La boda del heredero
Capítulo 45

Capítulo 45:

“Pero ¿Cuál es la necesidad de todo esto, Emmett?”, preguntó Paulette en tono más conciliador.

“Mira todo el revuelo que ha causado”.

“Pues lo hago porque mientras ustedes trataban de salir a flote, daban su mejor esfuerzo y todo eso… Alguien estuvo revendiendo parte de la cosecha de este año, y no solo eso, sino que la vendió a un precio tres veces mayor al del mercado, pero no solo eso… Si no que, lo que se ve reflejado en los libros, es el precio del mercado, ¿Dónde está ese dinero?”.

Emmett se les quedó mirando en silencio, esperando su respuesta mientras Paulette alzó las cejas ante la noticia, pero no me pasó por alto que fue la única que parecía sorprendida por la noticia.

“¿Y nosotros cómo vamos a saber quién tiene ese dinero o por qué lo hizo?”, preguntó su madre, ofendida.

“Justo por eso es que haré la auditoría… sé que nadie me dará las respuestas de buenas a primeras, así que las buscaré yo mismo”.

“En nuestras cuentas bancarias”, agregó Damien en tono de acusación.

“En la de todos, hermano… Incluso en la de Irina, quien por cierto ya me ha dado parte de lo que le pedí ayer”.

Emmett miró a Damien con fiereza y abriendo las manos en gesto impaciente.

“¿Cuándo podré ver tu reporte?”.

A Damien se le tensó la mandíbula de furia, pero Paulette les interrumpió antes de que pudieran seguir con su enfrentamiento.

“Pero ¿Qué estás diciendo, Emmett? ¿Qué alguien está robando dinero de la empresa?”.

“Quiero pensar que solo es eso, que están tomando más de lo que les corresponde, y no que están lavando dinero con las cuentas de la empresa, porque si es así… Papá se estaría revolcando en su tumba en este momento y por eso… por atreverse a manchar el apellido… les haré pagar caro”.

“¿Eso es una amenaza, Emmett?”, preguntó Gioconda.

Y con esa sola pregunta se extendió una tensión casi asfixiante en la oficina.

“Es una advertencia, madre, solo eso”.

“¿Te has puesto a pensar en lo que dirán de nosotros?”.

“Si ustedes no tienen nada que ver… Los demás no tienen por qué decir algo al respecto”, respondió Emmett en tono indulgente.

Gioconda en cambio parecía a punto de sacarle los ojos.

“Entonces sí crees que tenemos algo que ver”.

“Lo que creo, madre… Es que espero que estén limpios, porque no pienso tener clemencia con quién esté haciendo esto”.

La furia que se apreció en el rostro de los Lefebvre al oírle solo podía equipararse con la satisfacción de verles acorralados.

Y en medio de todo eso, me sentí feliz de que al menos en una parte… El viejo Emmett seguía ahí conmigo, quizás solo tenía que hacer lo que decía Marie, y así volver a lo que teníamos antes.

El sábado por la noche entrábamos al elegante restaurante del centro de la cuidad, y dejábamos que el mesero nos guiará hasta nuestra mesa.

Algo que me había llamado la atención fue que cuando llamé y di mi nombre para hacer la reservación, me habían preguntado si quería la mesa de siempre…

Acepté de inmediato y en ese momento, mientras veía la mesa apartada en la zona de la terraza, casi oculta de los demás por unas delicadas mamparas, quedé gratamente sorprendido.

Era un ambiente íntimo y romántico, y eso, más que todas sus palabras o explicaciones combinadas, era una especie de confirmación de que yo en serio estaba intentando hacer funcionar aquella relación antes del accidente.

“¿Puedo ofrecerles una copa de champagne?”, preguntó el mesero.

Miré a Irina y ella asintió con una sonrisa.

“Excelente, les traeré sus copas mientras deciden qué quieren comer”.

“Gracias”, respondimos ambos al mismo tiempo, viendo al hombre marcharse.

“Hoy descubrí que siempre tomamos esta mesa”, comenté mientras tomaba el menú.

“Sí, desde la primera vez que vinimos… este se volvió nuestro rincón”.

“¿Nuestro rincón?”.

“Ehm… Sí, aquí veníamos siempre que había algo que celebrar”, dijo con una sonrisa.

“¿Celebrábamos muy seguido?”.

“No realmente, pero… veníamos aquí siempre que lo hacíamos”.

“Ah, claro… entiendo”.

Luego de eso quedamos en silencio, ella mirando hacia los arbustos y yo hacia la copa vacía frente a mí, pero de pronto ella soltó un resoplido y se llevó una mano a los labios tratando de contener la risa.

“¿Qué ocurre?”.

“Es que… Tuve un deja vu”, sonrió una vez más.

“Justo así fueron nuestras primeras cenas juntos… Silenciosas e incómodas”.

“Lo siento, no pretendo que sea incómodo, en absoluto, de verdad quiero intentar calmar todo entre nosotros… Traer la armonía que me dices que teníamos”.

“Lo sé, lo sé… Solo tenemos que alivianar el ambiente, es todo, buscar algo de lo que hablar…”.

“Te ves hermosa… Creo que no te lo había dicho”, dije finalmente, aquello lo tenía atorado en la garganta desde que la vi salir de la habitación en la casa.

Irina esa noche llevaba un delicado traje enterizo en color negro, de tirillos y escote holgado, llevaba el cabello recogido, dejando toda la piel de sus hombros y su cuello expuesta para que yo pudiera deleitarme con la visión.

Pero lo que estaba enloqueciéndome realmente era el hecho de que aquella prenda me permitía ver el nacimiento de sus senos, incluyendo un hermoso lunar sobre su seno derecho.

Estaba haciendo un esfuerzo sobre humano para no mirar cada cinco segundos, pero aunque estaba probando a mis ojos de esa imagen… Mi mente ya había empezado a fabricar toda clase de fantasías al respecto.

Irina sonrió ante mi cumplido, pero también se sonrojó de inmediato, haciéndome reír…

Algunas veces era una mujer hecha y derecha.

En otras ocasiones parecía una inocente colegiala.

“¿Ahora lo hice más incómodo?”, pregunté con humor, mientras alzaba una ceja esperando la respuesta.

“Un poco, pero gracias… La verdad es que hacía mucho tiempo que no salía, así que… Quizás me arreglé un poco más de la cuenta”.

“No, cómo dije… estás hermosa”, repetí, mirándola fijamente…

La deseaba, y hubiese dado todo por tener la libertad de decírselo, y me pregunté también si en algún momento la había tenido…

Si antes del accidente era realmente libre de decirle lo que pensaba y de hacerle saber cuándo y cuánto la deseaba.

El mesero llegó y tuve que dejar mis acalorados pensamientos para luego, y enfocarme en ordenar la cena.

“…y entonces Elliott vomitó su jugo de frambuesas sobre el vestido de Gioconda… como ya todos sabíamos que pasaría”, comentó Irina entre risas, un rato después, hablando sobre la última vez que había ido sola a Obernai.

“¿Y mamá enloqueció?”.

“No tanto, pero… Obvio que no le gustó. Desde entonces nada de jugos de frambuesas para el niño cuando va a visitar a su abuela”, sonrió y bebió un poco de su copa.

“Por cierto… Nos toca viajar el siguiente fin de semana, ¿Ya has pensado qué comprar?”.

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