Capítulo 3:

Todo sentimiento que llegaba a sufrir se volvía un torbellino de furia.

Sin decir nada más, Román se alejó de ahí con la cabeza hecha un lío. Su orgullo le impedía acceder a las exigencias de su abuelo, pero su corazón le suplicaba que cediera. Valía la pena complacerlo y ayudar a que su partida fuera como él quería.

¿Deseaba verlo casado y con hijos? Así sería.

Salió del hospital frustrado y herido, pero con el mismo semblante arrogante que siempre presumía.

Podía tener los sentimientos revueltos, pero por fuera se mostraba controlado. Se encargó de llamar a su abogado; estaba dispuesto a cumplirle el capricho a su abuelo, pero sería bajo sus términos.

“Quiero que se haga un comunicado sutil entre las mujeres que sean cercanas a mi círculo social. Estoy buscando una esposa. Las entrevistarás y me mostrarás a las mejores”.

“No quiero una mujer interesada o en exceso vanidosa, tampoco una mujer que vaya a gastar mi dinero como si fuera agua, no quiero modelos, pues necesito que estén dispuestas a tener un hijo conmigo… Que sea prudente y sepa contener su lengua, mi abuelo no se puede enterar de todo esto”.

“Entendido, Señor”, dijo el abogado mientras terminaba de apuntar todas sus exigencias en una libreta”

“¿Algo más?”

“Que tenga más de treinta años, no quiero estar peleando con una niña”, agregó sobándose las sienes, sabiendo que sería un reto encontrar a alguien que cumpliera con todas esas características.

“Me pondré a buscar a alguien de inmediato”, dijo el abogado antes de colgar y sintiéndose en aprietos.

Una de las criadas de la casa, la cual había escuchado la llamada, estaba divertida por ver a su amigo tronándose los dedos.

Su ansiedad no lo dejaba fallar, pero siempre era divertido verlo sufrir en el proceso.

“Eso significa que no podré entrar en la lista de candidatas”, dijo la chica con una sonrisa insolente.

“Ni se te ocurra hacer esa broma frente al jefe o te correrá de la casa”, contestó el abogado sin saber por dónde empezar.

De pronto alguien tocó a la puerta y la criada tuvo que ir a abrir. Se encontró del otro lado a una chica de enormes ojos azules, con una belleza que se ocultaba debajo de cansancio y dolor.

Con solo verla daba lástima.

“¿Sí? ¿En qué te puedo ayudar?”, preguntó con curiosidad.

“Hola… Quería saber si había algún trabajo que pudiera hacer en esta casa. Estoy dispuesta a hacer lo que sea. No sé si pueda hablar con tus jefes”, dijo Frida tronándose los dedos.

Necesitaba conseguir el dinero para Emma.

“Lo siento, pero mi jefe es muy «especial» y no suele contratar gente sin referencias o recomendación…”

“Por favor, necesito el dinero, mi hija está muriendo y no tengo tiempo que perder. Lo que sea lo haré. No tengo donde vivir, no tengo nada que vender…”

La criada se quedó impactada por la desesperación de Frida y pudo sentir empatía.

“Ahora que lo mencionas…”

“Mi jefe está solicitando cierta clase de ‘trabajadora’”, dijo cruzándose de brazos y viendo a Frida de pies a cabeza.

Era una mujer encantadora a excepción de su estado depresivo.

“Ven, te llevaré con el entrevistador para que te explique mejor”.

La tomó de la mano y pese a que Frida sintió una punzada de desconfianza, no dudó en seguir a la chica dentro de la casa, que era una mansión hermosa y grande.

La criada tocó un par de veces en la puerta del estudio donde el abogado seguía dándole vueltas a las órdenes de su jefe.

“Te tengo a tu primera concursante”, dijo emocionada y señaló a Frida con emoción.

Frida se mantenía al borde de esa enorme cama con sábanas de algodón y seda, sosteniendo su celular entre sus manos.

Un vestido color azul adornaba su cuerpo y su cabello caía por sus hombros. Estaba nerviosa y con ganas de salir corriendo, pero el acuerdo era demasiado bueno y tiempo era lo que no tenía.

De pronto recibió una llamada, reconoció de inmediato el número y no tardó en contestar, intentando que las lágrimas no arruinaran su maquillaje.

“¿Mamita?”, esa hermosa voz que iluminaba todos sus días hizo vibrar su corazón.

“Mi niña. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes?”, preguntó tratando de modular su tono para no preocupar a su pequeña Emma.

“Bien, pero te extraño”, dijo la niña con tristeza.

Era la primera noche cuya madre no pasaría en su habitación en el hospital.

“Yo también te extraño, mi cielo, mi bebita linda”, añadió con el corazón desangrándose.

Su dolor era tan grande que le explotaría en el pecho.

“¿Cuándo vendrá papito a verme? También lo extraño…”

De pronto su dolor cambió, ya no era ese cargado de nostalgia y anhelo, más bien estaba intoxicado con rencor.

Recordó lo ocurrido en la oficina de Gonzalo y no supo qué contestar, era claro que no iba a regresar, ni siquiera para ver a su hija.

“No lo sé, mi amor. No lo sé…”.

“Pero… ¿Vendrá?”

Era como si Emma sospechara del abandono de su padre mucho antes de que Frida se lo confirmara.

“Él está trabajando mucho. Por eso no va, pero cuando tenga la oportunidad…”

Se detuvo, no quería darle falsas esperanzas a su hija.

“¿Vendrá? Cuándo tenga tiempo, ¿Vendrá?”

“Mi amor… Yo… Tengo que colgarte… Tengo que hablar con… mi… futuro jefe y…”.

Con cada palabra que pronunciaba se sentía más en aprietos. Emma era una niña pequeña, pero no podía suponer que no tendría la inteligencia para comprender lo que ocurría.

“Sí… Ya sé…”, dijo con tristeza.

“Te quiero mucho, mami”.

“Y yo a ti, mi vida. Te quiero con todo mi corazón”, contestó Frida perdiendo la fuerza, pero sabiendo que tenía que seguir adelante por su pequeña Emma.

Se quedó por un momento escuchando la llamada terminada en su oído hasta que la puerta de la habitación se abrió, levantándose de un brinco, asustada. La criada que la había metido en ese problema sonreía con suficiencia.

“¿Estás lista?”.

Le ofreció su mano y una sonrisa que no convenció del todo a Frida, aun así, juntas salieron de la habitación.

“Te ves hermosa. Le vas a encantar.”

“Esto es una locura”, respondió Frida mordiéndose los labios.

“¿Cómo es el Señor Gibrand?”.

“Horrible”, dijo la criada con una sonrisa amplia.

“Viejo y poco atractivo. Por algo tiene que comprar una esposa, ¿No crees?”.

Se le erizó la piel a Frida y le dio horror pensar que tendría que satisfacer a un viejo morboso y desagradable por dinero. ¿Lo haría por Emma? La respuesta era un claro sí.

Llegaron a un enorme comedor donde estaba todo dispuesto para una aparente cena romántica: luces tenues, vajilla fina, cubiertos de plata y una botella de vino lista para ser descorchada. Frida rodeaba la mesa, deslizando sus dedos por los respaldos de las sillas mientras Román la veía desde la oscuridad.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar