La boda del heredero
Capítulo 6

Capítulo 6:

“Pero al final él tampoco pudo traerte de vuelta”.

Gioconda rompió en llanto y se lanzó contra el pecho de su hijo, que miraba y escuchaba todo con atención, salvo cuando me miraba a mí… Entonces solo había odio.

“Bueno, mamá, pero lo importante es que ya está aquí… Y no sabes lo feliz que nos hace verte despierto, Emmett. Te extrañé como no tienes una idea”.

“Quisiera decir lo mismo, Pau; pero… comprenderás que no puedo”, respondió él con una mueca.

“Y aún me siento cansado”.

“¡Ya basta los dos! Esto no es ningún juego”.

“Ay, mamá, relájate, ¿Quieres?”, se quejó Paulette.

“Ya despertó, ya regresó con nosotros… ¡Disfrútalo!”.

“Sí, despertó… Acaba de despertar… ¡Luego de un año en coma! No puede ser tan simple, eso siempre deja secuelas, Paulette. Emmett podría tener daños serios, ¿Qué ha dicho el doctor, Irina?”.

Las dos mujeres voltearon a verme en ese instante y yo me paralicé por un momento, aun sentía mi cuerpo sacudirse por los nervios, pero al mismo tiempo me sentía paralizada… Estaba empezando a hiperventilar cuando de pronto un teléfono empezó a sonar en la habitación.

Gioconda se incorporó de inmediato y buscó en el interior de su bolso hasta que dio con el aparato, pero no era una llamada ordinaria, era una videollamada, colocó el aparato frente a su rostro y sonrió como llevaba mucho tiempo que no sonreía.

“¡Cariño! Por fin me respondes… ¡Mira!”, le dio la vuelta a la pantalla y la puso frente a Emmett, que frunció el ceño de inmediato.

“Vaya, pero si es cierto… Despertaste”.

Me tensé aún más al oír la voz de Damien en la habitación, desde hacía meses su voz me causaba escalofríos.

“Así parece”, murmuró Emmett en respuesta.

En el último año me había dado cuenta de lo vil que era Damien Lefrevbre, descubrí que era un sujeto sin escrúpulos ni buenos sentimientos, pero no por eso dejó de parecerme triste que, tras un año en coma, los hermanos se saludaran de esa forma tan vaga, dejaba mucho que desear de esa relación.

“Pues qué alivio… Ya nos estábamos empezando a preocupar”.

Cerré los ojos al oír aquella mentira.

‘Preocupado debes estar ahora, maldito buitre’, bramé dentro de mí, tomando una respiración profunda.

El hombre seguramente debía estar entrando en crisis al comprender que con Emmett ya despierto, sus días en la directiva estaban contados.

“Me hubiese gustado estar ahí, pero… Aún me quedan algunas negociaciones que concluir por acá, pero tan pronto como termine… volaremos directo a París, estamos ansiosos por verte”.

“¿Volaremos?”, preguntó Emmett, frunciendo el ceño.

“Nadine y yo”.

“Ah, claro…”.

“No creo que tengas que venir a París”, orientaba el teléfono hacia ella.

“Creo que nos dará tiempo que llegar a Obernai… Todo el pueblo estará feliz por el regreso de Emmett, ¡Harán una fiesta en su honor!”.

“Seguro que sí… El hijo pródigo está de vuelta”.

Estuve segura que las dos mujeres no lo notaron, estaban demasiado cegadas por el amor hacia Damien, pero yo sí noté la hiel en su comentario, la envidia que arrastraba, y no pude evitar resoplar con cinismo, pero noté que Emmett también lo sintió.

“No nos apresuremos, Paulette”, negó su madre.

“Ya te dije que la condición de Emmett puede ser delicada, ¿Cierto, Irina?”.

Nuevamente me miró y la inmovilidad volvió a mí.

