La boda del heredero
Capítulo 60

Capítulo 60:

Su repugnante olor me golpeó cuando acercó aún más su rostro, pero cuando lancé la brazada para cachetearlo, él tomó mi mano con fuerza.

“Suéltame, Damien”, gruñí.

“¿Qué maldita m!erda crees que haces?”.

“Reclamando lo que es mío, Emmett me ha quitado muchas cosas, sé que tú eres la que más le importa… No dejaré que lo consiga”.

“Yo no soy tuya, desgraciado, ¿Y qué pretendes hacer? ¿Vi%larme en plena oficina a mitad de semana? No seas idiota y suéltame”.

“No tengo por qué tomarte por la fuerza… Tú vendrás a mí, caerás como caíste cada vez en el pasado”.

Su rostro estuvo a tan solo una pulgada del mío por un segundo, pero luego solo dio un paso atrás y me soltó.

“Put% infeliz”, gruñí cuando salió de la oficina.

“Me las vas a pagar”.

En una ráfaga de ideas, mi mente me fue dando todos los posibles castigos que podría darle…

Ir y denunciarlo por acoso iba a la cabeza, pero desistí, eso generaría demasiada polémica hacia mí, pero entonces, recordé algo.

Emmett me había pedido ser discreta hasta que él verificara lo del embarazo de la secretaria del Doctor Giroud.

Pero comprendí entonces que podía haber muchas formas de que la familia se enterara de eso sin estar yo de por medio…

Al menos en la luz, en las sombras había mucho que podía hacer al respecto.

Habíamos estado los últimos dos años en una guerra fría dónde los insultos estaban a la orden del día, pero ellos la habían vuelto mucho más personal…

Y si él haría sus jugarretas de siempre, entonces no había motivos por el que yo no debiera actuar.

Estaba empezando a impacientarme luego de quince minutos esperando a Luc Petit, representante de la empresa de auditoría privada que habíamos contactado para la gestión, cuando finalmente él hombre decidió aparecer.

“Caballeros… Lamento la tardanza, hubo un accidente en la plaza, y tuve que tomar vías alternas”.

“Descuide, Petit, lo importante es que estamos acá”, respondió Adrien sabiendo que yo sí estaba enfadado.

“Él es Emmett Lefebvre, presidente de Lefev’s”.

“Un honor, Señor Lefebvre”.

Acepté la mano que me tendía y entonces él tomó asiento.

“Mucho gusto, estaba ansioso por verle llegar… ya quiero saber qué tiene para decirnos”, respondí, queriendo dejar claro que quería ir al grano rápidamente.

“Por supuesto, quería presentarles algunos descubrimientos que hemos hecho y hacerles también un par de peticiones, en pro de hacer nuestro trabajo correctamente”.

“¿Peticiones?”, pregunté intrigado.

“Sí, pero primero lo primero”, respondió sacando unas carpetas de su maletín.

“Cómo se nos fue solicitado, estuvimos siguiendo esas operaciones que les generaban duda en las cuentas de los integrantes de la Junta Directiva, ustedes nos solicitaron enfocarnos en esos montos grandes, pero la verdad es que nos inquieta más los montos pequeños que salen diariamente a cuentas de terceros”.

“¿A terceros? ¿Se refiere a que no son nombres ligados a la empresa?”, preguntó Adrien, haciendo eco de mis pensamientos.

“Bueno… Por las cantidades uno puede presumir que se trata de trabajadores menores, quizás contratados que no forman parte de la plantilla fija… No lo sé, recolectores en los viñedos, tal vez”.

“No, todos los trabajadores de los viñedos están incluidos en la plantilla de Lefev’s… Todos”.

Le aseguré.

“Entonces hay que investigar por qué se les paga a todas estas personas. Pero el punto al que quiero llegar, señores es que… Lo extraño de estas transacciones es que, algunas veces mueven las cantidades de una cuenta a otra, pero… por meses todo ha terminado en la misma cuenta”.

“¿Dice que estos contratados terminan transfiriendo sus pagos a la misma cuenta?”, pregunté sintiendo que se me aceleraba el pulso, ese comportamiento indicaba de entrada que algo no andaba bien.

“Correcto”.

“¿Y de quién es la cuenta?”.

Adrien frunció el ceño, quizás llegando a la misma conclusión que yo.

“Ese es el problema… Es una cuenta de VW Ils Fargó”.

“¿Qué diablos es eso?”.

“Un banco americano”, respondí pasándome una mano por el cabello.

Aquello sonaba cada vez peor.

“¿Está diciéndonos que estos contratados de Lefev’s aquí en Estrasburgo transfieren todo su dinero a una misma cuenta en E$tados Un!dos?”.

“Exacto, una cuenta jurídica”.

“¿De qué empresa?”, siguió Adrien, pero mi amigo no sabía cómo funcionaba eso.

“Me temo que no puedo saberlo”.

“¿Por qué diablos no?”.

“Porque es la cuenta bancaria de una empresa estadounidense… En un banco estadounidense”, respondí en un resoplido, la punzada en mi cabeza estaba empezando a hacerse insoportable.

“Justamente, sin una razón de peso, avalada por algún tribunal americano… No puedo obtener información sobre la cuenta o sobre sus operaciones”.

Petit se encogió de hombros.

“Y hasta que aquí no se determine realmente por qué investigamos todas estas operaciones… no hay motivos para creer que podamos siquiera hacer una solicitud”.

“¿Entonces dice que el dinero perdido no está ligado a alguien de la Junta Directiva sino a esta empresa americana de la que no podemos saber nada?”.

“Bueno… En primer lugar: no se puede descartar que estas acciones estén relacionadas con alguien de Lefev’s, solo que el dinero no se vincula con sus cuentas aquí en Francia… O en Europa, pudieran investigar quienes tienen cuentas en América”.

“Que serían básicamente todos”, resopló Adrien, pero Petit continuó como si no hubiese dicho nada.

“Y en segundo lugar… No es que no sepamos nada, el número de cuenta lo tenemos, y sabemos de qué banco es”.

“¿Y eso en qué nos ayuda?”.

“Bueno… por eso quise hacer esto fuera de la oficina, en teoría mi trabajo fácilmente pudiera terminar aquí, ya les estoy mostrando a dónde van los fondos desviados, pero… Mi naturaleza no me permite desentenderme del asunto”.

“Nosotros le agradeceremos cualquier ayuda que pueda darnos, Petit”, respondí, esperando que realmente dijera algo de provecho.

“Sabemos que de momento no vamos a poder tener acceso a sus estados de cuenta, quizás nunca lo hagamos, pero al menos pudieran obtener nombres o… alguna información… por medios poco ortodoxos”.

“¿A qué se refiere?”

“¿Qué pasa si un empleado, uno que tal vez sea medio olvidadizo, deba depositar un cheque a esta empresa… llegué al banco y… no sepa qué nombre poner? Diría que lo olvidó, o que lo llevaba anotado y perdió el papel… No lo sé. Quizás sea una situación tonta, pero… en esa situación, con un cheque que posee ya el número de cuenta, el monto… ¿Por qué el banco no podría facilitar el nombre para que este pobre diablo no pierda el empleo?”, terminó, encogiéndose de hombros.

“Ya veo…”, murmuró Adrien, sopesando la idea.

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