La boda del heredero -
Capítulo 87
Capítulo 87:
“A ver, a ver… Ya paren, no estoy entendiendo nada… ¿Conseguiste información de la empresa revisando su documentación fiscal?”
“Exacto… En cuanto supe dónde buscar, tuve mucha información en mis manos”, dijo Adrien sonriendo.
“Tengo la dirección de la oficina principal en San Francisco, la de las bodegas en el Valle de Napa, y… tengo un nombre”.
Emmett se inclinó hacia adelante de inmediato, con la sorpresa saltándole del rostro.
“¡Conseguiste el nombre del presidente de D’vine?” preguntó mi esposo, quitándole la carpeta de las manos.
“No, pero tienen un representante legal que se encarga de todo por el jefe… No es lo que se buscaba, pero es algo”.
“Elijah Jonas”, pronunció Emmett y tan pronto como eso sucedió… mi piel se erizó al instante.
“Por lo visto tiene residencia en San Francisco, creo que vive en…”
“South Beach, en una casa de cristal para no perderse un solo detalle del amanecer”, respondí, repitiendo como grabadora lo que había oído hace tanto.
Ambos hombres se giraron hacia mí con expresión contrariada, pero fue Emmett quien habló.
“¿Conoces a este hombre?”
“Tú también lo conoces, nos topamos con él una vez”, respondí tratando de darle yo misma sentido a mis pensamientos antes de explicarle nada a ellos.
“¿Dónde?”
“En nuestra fiesta de bodas… esa que organizó tu madre”.
…
Flashback a dos años atrás
El ruido del salón se me hacía más ensordecedor de lo que realmente era, podía imaginarme que había unas ciento cincuenta personas ahí…
Era una completa locura.
Aun no había terminado de procesar el hecho de haberme casado con Emmett y ya tenía que pararme frente al mundo entero a fingir que lo amaba con locura…
Una locura tal que me hizo correr a sus brazos de inmediato y casarme con él a menos de dos días de haber terminado con su hermano.
No era difícil adivinar lo que pensaban todos ahí cada que se cruzaban conmigo, algunos ni siquiera esperaban a eso, descaradamente me miraban desde el otro lado del salón y clamaban una sola palabra en sus cabezas, tan fuerte y claro que casi podía oír una voz sobrenatural gritándomelo a la cara:
“Cazafortunas”.
Si algo tenía que admitir era que, aunque sus palabras iban cargadas de veneno extra, Nadine estaba en lo cierto esa vez…
No había que ser muy lista para entenderlo.
El lugar estaba lleno de amigos y colegas de la Familia Lefebvre, y ellos sabían que hasta hace una semana yo era pareja de Damien, aunque en realidad jamás me habían presentado oficialmente; luego de que él se pasea por todos lados con su nueva prometida reciben una invitación anunciándoles que me casé con Emmett…
Los minutos pasaban y seguía sin entender cómo era que no salía corriendo de aquel sitio.
Pero en el fondo lo sabía, lo que me mantenía anclada ahí era la posesiva mano de Emmett reposando en mi pierna mientras hablaba con un par de hombres en nuestra mesa; aquella mano pesaba toneladas sobre mí.
La conversación se desarrollaba sin yo ser consciente de nada, y ellos sin notar mi presencia, o eso creí hasta que sentí el calor de Emmett sobre mi mejilla, besándome delicadamente, erizando mi piel. Aun se sentía extraño recibir ese tipo de gestos de su parte, aún seguía sintiéndolo un extraño, pero así como lo hacía yo…
Él también buscaba aparentar que estaba loco por mí, sin mencionar que sus movimientos siempre estaban calculados, ese en particular ya lo había puesto en práctica varias veces esa noche, solo buscaba acercar su boca a mi oído.
“¿Qué pasa?”, preguntó en un susurro.
“Llevas diez minutos frunciendo el ceño”.
“Nada, es solo que… Ustedes están hablando de negocios y yo…”
“¿Estás aburrida?”
Yo no hubiese dicho eso precisamente, pero era una vía de escape que él me estaba proporcionando y que no dudé en tomar.
“Si, algo”, sonreí con timidez.
“¿Segura?”, preguntó agudizando la mirada, y una vez más sentí que podía leer mis pensamientos.
“Sí, ¿Crees que pueda ir a dar un paseo por el balcón?”
“Por supuesto, no tienes que pedirme permiso para esas cosas, Irina”, sonrió con incredulidad antes de levantarse y extender su mano hacia mí.
“Vamos, allá afuera podremos relajarnos”.
“¿Crees que… pueda estar sola un rato?”
Pregunté temiendo hacerle enfadar, pero aunque al principio pareció disgustado, finalmente accedió con un mudo asentimiento.
“¿Estarás bien sola?”
“Seguro, solo iré por un poco de aire fresco”.
Emmett asintió nuevamente y me dejó ir.
Fui consciente de la mirada de todos en mi espalda mientras me marchaba del salón pero procuré ignorarlos; ya estando afuera me apresuré a quitarme aquel chal que se me había tan incómodo y lo sostuve entre mis manos mientras me apoyaba del barandal de piedra, mirando hacia el jardín principal.
No estuve ahí ni siquiera cinco minutos antes de oír a alguien aclarándose la garganta, rompiendo la silenciosa tranquilidad del momento.
Sobresaltada me di la vuelta y entonces me topé con un hombre en el que apenas me había fijado en la noche.
“Este es un lugar muy solitario y triste para que esté la recién casada, ¿No cree usted?”, preguntó con cierto dejo de burla, y una pronunciación muy mediocre, pero no podía saber si se debía al alcohol o a que el francés no se le daba bien.
“Bueno… es que… Nunca he sido de fiestas pomposas ni nada de esto”, comenté con una sonrisa nerviosa.
“Entonces no fue una elección acertada casarse con el heredero predilecto de Francia”
La sonrisa burlona con la que habló me cayó como una patada, pero tampoco me sorprendió demasiado, era un hecho que todos ahí buscaban mofarse de mí.
“La verdad es que fue una decisión muy acertada… seré la dueña de todo esto un día, ¿No, señor…?”
“Elijah Jonas, un placer conocerla, Irina”
“Un placer”, repetí aceptando su mano con cierto temor, el hombre estaba evidentemente pasado de copas… y yo me encontraba sola.
“Pero bueno, siguiendo con el tema… ¿Acaso no lo eres ya? ¿No es la dueña absoluta de todo?”
Su ceja arqueada me incomodó un poco, y él empezó a reír tan pronto vio mi contrariedad.
“Ese es el problema de ustedes los europeos, no tienen lo que se necesita para el éxito… el hambre, la ambición… son demasiado correctos”
Sacudió la cabeza y le dio un sorbo a la copa que llevaba entre manos.
“¿Dice usted, Señor Jonas, que nosotros no sabemos conseguir lo que queremos?”.
Sonreí y le encaré por completo.
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