La boda del heredero
Capítulo 4

Capítulo 4:

Tropecé con una piedra en la que no reparé y caí de bruces sobre la tierra rojiza, antes de escuchar el chirrido de los neumáticos.

Cuando empecé a oír los pasos acercándose a mí, empecé a llorar desconsolada, sabiendo que no podía quedar más en ridículo…

Me había torcido un pie; no solo me había engañado y me había dicho que yo no era digna de casarme con él, sino que ahora tendría que dejar que Damien y Nadine me llevaran de vuelta al pueblo.

“¿Te lastimaste?”, me incorporé en un movimiento sobre el suelo al oír la voz del hombre que se paraba ante mí.

“¿Emmett?”, susurré, intentando limpiarme la tierra de la cara, pero al mezclarse con mis lágrimas se había vuelto una pasta asquerosa.

Debía tener el rostro cubierto de lodo.

“¿Qué haces aquí?”.

“¿Puedes levantarte?”, preguntó una vez más, ignorando mi pregunta.

Así era Emmett Lefrevbre, un hombre autoritario que no permitía que nadie le pasara por encima, él era siempre el que hacía las preguntas y si no… decidía cuándo responderte; no me quedó de otra más que sacudir la cabeza, negando… resignándome a que parecía ser mi destino quedar en ridículo frente a esa familia.

“Creo que me torcí el tobillo”, murmuré.

Él se agachó junto a mí y examinó mi pie, lo movió de un lado a otro con cuidado y luego me tomó en brazos para subirme a su camioneta. Cerró la puerta junto a mí y mientras rodeaba el auto, las lágrimas empezaron a salir otra vez, ¿Cómo le explicaría eso a mi padre?

“No quiero ir a casa”, sollocé, ya no me importaba humillarme, no podía estar más abajo.

“No planeo llevarte a casa aún”, fue todo lo que dijo antes de poner el vehículo en marcha.

Una hora después, nos encontrábamos en un pequeño aparcadero a un lado de la vía cerca de la iglesia, una zona poco transitada a esas horas.

Emmett había hecho una parada en una pequeña tienda del pueblo y había comprado unos antiinflamatorios, toallas húmedas, un par de bolsas de guisantes congelados y un gran suéter de esos que se les vendía a los turistas.

El suéter me ayudaría a ocultar mi vestido sucio, él me ponía las bolsas de guisantes sobre el tobillo para ayudar con la inflamación mientras yo me limpiaba la cara con las toallas. Estaba sentada sobre el capó de la camioneta, agradeciendo la fría brisa que nos golpeaba en ese momento.

“Así que… Pretende quedarse con la empresa”, murmuró Emmett, apoyando su cadera contra el parachoques.

“Increíble”, resoplé entre una risa cínica.

“¿De todo lo que te dije, eso fue lo único que escuchaste?”.

“Escuché todo, pero eso es lo único que me afecta directamente”.

Me miró y tuve que reconocer que tenía razón.

De entre todas las personas del mundo, si había alguien a quien no le importaba si Damien me había engañado, era a él. Emmett se caracterizaba por ser poco empático y brutalmente honesto.

“Buen punto… Sí, dijo no sé qué cosa sobre el testamento de tu padre y que él ya casi tiene la empresa en sus manos porque tú no te has casado. ¿Es en serio eso?”.

“¿Qué cosa?”.

“¿Te pueden quitar la empresa por eso?”.

“Sí, papá fue muy claro en esa cláusula. Él formó y manejó la empresa apoyándose en su familia, quiere que se mantenga así, creía que un hombre sin familia pierde el rumbo muy fácil”.

“Tu papá era un hombre sabio”, murmuré.

“Pero sinceramente dudo que una familia vaya a ayudar a Damien, apostaría a que llevará la empresa a la ruina y perderá todo el dinero en casinos y mujerzuelas”.

“Sí, yo también lo creo. Mi hermano no heredó la inteligencia de mi padre, en cambio sí heredó la ambición descontrolada, solo que la está orientando muy mal”.

Rio en medio de un resoplido.

“Creo que alguien debe darle una lección, y se me ocurre una bastante buena”.

“¿Cuál?”.

“Casarme antes de los treinta”.

“Claro, eso sería genial, solo olvidas un pequeño detalle, señor ‘yo soy más listo que mi hermano’”.

“¿Qué no tengo prometida?”.

“Exacto”.

“Pero tengo a alguien en mente, creo que sería la mejor esposa para mí”.

“¿Y quién es esa afortunada señorita?”.

“Una mujer que conoce mi situación, y no pondría peros para una boda rápida y sin grandes festejos. Quizás la que fuera novia de mi hermano, esa a la que él dejó por una que consideró más digna, y que esté deseosa de vengarse de él”, respondió mirándome fijamente, mientras yo abría los ojos de par en par ante su propuesta.

Hospital Universitario Pitié Salpétriére. Distrito 13, París, Francia.

“Presente*-

Emmett mantenía los ojos fijos en mí, pero tenía la mirada perdida, por lo visto le había dado mucho en qué pensar.

Yo estaba muerta de nervios mientras esperaba a que dijera algo, pero aun así me pareció increíble que, pese a solo estar vistiendo una insípida bata de hospital, siguiera viéndose tan intimidante como cuando residía alguna de las juntas, esas que solía presidir antes del accidente.

“Así que… Lo hicimos para poder quedarme con la empresa”.

Comentó finalmente, y aunque no era una pregunta, yo decidí asentir.

“Sí, nos casamos ese fin de semana… Nadie pudo refutar nada”.

“¿Y mi familia lo aceptó así sin más?”, preguntó incrédulo.

“No, obviamente Damien enloqueció de rabia, quiso desestimarlo todo, pero… era un matrimonio real… y legal. Tu mamá no hizo el mismo drama, pero sí nos abordó en privado, por separados, pero… tal y como tú habías planeado, ambos le dimos la misma versión: siempre habíamos sentido algo el uno por el otro, pero Damien estuvo siempre en el medio, cuando ya no fue así… Nos escapamos al día siguiente a Estrasburgo, fuimos al Registro Civil y estuvimos casados para el fin de semana. Teníamos tres semanas de casados para cuando cumpliste los treinta. No pareció conforme, pero nos dejó estar”.

“¿Y ya?”, siguió burlándose.

“No, claro que no. Damien le dijo a todos lo que había pasado entre nosotros, que yo solo buscaba venganza y que tú solo tratabas de mantener el control de la empresa. Vivimos en el ojo del huracán durante meses, todo era un caos, murmuraban a donde quiera que fuéramos. Damien y Nadine procuraron hacerme la vida imposible desde que descubrieron que tras un divorcio también había una cláusula similar en el testamento. Así que tomamos la decisión de irnos de la Mansión Lefrevbre y compramos una casa en Estrasburgo, eso nos dio algo de paz, pero… a los pocos meses…”

“Tuve el accidente”, concluyó él mientras yo asentía.

“¿Qué me pasó?”.

“Habías pasado el fin de semana en el pueblo, supervisabas la cosecha. Cuando venías de regreso… Tu auto perdió el control, caíste por una ladera… atravesaste el cristal y diste contra un muro”.

Los labios me temblaron al recordar el estado en el que había llego al hospital, cuando lo vi pensé que ya estaba muerto.

“Reaccionaste un par de veces esa primera semana, luego nada… Después abriste los ojos el mes siguiente, luego nada otra vez… Tuviste un paro respiratorio una vez, creímos que morirías”.

Sollocé una vez más.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar