La boda del heredero
Capítulo 57

Capítulo 57:

“Yo no te odiaría… Y daré todo de mí para que tú no me odies. Pero la cláusula habla de un matrimonio de más de dos años, es una tontería en realidad, pero si después de tres años todo es un desastre… Nos divorciaremos, te doy mi palabra de que no saldrás perjudicada en el arreglo”.

“¿Y si nos gusta? ¿Qué hacemos entonces?”, pregunté entonces riendo, aquella conversación no paraba de hacerse más y más absurda.

“Simple, seguir casados”, respondió con una media sonrisa.

Sacudí la cabeza mientras el recuerdo se desvanecía, aquella noche había sido un sube y baja de emociones para mí; pasé de la rabia a la desilusión, de la incredulidad a la resignación, y de ahí a la aceptación.

Le había pedido que me diera tiempo para pensarlo, pero para cuando me fui a la cama esa noche… Aunque seguía pensando que era una locura, ya había tomado la decisión.

“Solo sé que quise correr y tomarte en brazos, odié verte sufriendo así”, continuó Emmett devolviéndome a la realidad.

“Pero no puedo recordar si lo hice, el recuerdo termina ahí… viéndote llorar en el suelo, sintiéndome culpable, todo lo demás… es borroso”.

“Lo hiciste, me sacaste de aquí y me atendiste, ya te lo había dicho… Esa noche me dijiste que nos casáramos, la propuesta más descabellada que me han hecho en la vida”.

“Quisiera poder recordar lo que dije esa noche… ¿Te obligué a aceptar?”, preguntó con preocupación, cosa que me pareció adorable.

“No, tú… Me ofreciste un buen trato, hubiese sido una tonta de no aceptarlo y, cómo te dije, jamás me he arrepentido de haberte dicho que sí”.

“Un trato… ¿Ese trato acababa en algún punto?”, preguntó con seriedad.

Me mordí el labio y medité al respecto.

¿Nuestro trato realmente podía acabar?

Cuando él me propuso aquella locura, no hablamos nunca de hijos, ni de los sentimientos que despertaría nuestra unión, sobre todo porque esos últimos días habíamos estado juntos sin ningún tipo de restricción, eran días seguros, pero… más de una vez me encontré pensando qué pasaría si salía embarazada otra vez.

Que la idea me ilusionara mucho más de lo que me ponía nerviosa…

Daba mucho qué pensar.

“La verdad… dijiste que podíamos divorciarnos después de tres años, dijiste que la cláusula decía eso, pero… ¿Qué ocurre?”, pregunté al verle sonreír.

“¿Te dije que el testamento nos obligaba a estar casados tres años?”.

“Dos, pero sí… ¿Por qué?”, pregunté extrañada porque él seguía sonriendo.

“No lo sé, no recuerdo eso, y debería, ¿No? La lectura de ese testamento fue mucho antes del accidente”.

“Supongo. Lo que no entiendo es por qué recuerdas solo una parte de la conversación, o por qué solo recuerdas esto, ¿Qué lo genera?”.

“No lo sé… solo vi el sendero y… te vi ahí, fue como si lo estuviera reviviendo, todo acompañado por un fuerte dolor de cabeza, igual que cuando te besé… La primera vez al menos”.

“Eso es extraño”.

“El doctor habla de sentimientos poderosos… Te dije que el se%o era poderoso”, dijo sonriendo, y yo resoplé al oírle.

“No digas tonterías…”, murmuré mientras nos apoyábamos en el jeep, mirando hacia los viñedos.

“Aunque para ser honesta contigo… me gusta que tus recuerdos se relacionen conmigo”.

“¿Quieres que yo sea honesto contigo?”, lo miré intrigada, mientras él me miraba con gesto apenado.

“Todo esto sigue siendo un gran desastre en mi cabeza, y aún no sé qué pasaba por mi mente en ese momento, pero… Me alegra haberte pedido que te casaras conmigo”.

Sentí un calor embriagador fue invadiendo mi pecho al oírle decir aquello, sobre todo cuando acercó su mano hacia mí y estrechó mis dedos con los suyos, en ese momento sentí que no había trato, ni arreglos; o había cláusulas de testamento ni deseos de venganza… Nuestra unión se había dado de forma poca ortodoxa, pero parecía ser algo destinado a ser.

“Yo también me alegro de haber aceptado”, respondí, apoyando mi cabeza en su hombro.

Nos quedamos así un buen rato, mirando al paisaje nocturno, no sabía qué pasaba por su mente, pero en mi interior… sentía que las cosas entre nosotros habían cambiado… Todo había cambiado.

A la mañana siguiente me encontraba en casa de papá, guardando las cosas de Elliott mientras él preparaba el desayuno y atendía al niño.

“Parece que la juerga del bar estuvo intensa”, comentó papá al verme bostezar por cuarta vez desde que había llegado.

“Sí, bueno… Ya sabes cómo es Caspian y… además estaba Marie también”, comenté sonrojándome de inmediato.

Porque lo cierto es que Emmett y yo no habíamos permanecido en el bar ni siquiera dos horas, y era un hecho que mi falta de descanso la noche anterior no tenía nada que ver con esa fiesta.

Me mordí el labio al recordar lo que había pasado en los viñedos, aquel recuerdo me acompañaría eternamente, no solo por el fogoso encuentro que tuvimos, sino por la conversación que tuvimos después.

No se habían dicho cosas comprometedoras, pero de algún modo se puso sobre la mesa algo que antes no estaba; era como tener un pesado cofre en frente… Saber que guarda cosas importantes, pero no tener idea de qué se trata.

“Bueno… es que Marie era la chispa que se necesitaba para volar toda esa dinamita”, continuó papá.

“Esos dos son tal para cual”.

“Ah, sí… Fue una fortuna que terminaran juntos”, comenté solo por decir algo, ya que me había perdido gran parte de la conversación.

“Verlos juntos es hasta cierto punto mágico… Es la clase de amor que siempre esperé que encontraras”.

Mis manos se detuvieron sobre el morral al oírle.

“Lo sé”, fue todo lo que pude responderle.

Papá era el mayor detractor de mi relación con Emmett, solo que él lo había aceptado con gracia, y no andaba montando trampas para crear problemas entre nosotros.

Jamás me había perdonado el hecho de haberme casado sin avisarle, pasó varias semanas sin hablarme con normalidad, pero cuando finalmente decidió dejarlo atrás… Había procurado mantenerse al margen. No aplaudía lo que hicimos, pero tampoco se oponía abiertamente a ello.

“Es bueno ver que al menos las cosas fluyen un poco más natural entre ustedes”, dijo después, tomándome por sorpresa.

“¿De qué hablas?”.

“Emmett y tú, ya no parecen dos robots intentando aparentar que tienen sentimientos… Ahora se ven como dos personas que, de hecho, tienen sentimientos”.

“No sé a qué te refieres, papá”, insistí, porque yo seguía negándome a admitir delante de mi padre los motivos reales por los que me casé.

“Lo que quiero decir es que desde que Emmett despertó… Empezaron a parecer una pareja real”, se encogió de hombros.

“Hace un rato cuando estuvo aquí, parecía relajado, antes del accidente ese muchacho parecía tener una vara de acero anclada a la espalda cuando caminaba a tu lado… Una actitud similar a la que tú guardabas. Me preguntó qué cambió… Es todo”.

Papá hizo ese gesto de torcer su boca, algo que hacia normalmente cuando me preguntaba algo de lo que ya sabía la respuesta, pero preguntaba solo para ver si yo le decía la verdad.

Siempre había detestado ese gesto, y esta vez mucho más, porque en esta oportunidad no podía decirle qué pasaba…

Porque ni yo misma lo entendía.

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