La boda del heredero -
Capítulo 95
Capítulo 95:
Salí de la bodega bastante confiado de ello.
Un rato después, ya en el auto y de camino a Estrasburgo, me rascaba la barbilla con aire ausente.
Recuperar aquel recuerdo había sido doloroso y esclarecedor a partes iguales.
Por un lado ya sabía cuál sería el posible motivo de Damien para ir en mi contra, pero al mismo tiempo daba mucho más peso a la sospecha de que quizás realmente había enloquecido y llevado todo a los extremos…
¿Pudo atentar contra mi vida por no permitirle vender las acciones?
Aquella era la nueva gran incógnita.
Al llegar a la ciudad me dirigí de inmediato al edificio de Lefev’s, sentía la urgencia de ver a Irina, comprobar que estaba bien…
Ya no me sentía seguro de dejarla ahí por su cuenta, incluso aunque tuviese un escolta, y pronto descubriría que estaba en lo cierto.
Al entrar al piso, lo primero en lo que me fijé fue en Nicolaj, de pie frente a la puerta de las escaleras de emergencia.
“¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?”, le pregunté buscando a mi esposa con la mirada, pero no estaba en su oficina.
“La Señora Lefebvre me dijo que la esperara aquí”, respondió, haciéndome enfadar al instante.
“¿Cómo dices? ¿Y dónde está ella?”
Mi impaciencia puso sobre alerta al hombre.
“Dijo que debía buscar unos archivos, que no le tomaría ni diez minutos… creí que no había problemas aquí adentro”, comentó finalmente el hombre al ver mi reacción.
“Estoy empezando a creer que solo estamos a salvo en casa, Roux”
Avancé un par de pasos hasta llegar al escritorio de Alicia y me incliné sobre él.
“¿Has visto a Irina?”, le pregunté a la mujer, que sacudió la cabeza de inmediato.
“No, señor… hace un rato que no, pero… creo que el Señor Damien también la estaba buscando hace un rato”
Al oír aquello sentí que el corazón se me aceleraba aún más, quizás estaba exagerando y no pasaba nada, pero no podía quedarme tranquilo.
Quería seguir creyendo que él no era realmente peligroso, pero no podía evitar querer mantenerlo lejos de ella.
Me di la vuelta con la intención de ir a buscarla, necesitaba encontrarla antes que él, pero mi sorpresa fue toparme con Nadine, que me veía con ojos agrandados de sorpresa y sonrió con amabilidad…
Algo poco usual en ella.
“Emmett, cariño… ¿Cómo estás?”
Se acercó y se inclinó hacia mí para besar mi mejilla.
“Nadine, un gusto verte… ¿Qué haces acá?”
“Ah, pues hoy me tocaba consulta… ya sabes”, respondió tocándose el v!entre.
“Y venía a contarle a Damien, ¿Lo has visto?”
“No, y la verdad me gustaría saber dónde diablos está”
Miré de un lado a otro, rogando por verlo aparecer y saber que no estaba con ella.
“Oh, creo que me dijo que estaría en el salón de conferencias… el de arriba. Si pudieras buscarlo y hacerlo bajar por mí, te lo agradecería”, comentó sonriendo, haciéndome fruncir el ceño.
“¿Todo bien con el bebé?”, pregunté suspicaz, preguntándome por qué no podría ir a buscarlo ella misma.
“Sí, bueno… el doctor dijo que tratara de no hacer mucho esfuerzo, tuve un leve sangrado hace unos días y… ya sabes… las escaleras no son amigas de las embarazadas”, rió como si realmente hubiese sido un buen chiste.
“¿Podrías hacerme ese favor?”
“Seguro, espera sentada en su oficina”
“Gracias, Emmett, eres un encanto”
Contemplé a la mujer en silencio mientras entraba a la oficina, preguntándome qué tan estúpido me creía.
Nadine prácticamente nunca pisaba las oficinas de Lefev’s, y ciertamente era un hecho que procuraba evitarme siempre…
Jamás había sido santa de mi devoción, no después de las discusiones salvajes que había tenido con Irina al comienzo de nuestro matrimonio.
Me giré hacia Nicolaj y le indiqué que se acercara mientras yo caminaba hasta el elevador.
“¿Señor? ¿Quiere que suba a buscar a la señora?”
“No, ya lo haré yo, pero necesito que no le quites la vista de encima a la rubia de allá”, señalé hacia la oficina de mi hermano.
“Si se rasca la nariz… quiero saber con qué mano lo hizo, ¿Entiendes?”
“Seguro, yo me encargo”, respondió el hombre retrocediendo para ubicarse cerca de la oficina de Irina.
Tomé el elevador y subí un piso, ya no tenía dudas…
Lo encontraría ahí y sabía que a ella también, pero ahora podía estar seguro de que no le había hecho nada, no se atrevería a lastimarla a la vista de todos, pero eso no me hacía preocuparme menos.
Las puertas se abrieron y me encontré frente al gran salón lleno de sillas donde en un par de ocasiones se habían hecho eventos de la cámara de comercio, estaba vacío, así que de inmediato lancé la mirada hacia la pequeña oficina improvisada al final y entonces vi sus sombras tras los paneles plásticos.
Me acerqué con sigilo hasta poder ver un poco a través de la puerta y aunque no pude escuchar demasiado sin que me vieran, sí logré comprender un par de cosas:
‘Imbécil’ y ‘no te atrevas’, cosa que tomé como señal para intervenir en lo que a todas luces era una discusión, sin embargo, cuando estuve frente a ellos…
El panorama fue distinto.
Justo en ese momento Damien se acercó a Irina y la envolvió en sus brazos.
“No la toques”.
Exigí mientras me abalanzaba sobre él y le hacía retroceder por el impulso.
Irina respiraba con dificultad y Damien se incorporó rápidamente, alzando ambas manos como señal de paz.
“Lo siento, Emmett, pero ya va siendo hora que lo sepas”, dijo Damien con cierto tono de burla.
“¿Que sepa qué, imbécil?”
“Vamos, hombre… en el fondo siempre lo has sabido, por eso nos celabas tanto y jamás nos dejabas solos… Irina y yo jamás hemos podido superar lo que tuvimos”
“¡¿Qué?!”
Siseó Irina con los ojos exorbitados de rabia.
“¿De qué diablos hablas?”
“Ay, ya, Irina… dejemos de mentir”.
Chasqueó la lengua hacia mi mujer antes de mirarme.
“Estabas en lo cierto, Emmett, nunca pudimos dejarlo morir, mientras estuviste en coma… pasaron cosas, y ya no estoy dispuesto a seguir aparentando que no es así”, se encogió de hombros, dejándome impactado.
Pasé mi lengua por mis dientes en un gesto de frustración, jamás podría acostumbrarme a la idiotez que habitaba en Damien.
Era un ser tan básico, tan visceral… que me sorprendía que hubiese llegado tan lejos en la adultez.
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