La divina obsesión del CEO -
Capítulo 28
Capítulo 28:
“Miserable… no metas al Señor Benjamín en esto”, dijo Frida llena de odio e indignación.
“¿Yo soy la miserable? ¿Es en serio? Tú estás jugando a ser la esposa de Román para quitarle todo a Benjamín y ¿yo soy la miserable?”.
Agudizó la mirada y sonrió desdeñosa.
“Espero que sea la última vez que me levantas la mano. Román ha sido benevolente y paciente contigo, pero cuando estés del otro lado del tablero no querrás tenerlo en tu contra.
“Ya estuve una vez del otro lado del tablero…”.
“iJamás lo has estado! ¡Si te persiguió con tanta insistencia fue por Benjamín!, pero cuando todo acabe, con un chasquido de sus dedos te puede desaparecer. Él es poderoso no solo por su buen ojo para los negocios. Quita de su camino a la gente que le estorba… y no está de más recordarte que yo soy mil veces más importante en su vida que tú, si sigues en nuestras vidas después de culminar el contrato, le pediré que te quite del camino”.
“Descuida, cuando todo termine seré la primera en salir corriendo de aquí. No tengo intenciones de seguir en esta maldita casa y atada a ese hombre”, dijo entre dientes y viendo con odio a July.
“No decías lo mismo en el hospital”, intervino Román entrando a la habitación y dejando a ambas mujeres sin palabras.
“En ese momento te aferrabas a mi espalda. ¿Necesitas que me levante la playera para mostrarte los rasguños que me dejaste?”.
July se quedó boquiabierta. Le quedaba claro lo que había ocurrido, las mejillas ruborizadas de Frida se lo confirmaban y el corazón se le rompió.
“Danos privacidad, quiero hablar con la ingrata de mi esposa”, dijo Román apretando los dientes.
“Después tendrás tiempo de explicarme por qué llegaste tarde a tu deber con mis hijas”.
“Sí, Román”, respondió July agachando la cabeza y saliendo de la habitación.
“Así que sigo siendo tan detestable para ti”, dijo Román acercándose imponente y feroz, pero con esa frialdad que congelaba la sangre de Frida.
“Román… no quise decir eso…”.
“¿Ah no? ¿Por qué no lo parece? Entre más pasa el tiempo, más me odias… lo único que parece satisfacerte de mí es el sexo”.
“Y cómo te comportas con las niñas…”.
La observación de Frida lo hizo levantar una ceja y entrecerrar los ojos. Se acercó un poco más con las manos detrás de la espalda, queriendo averiguar si había sido una broma.
“Entonces… estás satisfecha con mi desempeño entre tus piernas”, afirmó Román con media sonrisa. Orgulloso de su labor.
“¿Qué necesitas, Román? ¿Qué papel quieres que firme ahora?”, añadió Frida queriéndose esconder detrás de su orgullo.
Sin esperarlo, Román la tomó por la cintura y la bajó de ese pequeño banco, pegándola a su cuerpo y viéndola con atención como si estuviera traduciendo su rostro sonrojado y sus ojos llameantes.
“¡¿Qué te pasa?!”, exclamó molesta y quiso zafarse de su agarre apoyándose en el fuerte pecho de Román.
“¿No puedo abrazar a mi esposa? ¿Qué me lo debería de impedir?”.
“Cuando se abraza a alguien lo haces por cariño o consuelo, no por molestar…”.
“¿Quién te dijo que te quiero molestar?”
Román suspiró y guardó su rostro contra el cuello de Frida.
“¿Te gusta el vestido? ¿En verdad deseas usarlo el día de la boda?”.
“¿Eso importa? ¿No termino usando todo lo que tú escoges para mí?”, preguntó dolida, parecía una muñeca de trapo colgando de los fuertes brazos de Román.
“Bien, cámbiate de ropa, iremos por un vestido digno de tu belleza”.
“¿Qué?”.
“Lo que escuchaste. Te espero abajo”.
“¿A dónde irás tan elegante?”, preguntó July acercándose con una sonrisa tímida a Román que veía su reloj al pie de las escaleras.
“lremos de compras”, respondió inexpresivo y suspiró.
“Tú y… ¿Quién más?”.
Román levantó su mirada hacia ella, dudando de su inteligencia.
“Frida y yo”.
“¿Llevarán a las niñas?”.
“No, se quedarán aquí. Llegaste tarde así que repondrás ese tiempo y espero regresar antes de que termine la clase”.
“Y… ¿Qué comprarán?”, preguntó July con el corazón retorcido, haciendo tiempo mientras trataba de encontrar la forma de evitar que salieran solos.
“Ropa”.
Román sonrió con malicia.
“Tal vez lencería”.
Mientras July permanecía con la boca abierta y el coraje atorado en la garganta, Frida bajó los escalones, no muy segura de querer continuar con los planes.
“Si va vestida de esa forma, no parecerá que van juntos”, dijo July torciendo la boca y viendo de arriba abajo a Frida con desagrado.
Frida revisó su atuendo y se dio cuenta que mientras Román llevaba un fino traje azul marino que lo hacía ver imponente y refinado, ella portaba unos vaqueros de mezclilla y unos tenis viejos.
Antes de que encontrara las palabras correctas para responder inteligentemente al comentario de July, Román le cortó la inspiración.
“¡Lorena!”, exclamó haciendo pegar un brinco a la pobre criada que casi tira la canasta con ropa recién lavada.
“¡Sí, Señor!”, respondió Lorena mientras temblaba como un ciervo aterrado.
“Cuida de mis hijas, lo que les pase te lo haré a ti, con creces”, amenazó Román acomodándose los puños de la camisa.
“¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! ¡Quise decir! ¡Sí, Señor!”, exclamó al ver la mirada iracunda de su jefe.
“Yo puedo encargarme de las niñas”, dijo July.
“Has demostrado ser una incompetente. No quiero que sufran de otro ‘descuido’”, respondió Román sin voltear.
No le daba mucha importancia a las discusiones entre Frida y ella, pero cuando se trataba de las niñas, su postura era muy diferente.
Román descansaba en el cómodo sofá de la tienda mientras las empleadas se asomaban por encima de las vitrinas para admirarlo.
Se sabía atractivo para el género femenino y le daba orgullo, pero… ¿qué pasaba con Frida?
¿Por qué no lograba domarla? Era como una yegua salvaje, apenas sentía las riendas y tiraba patadas.
¿Tenía razón July? ¿Estaba aferrándose a Frida, cuando ella solo era una malagradecida?
De pronto se olvidó de todo al verla con un vestido blanco que se entallaba con deleite a su cuerpo, estilizando su fina cintura y favoreciendo las curvas tan cardiacas de sus caderas que le generaban infartos a Román.
Frida alisó la tela y se vio al espejo, luciendo una sonrisa tímida que no pasó desapercibida para él.
“¿Qué le parece, Señor Gibrand? ¿No se ve hermosa?”, preguntó la vendedora queriendo ser complaciente.
“Se ve… preciosa…”, respondió Román acercándose a Frida y viéndola con deseo.
“No es necesario que cambiemos de vestido”.
Frida tomando la etiqueta de este y viendo el costo tan elevado.
“Nos casaremos frente a toda mi familia, Frida, debes verte espectacular”, dijo Román parándose detrás de ella y con la mirada perdida en la piel descubierta de sus hombros.
“La prensa cubrirá el evento y dirá que el CEO del corporativo Gibrand se casó con una criatura encantadora”.
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