La boda del heredero
Capítulo 8

Capítulo 8:

Que ahora estuviera ahí queriendo ponerme los zapatos se me hacía absurdo e inquietante, sobre todo cuando siempre fue parte de nuestra naturaleza mantenernos alejados el uno del otro; ella por incomodidad, o temor; yo… por instinto de preservación, pero si todo aquel circo del que me hablaba era cierto…

Entonces yo había lanzado a la basura todos esos años protegiéndome de Irina Varane.

“Bueno, veo que ya estas casi listo para partir, Emmett”, dijo el Doctor Giroud irrumpiendo en la habitación.

“¿Cómo te sientes, muchacho?”.

“No puedo vestirme solo… Se me nubla la vista a cada momento… Y tengo jaqueca permanente”, respondí, un tanto humillado de tener que admitirlo delante de ella.

“A ver, dificultad para moverse, dolores de cabeza, mareos…”, empezó a murmurar el doctor mientras anotaba en una libreta.

“Sí, parecen ser los síntomas comunes de alguien que pasó un año en coma”.

Resoplé ante su broma, y no pasé por alto la sonrisa que dejó escapar Irina.

“Tómalo con calma, Emmett, lo importante es volver a usar tus músculos y tus órganos… y pronto recobrarás tu vida”.

“¿Y mi memoria qué?”.

“Esa quizás vuelva mañana, quizás en un mes… o quizás no la recuperes, lo importante es que retomes tu rutina, quizás eso ayude en el proceso, pero debes estar preparado por si eso no sucede”.

Quince minutos después, las palabras del doctor seguían pesando sobre mí, ¿Y si nunca recuperaba la memoria?

“Hemos llegado”, anunció Irina estacionando el auto frente a un elegante condominio al oeste de París, en pleno Saint Germain.

“No recuerdo ni siquiera estos edificios”, murmuré con enojo unos minutos después mientras tomábamos el elevador.

“No tienes qué… Los inauguraron hace cinco meses, compré un espacio aquí para poder estar cerca del hospital, luego de un tiempo se me hizo incómodo quedarme en hoteles”, respondió con una mueca de pesar.

Llegamos al octavo piso y las puertas metálicas se abrieron, dando paso a un espacioso y lujoso apartamento tipo galería, de grandes ventanales. La decoración era de estilo clásico y refinado, pero los tonos claros le daban un toque de calidez que me gustó mucho, pero lo reconocí como un derroche.

“Veo que no perdiste tiempo y empezaste a darte la gran vida”, murmuré al imaginarme cuánto habría costado aquel sitio.

“Soy una Lefrevbre ahora, y a los Lefrevbre nos gustan los lujos, ¿No?”, respondió ella de inmediato, devolviéndome las palabras que yo mismo le había lanzado en el hospital.

Sonreí en una mueca, viendo cómo cuadraba sus hombros y mantenía su barbilla altiva mientras me sostenía la mirada.

“Bueno… es justo que vivas a la altura”.

Aquel comentario no pretendía ser uno conflictivo, fue en realidad un intento de dejar el asunto, pero ella pareció no tomarlo así, porque lanzó las llaves sobre la mesa del comedor y su rostro se crispó al instante.

“Tengo que hacer una llamada, ponte cómodo… Estás en tu casa, después de todo”.

Y sin más me dejó solo, nada considerado de su parte tomando en cuenta que yo estaba volviendo del hospital ese día, pero no podía culparla, mi actitud había sido una m!erda.

Me quité el abrigo y me dejé caer en el amplio y suave sillón blanco que ocupaba gran parte del salón… Otro lujo.

Miré hacia el salón continuo, que parecía ser el comedor, donde Irina conversaba con el teléfono al oído, nuevamente el pensamiento de que parecía otra persona me inundó la cabeza de preguntas.

La Irina que yo recordaba siempre tenía una respuesta amable y cordial para todos, incluso para mí, aunque eran pocos los momentos en los que pudimos compartir más que un par de conversaciones, y ahora que se suponía que las cosas habían cambiado… Yo no recordaba nada.

‘Otra de las jodidas ironías de la vida’, me dije con un largo suspiro, tan doloroso como el hecho de que ella se hubiese enamorado de mi hermano.

Había perdido la cuenta de las veces que soñé despierto con ella cuando no éramos más que un par de críos, pero la adoración que Irina siempre mostró hacia Damien me hizo mantenerme al margen, aunque no mató así mis sentimientos por ella.

Me pasé una mano por la boca, recordaba también la latente punzada de dolor que siempre estaba ahí cuando la veía.

Por años me obligué a hacerme a la idea de que ella jamás sería mía, no cuando su corazón le pertenecía a otro, pero entonces ahora despertaba para enterarme de que finalmente lo era… Era mía, la había hecho mi esposa e incluso habíamos tenido un hijo, pero yo no recordaba nada.

Una parte de mí quería creerlo, quería festejar y alegrarse por tenerla a mi lado, pero otra, la voz de mi razón me decía que debía ir con cuidado, presentía que había algo mal en todo aquello, esa mala sensación que siempre se presentaba ante mí al verla, la de reconocer su ambición por la riqueza, seguía ahí.

Sí, había estado perdidamente enamorado de Irina, pero siempre la reconocí como una de esas mujeres que deseaba tener dinero…

Que aceptara casarse conmigo, del modo en que me lo contó, pudo haber sido una respuesta al hecho de haber perdido a Damien y los lujos que él le proporcionaba en su noviazgo… y que recobró al unirse a mí, y eso, igual que antes… no me permitía relajarme en su presencia; solo había que estar en ese apartamento unos minutos para comprender que a Irina le gustaba ser rica… Lo disfrutaba a plenitud.

No podía pecar de tonto y creer que se había enamorado de mí de buenas a primeras, pero una voz en el fondo de mi cabeza seguía luchando por mantener esa esperanza, ella dijo que habíamos pasado casi un año juntos.

¿Qué había pasado durante ese tiempo?

¿Por qué mi familia parecía tan cómoda con aquella escandalosa situación? ¿Realmente podía confiar en ella?

Me sentía perdido y la jaqueca atacó una vez más.

Me llevé ambas manos a la cabeza y la dejé caer, procurando respirar, rogando por hallar claridad, pero entonces, como si hubiese sido el diablo y no Dios, quien me mandaba las respuestas que pedía, la puerta se abrió y una joven rubia y delgada entró al apartamento… Con un pequeño en brazos.

La inmovilidad me atacó de inmediato, un rotundo shock me dominó cuando vi a la criatura, no tenía que preguntar quién era, lo sabía…

Era imposible no saberlo, ese cabello negro y sus ojos marrones me lo confirmaban, había visto ese rostro muchas veces en mi infancia… Seguía en los retratos familiares… Junto al mío.

Y al contemplar ese inocente rostro… confirmé la culpabilidad de Irina, sus mentiras y sobre todo… su descaro.

“¡Ah! Gracias por traerlo, Annie”, comentó Irina acercándose a la mujer para tomar el niño en brazos.

“Descuida, me imagino que él debe ser Emmett”, dijo la mujer con una sonrisa amable, pero yo solo tenía ojos para Irina.

“Sí. Emmett, ella es Anna, nuestra vecina del piso de abajo, y este… es Elliott, nuestro hijo”.

Le dio un beso al niño.

Sonreí con amargura al oírla, su descaro no conocía límites.

“¿Mi hijo? ¿Cómo te atreves a burlarte de mí y de mi familia así?”, pregunté enfadado.

“Por eso no me dijiste nada de él desde el principio, ¿No?”.

“¿De qué hablas, Emmett?”, preguntó ella frunciendo el ceño, parecía realmente confundida.

“¿Qué estás diciendo, Emmett?”, pregunté atónita.

El hombre frente a mí fruncía el ceño con desprecio… con odio, y en mi mente yo solo estaba intentando darle sentido a sus palabras.

“Digo que el niño no se parece en nada a mí, y en cambio se parece mucho a Damien”, respondió con una sonrisa cínica, se burlaba de mí y me seguía costando entenderle.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar