La boda del heredero
Capítulo 7

Capítulo 7:

En ese momento sus ojos no eran más que un par de líneas sobre su rostro, suspicaz y desconfiado como era… no me creía.

“Lo sé, es una locura, pero así fue”.

“Siento que esto es un maldito sueño, y no estoy entendiendo nada”.

“Todo debe ser confuso para ti, lo sé… Te prometo que te lo diré todo, pero…”.

“¡No lo hiciste!”, exclamó furioso.

“¿Cómo quieres que confíe en ti? Te apareces aquí contándome un cuento de hadas… Damien te engañó, pero tú corriste hacia mí y los dos le dimos una lección, tú y yo apenas si hablábamos, pero no dudamos en casarnos, todo el mundo lo creyó, nos mudamos a la ciudad, ¡Lo hicimos en San Valentín y ahora tenemos un hijo! ¡¿Qué más ocurrió?! ¡Me saqué la lotería? ¿Me volví un justiciero nocturno? A estas alturas nada me parece una locura”.

“Sé que no te he contado todo, Emmett, pero lo haré”, aseguré antes de respirar profundo.

“Están pasando muchas cosas al mismo tiempo, y en este año que te perdiste pasaron muchas más, te lo diré todo, pero también debes comprender que no puedo soltártelo así… de golpe”.

Me llevé ambas manos a la cara.

“Nuestra vida ha sido una montaña rusa desde que me encontraste en aquel sendero dos años atrás, y todos estos meses he intentado mantenerla a flote yo sola. Sí, hay mucho que no te he dicho, pero no te estoy mintiendo”.

“¿Dónde está?”.

“¿Quién?”, pregunté confundida.

“El niño”.

“En casa, con la niñera”.

“Quiero verlo”, exigió, sorprendiéndome.

“No me permiten traerlo al hospital, no a esta área al menos, tendrás que esperar que te den de alta… Entonces lo conocerás”.

“De acuerdo…”, murmuró con aire ausente.

“Al menos mamá y Pau actúan como si fueses mi esposa, aunque… Damien no lucía muy contento de verme”.

Asentí, aunque aquello no era ninguna pregunta.

Emmett lucía agotado y contrariado, eso sí había cambiado, el hombre fuerte, casi indestructible que yo había conocido estaba mostrando sus grietas.

Él no confiaba en nadie, en cambio sospechaba de todos, pero en ese momento, en el que no podía confiar en sí mismo… ni en sus recuerdos, esa característica suya le estaba jugando una mala pasada.

“¡Realmente quiso quitarme la empresa?”, preguntó un minuto después…

Yo asentí.

“¿Y él está a cargo de la empresa en mi ausencia?”.

“Algo así… Es un poco más complicado, pero sí está en la directiva”.

“Beneficioso para él”, murmuró antes de mirarme.

“¿De verdad decidiste ayudarme?”.

Me miró fijamente, como escudriñando mi alma, pero volví a asentir.

“De acuerdo, voy a confiar en ti, Irina… y en lo que dices. Hablaremos con el doctor, y no le diremos a nadie lo de mi amnesia”.

“¿Por qué no?”.

“Porque seguiremos aparentando ser un matrimonio feliz hasta que yo recupere mi vida… Hasta que Damien esté fuera de la empresa”.

Tan pronto como bajé los pies de la camilla, sentí que mi cabeza empezó a dar vueltas, pero haciendo un gran esfuerzo tomé el pantalón que había dejado mamá sobre la mesa de al lado y procuré ponérmelos correctamente.

Tenía perfecto control de mis manos, pero mis ojos parecían desenfocarse una vez por minuto, provocándome una terrible jaqueca.

“Maldita m!erda”, gruñí al no lograr abrocharme el botón.

“¡Hey! Aguarda, yo te ayudo”.

Levanté la cabeza al oír la voz de Irina.

Entró a la habitación corriendo y sus manos reemplazaron las mías, haciendo la tarea con rapidez, pero no la suficiente como para que no resultase incómodo.

“Yo puedo hacerlo, no estoy inútil”, seguí con mis reproches cuando le vi tomar el suéter, con toda la intención de ponérmelo ella.

Irina alzó ambas manos y dio un paso atrás, cruzándose de brazos para que yo lo hiciera.

Desdoblé la prenda, la pasé por mi cabeza, pero cuando quise maniobrar para ponérmela por completo, sentí una horrible punzada atravesar mis omóplatos.

“¡Joder!”, exclamé, encogiéndome de inmediato en un intento de detener el dolor.

Mantuve los ojos cerrados por un minuto, hasta que sentí el calor de sus manos sobre mi… Esa fue una corriente igual de fuerte, pero en absoluto dolorosa, aunque era difícil describirla.

“Atrofia muscular”, dijo mientras me ayudaba a dejar caer la tela sobre mi espalda.

“Te toca enseñarles nuevamente a tus músculos cómo moverse”.

“¿Te volviste doctora mientras no estuve?”, pregunté arqueando una ceja, sabía que me estaba ayudando, pero estaba mareado y adolorido solo por intentar vestirme…

Estaba furioso y con ganas de desquitarme con alguien.

“No, pero sí leí mucho sobre qué esperar de alguien que despierta del coma”.

“¿En serio? ¿Se consigue esa m!erda en Internet?”.

“Sí, claro… Hay mucho material en ‘Cómo-cuidar-a-tu-esposo-que-recién-despierta-del-coma.com’”.

Sonreí, muy a mi pesar.

“Vale, estuvo bueno, lo reconozco. Disculpa por mi mal genio, y… gracias por ayudarme, es solo que… quiero hacerlo solo, necesito hacerlo”, tuve que decir finalmente.

“No hay de qué. Los zapatos están aquí en esta caja y… tu mamá te trajo este ostentoso abrigo”, murmuró entornando los ojos.

“No tengo tu ropa a la mano, y le pedí que te comprara algo rápido, algo sencillo, pero me parece que se gastó unos cuantos miles de euros tan solo en este abrigo”.

“A los Lefrevbre nos gustan los lujos”, respondí tomando el abrigo, no me gustaba su tono de burla hacia mamá.

Ella entornó los ojos y se alejó para que yo terminara de alistarme.

“Avísame si necesitas ayuda con los zapatos”.

“Estoy bien, gracias”.

En realidad no lo estaba, pero se sentía sumamente incómodo dejarla a ella ayudarme de ese modo, era… demasiado íntimo y todo seguía siendo confuso para mí.

La miré, vestía un suéter negro de cuello alto ajustado a su silueta, unos jeans a juego y unas zapatillas deportivas blancas… Lucía mayor, como si en lugar de un año hubiesen pasado diez, mi cerebro se negaba a asimilarlo.

En mi mente, ella seguía siendo aquella muchacha alegre de vestidos floreados que se paseaba día y noche por los viñedos…

Persiguiendo a Damien, regalándole todas sus atenciones a él.

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