La boda del heredero -
Capítulo 42
Capítulo 42:
“Ya veo…”, fue todo lo que pude decir, comprendiendo entonces por qué Hugo no quería aceptar favores de mi padre.
“Lo siento, hijo”, murmuró él mirándome de reojo.
“¿Por qué?”.
“Sé que la chica te gusta, y estoy seguro de que tú hermano también lo sabe, pero cuando lo confronté me dijo que ella se le había declarado, que él se había enamorado poco a poco y… No lo sé, Emmett, solo espero que si realmente está enamorado, cambie un poco esa actitud”.
“Damien no va a cambiar nunca, papá”, resoplé, apoyándome de la ventanilla.
“Seguirá siendo el mismo narcisista egoísta y déspota que siempre ha sido”.
“No hables así de tu hermano, Emmett, todos merecemos una oportunidad”.
“Que no hable así… Como si estuviese mintiendo”, refunfuñé.
Me sentía realmente dolido y decepcionado.
Si Damien sabía o no lo que yo había empezado a sentir por Irina… no lo sabía, pero era un hecho que él no sentía nada por ella.
“Sé que es una situación delicada, y vaya que me preocupa la jovencita… Tu hermano no sabe nada de tratar a una mujer y ella parece una chica frágil”.
“¿Dices que terminará rompiéndole el corazón? Por supuesto que lo hará, es un imbécil”.
Oí a papá resoplar y sacudir la cabeza una vez más.
“Sí, supongo que terminará rompiéndole el corazón, y si eso pasa es bueno que tú seas ya un chico maduro y que sabes cómo sanarlo”.
“¿De qué hablas? ¿Dices que debo esperar a las sobras de Damien?”, pregunté ofendido.
“Disculpa, pero creo que puedo conseguir algo por mí cuenta”.
“¿Sobras? ¿Es que acaso hablamos del asado de la noche anterior? Es una mujer, Emmett; una por la que veo, sientes más que solo un enamoramiento platónico, ¿Eres demasiado orgulloso para aceptar el amor de la forma en la que te lo mandé Dios?”.
“Vamos, papá… ¿Dices que la mujer para mí es la mujer de mi hermano? Sé que yo no soy el religioso de la familia, pero sé que la cosa no va por ahí”.
“No, hijo, no es lo que digo; lo que intentó decirte es que esto que está pasando, no es el fin del mundo, me refiero a que las cosas que están destinadas a ser… Serán, de un modo u otro, lo único que te estoy pidiendo es que si la oportunidad llega a tu puerta… no la vayas a rechazar por esa tontería, de otro modo, Damien no será el único imbécil como dices tú”.
Lo miré en silencio un rato y luego resoplé.
“Por este tipo de cosas mamá dice que tienes favoritismo conmigo, quieres que sea un buitre en la relación de Damien”.
“No quiero que seas un buitre, quiero que no selles esos caminos solo porque alguien más los caminó primero que tú”.
“Eso sonó muy mal, papá, en serio”.
“Lo sé, pero es lo que pienso, el orgullo no siempre te llevará a caminos mejores”, comentó mientras estacionaba el auto frente a la casa y entonces los vi.
…
Presente…
Respiraba agitado mientras el recuerdo seguía repitiéndose en mi cabeza, esa había sido la última vez que vi con vida a papá, varios meses después, recibí la llamada de mamá diciéndome que había sufrido un derrame cerebral… Aquella había sido la última conversación que habíamos tenido en persona y a solas.
Quizás era en parte por eso que sus palabras habían calado más profundo en mí; no querer que perdiera la oportunidad de ser feliz por orgullo parecía ser importante para él; no lo recordaba, pero podía asumir que había sido por eso que decidí proponerle toda esa locura a Irina, pero… ¿Acaso eso me daba algún tipo de garantía?
La miré una vez más, ella seguía con sus ojos fijos en mí, esperando mi respuesta; traté de indagar en sus ojos, pero solo podía ver la intriga que la dominaba en ese momento…
Con tanto tiempo en blanco en mi cabeza, y tantas cosas que pasaron entre ella y Damien, ¿Podía realmente abrirme a ella y confesarle todo?
‘No’, vociferó algo dentro de mí, y aquello no era orgullo… era instinto de preservación, estaba parado en el campo de batalla y no sabía si podía confiar en alguien al cien por ciento, y por la forma en la que me miraba y había reaccionado a las palabras de mi hermano… podía asumir que nunca se lo confesé, ¿Por qué lo haría ahora?
“Irina… Mi padre tenía esta idea de que tú eras la mujer indicada para mí”, dije, decidiendo que lo mejor era irme por la tangente.
No mentía… pero tampoco estaba diciendo la verdad. Las bombas que había dejado caer Damien habían sido muy precisas y difíciles de esquivar.
“¿Tú padre?”, preguntó contrariada.
“Sí, él le tenía mucha estima a Hugo y… siempre pensó que tú y yo estaríamos bien juntos, me lo decía siempre, incluso llegó a decírmelo mientras estabas con Damien, y… con el tiempo yo empecé a creerlo”.
Sus perfectas cejas se alzaron de sorpresa y su boca se abrió ligeramente.
“Claro, el hecho de que estuvieras enamorada de Damien era el problema y un obstáculo… Lo dejé pasar y puse mi atención en otras cosas, al menos hasta donde recuerdo. Si me preguntas… Quizás pedirte que te casaras conmigo no fue solo conveniencia por las acciones de Damien, tal vez intenté honrar eso en lo que mi padre creía…”.
‘Quizás quise también demostrarte que yo sí podía hacerte feliz’, pensé con un poco de amargura.
“La verdad es que no lo sé, Irina… es complicado dar razones de algo de lo que no me acuerdo, pero… Mi papá nunca ocultó sus pensamientos a nadie”.
“¿Dices que Damien lo sabía?”, preguntó con una mueca en los labios.
“Sí”.
“¿Entonces estar conmigo fue solo una forma de molestarte?”.
“No lo sé, Irina. Mis recuerdos son antiguos, y mi laguna mental bastante extensa… ¿Jamás te hablé de esto?”.
“Nunca… nadie lo hizo, en realidad”, suspiró y sonrió con amargura.
“¿Sabes? Me siento como un juguete por el que los Hermanos Lefebvre se peleaban”.
“Lo que hizo Damien, sea como sea que te tratara… No me condiciona de ninguna forma, tú eres la que recuerda todo lo que pasó desde la boda, dime… ¿Alguna vez te traté como un juguete? ¿Como un premio para exhibir?”.
Irina se quedó unos minutos en silencio y finalmente suspiró y sacudió la cabeza.
“Nunca”, admitió en un susurro y luego volvió a reír.
“Pensé que en esta relación era yo la que tenía anécdotas que contar”.
“Ya ves que no”, respondí respirando profundo, sintiendo que de momento, habíamos pasado la tormenta.
“Quisiera poder preguntarte si tenía razón”, murmuró después.
“¿Damien?”
“Sí”, humedeció sus labios y sonrió antes de hablar.
“Dijo que él sabía que eso te dolía y a veces me preguntó qué tanto te afecta. Siempre muestras ser un hombre fuerte y te mantienes en una pieza ante las adversidades, como si nada te afectara, cómo si fueses inmune a todo”.
“No soy inmune, eso te lo puedo asegurar”, respondí con una sonrisa de amargura.
“Sé que no”.
La rapidez con la que respondió me intrigó, y debió notarse en mi rostro, porque sonrió y entornó los ojos.
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