Capítulo 22:

Frida se quedó sin palabras y esa sensación de soledad se disipó cuando vio directo a los ojos a Román. Una parte de ella quería dejar de luchar y aceptar todo lo que viniera de él, pero otra parte, llamada orgullo, se aferraba a seguir resistiéndose.

“¿Bailamos?”, preguntó Román y ante la mirada cargada de ilusión de sus hijas, llevó a Frida a la pista de baile.

La noche había seguido su curso y las niñas habían sido arropadas por su madre mientras Román buscó privacidad para hablar con su abuelo.

Cuando Frida iba a tomar asiento y fingir que no se percataba de las miradas insolentes en su contra, July se plantó frente a ella con una mirada que delataba sus malas intenciones.

“Frida, lamento mi reacción de hace rato, entenderás que yo vi a Román desolado por tantos años. Sus padres lo dejaron cuando era solo un niño y las cosas de su madre siguen teniendo un valor inigualable…”.

“No necesitas decirme nada a mí, en dado caso, tal vez debas hablar con Matilda”.

“Sí, como sea”.

July torció los ojos. Ella no le pedía disculpas a la gente que estaba para servir.

“Te quería presentar a mis padres”.

La pareja se acercó con molestia, como si Frida fuera alguna clase de animal detrás de una vitrina. De inmediato ella supo que vendría otro momento bochornoso y agradecía que las niñas ya estuvieran dormidas. Sonrió y ofreció su mano, pero ninguno de los dos la estrechó.

‘Claro, ¿por qué no me sorprende?’, pensó.

“Así que es la esposa de Román. Me sorprende, él es un hombre exigente en todos los aspectos…”, dijo el padre de July.

“¿A qué te dedicas, Frida?”, preguntó la esposa, viéndola de pies a cabeza con desprecio.

“Frida no trabaja, tampoco estudia”, respondió July por Frida, con gesto pensativo como si estuviera haciendo memoria.

‘¿Me dejarán responder o solo harán suposiciones?’ se preguntó Frida y ofreció una sonrisa forzada.

“¿Qué hacías antes de casarte con Román?”.

Frida vio a July por un momento, quería saber si ella no respondería también a esa pregunta, ya que tenía tanto interés.

“Era hostess en un restaurante que…”.

“¡¿Hostess?!”, exclamó la Señora entre risas.

“¡Dios mío! ¿De dónde sacó a esta chica?”.

“¿Román estaba tan desesperado por una mujer?”, preguntó el Señor defraudado.

Bueno, no se puede aspirar a mucho cuando no se tiene una profesión, añadió July aparentando defender a Frida, aunque claramente sus intenciones eran humillaria.

‘¿Por qué no se van ala m!erda los tres juntos?’ pensó Frida, pero solo sonrió más.

“¿No estudiaste?”, preguntó la madre de July sorprendida y dedicándole una mirada cargada de lástima.

“No, mamá. ¿Cómo podría hacerlo si a los dieciocho años se embarazó de su primera hija?”.

De nuevo era July respondiendo por Frida.

“¡Ay, Román! ¡¿Qué haces con una madre soltera?! ¡¿Qué haces con una hija que no es tuya?!”, preguntó en voz alta el padre de July, levantando la mirada al techo como si allí pudiera encontrar la respuesta.

“Qué trágica tu situación, niña”, dijo la Señora.

“Pero más trágico que buscaras a un hombre adinerado para exprimirlo y hundirlo. La mandíbula de Frida se desencajó; quería gritar que ella no estaba ahí por gusto, que los odiaba y los golpearía de poder hacerlo, pero solo frunció la boca en una sonrisa desagradable.

“lré por algo de beber… ¿Quieren?”, preguntó Frida queriendo zafarse del incómodo momento.

“Sí, de hecho, yo tengo una petición”, dijo la madre de July tomando el brazo de Frida con delicadeza.

“Aléjate de Román. Eres una mujer muy hermosa, pero te ves horriblemente mal persiguiendo a un hombre por su dinero”.

