbraba unas finas cicatrices en su espalda y muslos.
“Fui la mejor en ballet y gané reconocimientos. Era alabada por mis habilidades con el violín y estaba a nada de volverme concertista. Todo gracias a mi padre y su ‘disciplina’. Cada herida es un golpe con fuete, ese era mi castigo si fallaba, y ganaba un golpe más si lo retaba”.
Román acarició cada herida con la yema de sus dedos, era la primera vez que no tocaba la piel de Frida con lujuria, sino con lástima.
“’El dolor de la perfección’, así decía él. Dejó de contemplarme como su hija cuando decidí huir con Gonzalo. Si crees que soy una espía… no lo soy. Si piensas que juego a su favor, te equivocas”.
Las lágrimas caían por su rostro, pero mantenía una sonrisa insípida.
Tomó su brassier y Román intervino para ayudarla, abrochó la prenda con cuidado y acomodó los tirantes en sus hombros.
No iba a decir que sentía lástima por ella, pues sabía que eso la molestaría, su orgullo no daba espacio para la compasión. En eso se parecían.
En silencio, tomó su rostro con gentileza, limpió las lágrimas rezagadas y se inclinó para darle un beso tierno, carente de lujuria, pero lleno de sentimiento.
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