La boda del heredero -
Capítulo 5
Capítulo 5:
“¿Por qué te quedaste?”, pregunto él un minuto después.
“¿Sientes lástima por mí?”.
“¡No!”, le aseguré de inmediato.
“Me quedé porque soy tu esposa”.
“Sí, sí… Ya ese cuento lo escuché”, gruñó otra vez.
“Entendí lo que obtuve a cambio de mi libertad, y creo que puedo entender lo que tú ganaste, pero… Si ya estaba medio muerto… ¿Por qué quedarte?”.
“Ya te lo dije, me quedé porque soy tu esposa. Quizás no nos casamos por amor, pero yo firmé un papel que me obliga a estar contigo en las buenas y en las malas… Me comprometí con eso, y he procurado hacerlo cada uno de estos días”.
“Claro, siempre has sido una chica buena, no me sorprende, pero insisto… Ya estaba prácticamente muerto, ¿Por qué quedarte? ¿Qué más esperas obtener?”.
“¿Obtener?”, pregunté ofendida, cayendo en cuenta de otra cosa que había dicho un minuto antes.
“¿Y a qué te refieres con ‘puedo entender lo que ganaste’?”.
“Oh, vamos, Irina… Siempre has sido una niña buena, pero detestabas ser pobre… Eso todos lo sabíamos. Sí, estabas muy enamorada de Damien, pero parte de ese amor se debía a que él era rico. Un día lo perdiste y al siguiente estabas huyendo a Estrasburgo a casarte con su hermano”.
“¿Me llamas oportunista?”.
“Solo me baso en los hechos”, siseó.
“Tú y yo ni siquiera nos agradábamos, me temías y ¿De pronto aceptas casarte conmigo? Es confuso”.
“¿Qué es lo que te parece confuso?”.
“¿Por qué aceptaste?”.
“Porque ofreciste cuidar de mí”, admití enfadada y avergonzada.
“Luego de lo que me hizo Damien, iba a ser el hazmerreír del pueblo, tú prometiste devolverme la dignidad que había perdido esa noche, pagaste mis estudios y el tratamiento de papá, y una vida de lujos… claro”, concluí con amargura.
“Mi muerte te hubiese dejado una gran suma de dinero”.
“Jamás deseé tu muerte, no te atrevas a acusarme de algo así”.
“Vaya… Veo que te has hecho más dura”, sonrió con burla.
“En el pasado jamás me hubieses hablado así”.
“He tenido que hacerme más dura. He tenido un año de m!erda entre visitas al hospital y lidiar con tu familia”, ladré con rencor, después de todo lo que había tenido que pasar, no podía creer que me acusara de todo eso, pero una parte de mí intentaba entender su desorientación.
“Y aun así… Aquí estás. Lo que quiero decir, Irina, es que, incluso si me dejabas… al morir te correspondería tu parte, ¿Por qué sigues aquí?”.
Me removí en mi asiento y sentí que el calor abandonaba mi cuerpo.
Emmett no era estúpido, jamás lo había sido, y ni el tiempo en hospital ni la amnesia temporal borraría esa característica tan arraigada en él, incluso bajo esa situación podía adivinar que algo más que nuestro matrimonio me motivaba, y sabía que eventualmente lo descubriría, no pretendía ocultárselo, pero no se lo diría ahora, tenía que esperar fuese el momento adecuado.
Sí, tenía mis propios motivos, mucho más importantes que la empresa y que el mismo Emmett. Damien seguía con sus ojos puestos sobre la presidencia de Lefrev’s, pero no lo permitiría.
En parte porque me pareció una canallada, una bajeza incluso para él, que intentara aprovechar la condición de su hermano para llegar al poder, cuando se atrevió a mencionar la opción de desconectarlo… rocé la locura.
Sacudí la cabeza, tratando de sacar el rostro ensangrentado de Damien de mi cabeza, y todo el absurdo remordimiento que venía con ello… Se lo merecía, merecía lo que le hice y mucho más.
Y desde entonces había procurado estar siempre en el medio de su camino, no le permitiría ganar, la empresa ya no le pertenecía ni siquiera si Emmett moría… y no estaba dispuesta a ceder eso, pero para eso era necesario que él recuperara la memoria rápido.
“Porque seguimos bajo la mira del cañón, Emmett”, decidí responder, siendo esta una verdad y una mentira a partes iguales.
Ya nadie podía darle vuelta atrás al reloj, nuestro matrimonio era real, estaba consumado y se encontraba asegurado para la posteridad, ya con eso no tenían nada en nuestra contra.
Pero por la condición médica de Emmett había tenido que ceder muchas cosas, y si para cuando llegaran los demás, él seguía refutándome cosas en lugar de mostrar un frente unido conmigo, que había sido nuestra estrategia… todo se derrumbaría.
“Tienes que entender que yo no soy el enemigo, Emmett… Son ellos, es Damien”.
Él suspiró y apartó la mirada, se pasó la mano por el cabello y con ojos nublados se dejó caer hacia atrás. Me levanté de un salto y corrí hacia él.
“¿Te sientes mal?”.
“Siento que la cabeza me explotará… Todo esto es una locura”.
“Lo sé”.
“No, ¡No lo sabes!”, exclamó furioso.
“¿Cómo podrías saberlo? Tú no perdiste un año de tu vida en coma, ni te despertaste para enterarte que te casaste con la exnovia de tu hermano, ¡¿Qué más me perdí?!”.
Esa pregunta fue una puntada en mi corazón, pero no era el momento.
“Poco a poco irás poniéndote al día, debes…”.
“¡Emmett!”, me giré al oír la voz a mi espalda.
Paradas frente a la camilla estaban Gioconda y Paulette, madre y hermana de Emmett, ambas tenían labios temblorosos y ojos llorosos, anonadadas por lo que estaban viendo.
“¡Hijo mío! Estás vivo”, exclamó la mujer corriendo hacia él y lanzándose a abrazarlo.
“No sabes lo destrozada que me tenía verte postrado en esta cama”.
“Hola, mamá… Hola, Pau”, dijo, mirando a su hermana.
“Hola, gruñón… ¿Cómo te sientes?”, saludó ella al borde del llanto.
“Confundido, sorprendentemente cansado… Conmocionado”, respondió él suspirando.
“No es para menos”.
Sonrió Paulette.
“Un año en coma no es juego, tienes mucho con lo que ponerte al día. Ni siquiera has conocido al pequeño Elliott, ¿Dónde está, por cierto?”.
Me puse fría al instante, y Emmett frunció el ceño.
“¿Elliott? ¿Quién es Elliott?”, preguntó confundido.
“Tu hijo, por supuesto. Así llamó Irina al niño, es una lástima que te perdieras su nacimiento”, respondió Paulette, sin saber de la amnesia de su hermano.
Miré a Emmett al mismo tiempo que él volteaba hacia mí, respiraba con pesadez y parecía tranquilo, pero yo había aprendido a conocerlo, y en sus ojos pude ver cómo el infierno empezaba a arder una vez más, supe que me haría pagar por haberle ocultado eso.
“¿Mi hijo?”, preguntó Emmett entre dientes, haciéndome sudar frio.
“Sí, hijo”.
Gioconda sonrió acercándose a la cama y pasándole una de sus manos por la frente.
“Irina dio a luz pocas semanas después de tu accidente… ¡No te imaginas qué drama se armó! El parto se le adelantó dos semanas”.
“Es que el Pequeño Elliott escuchó que su papá no quería despertar y se apresuró a ver si él lo regresaba a la vida”, agregó Paulette entre risas.
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