“¡Ay, Señora!”.

Frida estaba desesperada, sabía que no debía decir nada, pero odiaba que creyeran que era la abusiva de la relación.

“Hablo en serio. Román es un hombre preparado, inteligente y exitoso. Es claro que lo ves como una salvación para ti y para tu hija, pero no es justo. No seas una mujer aprovechada, una asquerosa cazafortunas”.

“Señora…”.

“Cállate, niña. ¿Crees que Román desatenderá sus obligaciones con Carina? Él no es así. Confórmate con lo mucho o poco que te pueda dar para la niña y no seas un parásito. Las mujeres como tú me dan asco”, agregó el Señor con la boca llena de odio.

Cuando Frida estaba a punto de empezar a desahogarse, una voz potente y escalofriante retumbó en el salón.

“July, Señores Bafel, les voy a pedir que sea la última vez que cuestionen mi matrimonio con Frida. Es un tema que a ustedes no les compete”, dijo Román con la sangre llena de rabia. No le había gustado escuchar cómo atacaban a Frida.

“Román, un hombre tan inteligente y poderoso no puede conformarse con una mujer tan… ‘simple’ por no decir vulgar y sin clase”.

La madre de July buscaba el adjetivo perfecto para ofender a Frida con elegancia mientras la veía con asco.

Antes de que Román pudiera responder a ese desagradable comentario, Frida lo interrumpió, buscando ser igual de refinada para contestar.

“Estudié danza desde los cinco años, aprendiendo ballet clásico y presentándome en eventos como el lago de los cisnes y el cascanueces, y no hablo a nivel escolar, me refiero a eventos donde ustedes apenas y hubieran alcanzado a pagar el boleto más barato”, dijo Frida con coraje y viéndolos con el mismo asco que ellos la habían visto.

“Para terminar con su ridículo intento de humillarme, estudié desde los ocho años en el conservatorio, donde aprendí a tocar más de cinco instrumentos, mientras ustedes apenas saben tocar puertas. Así que… no vuelva a decirme ‘simple’ o ‘vulgar’ porque le aseguro que usted es más ‘simple’ de lo que yo puedo ser”

Se cruzó de brazos y su piel se erizó. No le gustaba recordar esa parte de su vida.

Todos quedaron en silencio, viéndola fijamente como si se hubiera vuelto loca. Román se había dado cuenta que esa criatura era cada vez más fascinante de lo que creía.

“¡Qué mujer tan grosera y mentirosa!”, exclamó la madre de July, claramente ofendida.

“¿Cómo puedes comprobar todo lo que dices? ¡Te lo estás inventando!”

“Podría comprobar todo lo que acabo de decir, pero no me interesa demostrarle nada a usted ni a su esposo. No vale la pena… ni que fuera alguien tan importante como para gastar más mis palabras.

“Frida, guarda silencio”, pidió Román, dándose cuenta de que era tan arrogante como él y sonriendo por ello.

“Creo que es momento de que nos retiremos”.

“Román…”.

July tenía miedo de haberlo perdido. No creyó que aparecería y ahora la incertidumbre la carcomía.

Sin prestar atención al llamado de July, Román llevó de la mano a Frida, entraron a la habitación y antes de deshacerse de su ropa de fiesta, le exigió una explicación sin siquiera pronunciar una palabra.

“Ellos empezaron…”, dijo Frida en el borde de la cama como niña regañada.

“Dijeron que…”.

“Mejor explica lo que tú dijiste… ¿Ballet? ¿Conservatorio? ¿De qué estás hablando?”.

“No mentí, esa fue mi infancia. Mis padres creyeron que me hacían un favor, pero… a los diecisiete conocí a Gonzalo y creo que lo vi como un escape a tanta presión. A los dieciocho me fugué con él, me casé y tuve a Emma. Todo pasó tan rápido”.

“¿Quiénes son tus padres?”.

Frida apretó sus labios, resistiéndose a hablar.

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