Miré a mi suegra, esa mujer que parecía haber envejecido diez años mientras su hijo dormía… le destrozaría el corazón saber que el pobre tenía amnesia, pero debía decírselo, y sin embargo no quería hacerlo, no en ese momento, al menos, con Damien al teléfono, atento de cada palabra.

“Pues… El doctor ya lo vio y… todo parece normal, pero…”.

Me detuve por un par de segundos al ver que Emmett sacudía la cabeza de un lado a otro casi imperceptiblemente, no quería que hablara.

“Aún hay que hacerle algunos exámenes”.

Forcé una sonrisa, para no evidenciar mis nervios.

“¡Lo ves! ¡Tendremos fiesta!”, festejó Paulette.

“Bueno… Parece que tendremos más que festejar entonces. De verdad me alegra que Emmett esté con nosotros otra vez, pero yo… debo volver a los negocios”.

Tan pronto como dijo aquello, la imagen de Damien desapareció de la pantalla, dejando a su madre contrariada.

“Cielos… Seguramente debe estar muy ocupado”, le excusó, mirando a Emmett.

“No lo dudo”, respondió mi esposo con una sonrisa.

“¡En fin! ¡La fiesta!”, dijo Paulette sentándose a los pies de la camilla y empezando a hablar sobre lo contento que estarían todos por su regreso.

Eso les llevó un rato, la chica fue la que más habló mientras su hermano solo se limitó a asentir o sonreír de vez en cuando. Pero media hora después, aprovechando que Gioconda había salido de la habitación para responder una llamada, finalmente decidió ponerme contra la pared.

“Pau, hermosa… ¿Podrías darme un momento a solas con lrina?”, le preguntó con amabilidad.

“Ah, sí; qué tonta, lo siento… Ustedes no han tenido mucho tiempo para ponerse al día”, respondió ella con una sonrisa antes de girarse hacia mí y guiñarme un ojo.

“Me llevaré a mamá por algo de comer al cafetín, y volveremos en un rato”.

Su partida dejó la habitación en completo silencio. Emmett seguía sentado en la camilla, mientras yo me rompía las uñas sentada en el sillón del rincón, pero me puse de pie cuando él me miró y señaló hacia sus pies. Me senté justo donde había estado Paulette.

“¿Elliott?”, preguntó sin preámbulos, y la sola mención del nombre en sus labios me hizo estremecer.

“Sí, Elliott… Está por cumplir un año, el cuatro de noviembre”, murmuré sin saber qué más decir.

“¿Y cómo pasó eso?”.

Levanté la cabeza al oír su pregunta.

“¿A qué te refieres?”.

“¿Cómo es que saliste embarazada si yo…?”.

“Ya estaba embarazada antes de tu accidente, Emmett”, me apresuré a decir.

“Sí, claro… Sé sacar cuentas, eso no lo he olvidado, pero justamente… ¿Intentas decirme que nosotros, en medio de nuestro arreglo, tuvimos un gran San Valentín?”.

Me sonrojé de inmediato, porque en efecto, sí había sido en San Valentín.

“¿A qué quieres llegar, Emmett?”.

“A la verdad, Irina… ¿Cómo sales embarazada en un matrimonio falso?”.

“Nuestro matrimonio no es falso”, respondí de inmediato, clavando la mirada en él, cuyos ojos grises escrutaban los míos sin piedad.

“¿Intimamos?”, preguntó frunciendo el ceño.

“Obviamente”, resoplé, ofendida.

“Hay muchas cosas que debemos aclarar, pero tú y yo estamos casados ante la ley y nos hemos comportado como marido y mujer a los ojos de todos. Y no te voy a decir que teníamos se%o todos los días, ni que nos amábamos, porque no es así, pero sí llegamos a hacerlo… una vez y…”.

“Aguarda, aguarda… ¿Intentas decirme que nos acostamos una vez… ¡Una! ¿Y engendramos un hijo?… ¡¿En San Valentín?!”.

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