La divina obsesión del CEO -
Capítulo 23
Capítulo 23:
“Frida…”.
“¿Qué tiene que ver con nuestro acuerdo?”.
“Mi abuelo quiere una fiesta en grande y que tu padre te entregue en el altar”.
“¡¿Qué?!”, exclamó Frida aterrada.
“Sí es lo que necesito para apoderarme de la empresa, entonces así será. Te pondrás un vestido blanco y caminarás al altar, aunque tenga que picarte las costillas para que avances”.
Román se acercó lentamente, la tomó por los hombros con sus toscas y frías manos, haciéndola girar despacio hasta que su espalda quedó frente a él.
“¿No eras tú quien quería que esto acabara pronto?”, inquirió mientras deslizaba el cierre del vestido, aflojando la tela y liberando el cuerpo de Frida.
“Cásate conmigo como Dios manda, ante los ojos de mi abuelo, y todo terminará”.
Los tirantes resbalaron por sus brazos y se sintió vulnerable ante Román quien veía la suave piel de su espalda con atención. Sus dedos delinearon el trayecto que marcaba la columna vertebral, hasta posar sus manos en su fina cintura.
“Compláceme, Frida…”, pidió y dejó que ella diera vuelta, ocultando sus pechos con las manos.
La vio tan frágil y delicada que su sangre hirvió y migró hacia la parte baja de su cuerpo, donde su pasión y necesidad crecían tanto que el pantalón le empezaba a molestar. Le obsesionaba la delicada piel de Frida, sus ojos y su sabor.
Tomó su rostro entre sus manos y sin que ella pusiera resistencia, la besó, intoxicándose con su saliva. Era como una serpiente dominando a un indefenso ratón.
Cuando su boca descendió al cuello de Frida, ella estaba completamente abrazada a él, buscando deshacerse de las prendas que lo cubrían, dejando que las manos de Román recorrieran su cuerpo a placer.
Justo en el momento que el ardor de sus cuerpos los hacía suplicar dar rienda suelta a su pasión, la puerta sonó con insistencia, siendo imposible de ignorar. Román se levantó con la piel en llamas y cuando abrió, Frida huyó al baño para darse una ducha con agua fría.
…
Frida llegó hasta el estudio donde se encontraba Román, rebasó la puerta y caminó con seguridad hasta el escritorio, sus pasos hicieron que Román levantara la mirada de sus documentos.
“¿No acostumbras a tocar la puerta?”, preguntó molesto.
“Tú me llamaste…”, respondió Frida cruzándose de brazos.
“Regresa y toca la puerta. Ahora entiendo por qué Emma no tenía lo básico de educación”.
“No voy a regresar y tocar la puerta, ya estoy aquí”, dijo Frida indignada, pero por la mirada de Román supo que no jugaba con su petición.
“¡¿Es en serio?!”.
“Como mi esposa debes de aprender modales…”.
“Tú me llamaste. No vine por iniciativa propia y no pienso regresarme a tocar la puerta. No soy un perro al que puedas educar”.
“Un perro parece tener más modales que tú”, dijo Román irritado, frotando su rostro con las manos.
“¡Pues entonces véndeme y cómprate un perro que sepa tocar la puerta!”, exclamó Frida furiosa y apoyó sus manos en el escritorio. Su expresión había sido suficiente para causarle una sonrisa a Román.
“¡Amo tu maldito orgullo de m!erda! Me encanta saber que no lo perdiste en todos estos años”, dijo divertido y bajó su mirada hacia el documento que descansaba entre las manos de Frida.
“Por favor, lee el contrato, necesito que lo firmes antes de que llegue mi abogado”.
“Eres insoportable”.
Frida bajó la mirada y comenzó a leer el papel. Su furia se fue convirtiendo en miedo.
“¿Qué es esto?”.
“El documento que avala la adopción de Emma…Gonzalo ya lo firmó”.
“Imposible…”.
“¿Crees que un hombre tan miserable como él no firmaría la adopción de su única hija? Por favor, la veía como una carga que no quería tener en su nueva vida”.
“¿Es necesario que me recuerdes la clase de escoria que he tenido como pareja?”, preguntó viéndolo directamente a los ojos.
“Yo le ofrezco seguridad a tu hija, le ofrezco educación, recursos para que crezca en un ambiente lleno de armonía y éxito. Yo seré mil veces mejor padre de lo que fue Gonzalo y creo que lo he demostrado”.
“¿Qué pasará cuando nos divorciemos? ¿También me la querrás quitar?”, preguntó Frida apretando los labios en un esfuerzo por no llorar.
“¿Te quieres divorciar?”, preguntó Román jugando con el bolígrafo antes de entregárselo.
“Román…”
“No es necesario separamos…”.
“¿Quieres que finjamos ser una familia feliz?”.
Se carcajeó con ironía.
“¿Crees que quiero estar con un hombre tan ruin como tú?”.
“¿Yo soy ruin? Tú me robaste, incumpliste el acuerdo, huiste sin darme explicaciones, con Carina en tu v!entre, y ¿Yo soy ruin? ¿Es enserio, Frida? ¿Crees que yo soy el malo en todo esto?”, reclamó Román con el coraje atorado en la garganta.
“Pude meterte a la cárcel, incluso pude desaparecerte de la faz de la tierra y aquí estoy, retomando lo que dejaste pendiente sin tomar represalias contra ti. ¿Eso me hace ruin?”.
Frida se quedó atónita por sus palabras. Cualquiera que lo escuchara le daría la razón. ¿En verdad la tenía?
“Firma la adopción de Emma, deja que sea mi hija y no le faltara nada. Quiero que tenga los mismos beneficios que Carina”.
“No…”, respondió Frida agachando la mirada, no tenía fuerza para verlo directamente a los ojos.
“¡Te odio!”.
Era Emma que se encontraba en la puerta, a sus espaldas. Había escuchado todo y se sentía herida. Creía que su madre estaba en contra de su felicidad.
“¡¿Emma?!”, preguntó Frida sorprendida.
“¡Román nos quiere mucho! ¡Tú eres mala! ¡Tú lo tratas mal! ¡Quiero que sea mi papá!”, exclamó entre lágrimas y sorbiendo por la nariz.
“¡Te odio! ¡Por tu culpa no podemos ser una familia!”.
Las palabras habían sido puñaladas directas al corazón de Frida, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo que recargarse en el escritorio para no caer.
Veía el rostro de Emma lleno de rencor contra ella y no sabía qué decir.
“Emma…”.
Román pronunció su nombre con firmeza mientras se acercaba a ella.
“¿Qué te he dicho de entrar sin tocar? Esa maldita maña que tienen tu madre y tú”.
Se hincó ante ella, con paciencia y serenidad.
“Que sea la última vez que te escucho hablarle así”.
“Pero…”.
La niña creía que había ayudado a Román, pero solo lo había molestado.
“Es tu madre y la vas a respetar. Los problemas que podamos tener ella y yo son nuestros y no te competen. ¿Entendido?”.
“Pero… yo no quiero que se separen…”, dijo Emma privada por el llanto.
“Yo quiero que seas mi papá, quiero… quiero tener una familia bonita…”.
Román acarició el rostro de la niña con ternura y le sonrió.
“Aunque no lleves mi apellido, siempre podrás contar conmigo, pero eso no significa que puedas hablarle así a mamá, menos frente a mí. Ahora límpiate esas lágrimas”.
Tomó un pañuelo de su saco y limpió la cara de Emma con cuidado.
“Y pídele perdón a mamita”.
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