La boda del heredero -
Capítulo 41
Capítulo 41:
“¿Yo? ¿En qué crees que miento?”.
Emmett parecía escéptico y burlón.
“Sí me envidiaste una vez, ¿Recuerdas? Cuando éramos más jóvenes, y era yo quien me f%llaba a Irina allá en las bodegas… Eso te enloquecía, ¿Cierto? Puedes decir lo que quieras, pero yo sé que siempre has estado resentido por eso, y no importa cuán superior te creas yo siempre habré llegado primero, y esa marca no la vas a poder borrar de su piel”.
Un silencio aterrador nos cubrió, y el semblante de Emmett cambió y empezó a tensarse a medida que su respiración se aceleraba, pero mientras Adrien ponía las manos sobre el pecho de Emmett, tratando de evitar que este se lanzara sobre su hermano… olvidó que yo era la más impulsiva de la sala.
Me levanté y caminé hasta Damien, que no tuvo tiempo de reaccionar, pues tan pronto como volteó a mirarme, le crucé la cara en una cachetada que resonó en toda la sala y dejé la silueta de mi palma enrojecida sobre su mejilla antes de inclinarme hacia él.
“Eres un hombre patético, Damien… y eres un completo iluso si crees que dejaste alguna huella en mí”, mi voz temblaba de furia, pero él solo me dedicó una sonrisa burlona.
“No me importa si dejé o no huellas en ti, me importa haberlas dejado en él”.
Con una mueca señaló a Emmett, que aún se sacudía contra Adrien.
“A mí nadie me ataca sin que yo dé un contragolpe, Irina… Deberían tener eso en mente ahora que empiezan está cruzada para deshacerse de mi”.
Con un desagradable guiño y una asquerosa sonrisa se puso de pie y salió de la sala.
“Adrien… ¿Puedes darme un momento a solas con Emmett?”.
“De acuerdo… traten de calmarse, por favor”, accedió nuestro amigo antes de marcharse.
Cuando estuvimos solos, Emmett se apoyó en una de las sillas, respirando agitado.
“¿Qué quiso decir Damien con eso de ‘cuando éramos más jóvenes’?”, pregunté, sintiendo que mi corazón latía con velocidad.
Él levantó la cabeza y clavó su mirada en mí, entonces se incorporó y respiró profundo… presentí que lo que vendría a continuación cambiaría las cosas entre nosotros.
…
Viñedos Lefebvre. Obernai, Francia.
Casi seis años atrás…
Era un día caluroso de verano, había pasado la mañana recorriendo los viñedos con papá y aunque era una labor que me gustaba…
Era también extenuante.
Era época de cosecha, teníamos a todos los recolectores trabajando esa mañana, y a papá le gustaba ir a saludar, que eso levantaba la moral del obrero, le gustaba decir.
Me apoyé del Jeep mientras le veía conversar con Hugo Varane, el jefe de los recolectores, trabajador de confianza de la familia.
Saqué una botella de agua del auto y empecé a beberla mientras le echaba un vistazo al paisaje, recién había regresado de Londres para pasar unos días con la familia, y justo en ese momento entendí que realmente extrañaba aquel lugar.
A Damien y a Paulette les gustaba viajar y estaban desesperados por dejar aquellas tierras floreadas de cientos de colores y de aire puro, pero lo cierto era que yo no cambiaría los viñedos y sus paisajes por una ciudad… por ninguna.
Y esa era la razón por la que no terminaba de aceptar aquellas pasantías en California, sabía que era una gran oportunidad, pero seguía sintiéndome receloso.
“¿Emmett?”.
Me giré al oír el llamado de papá, que seguía en el mismo sitio junto a Hugo.
Bajé la pequeña colina del sendero y caminé entre las vides hasta alcanzarlos.
“Aquí estoy, ¿Qué tal, Hugo?”.
Mi padre me puso una mano en el hombro y lo agitó con una sonrisa.
“¿Recuerdas a mi muchacho?”.
“Claro, ¿Cómo está, Joven Emmett?”, saludó el hombre con una inclinación de cabeza.
“Excelente, Hugo…”, extendí mi mano hacia él, que con una mueca apenada aceptó mi gesto.
Y comprendí, bastante avergonzado, que salvo por mi padre… nadie más en la familia trataba a Hugo o a cualquier otro obrero con decencia.
“Te comentaba, Hugo… que Emmett ya está abriéndose paso en esta industria, está por graduarse y ha conseguido una oferta para un año de pasantías en la empresa vinícola más grande de E$tados Un!dos”, exclamó mi padre con orgullo, lo decía como si hubiese ganado un Nobel, en lugar de solo unas pasantías.
“¿En California, no?”, preguntó Hugo mientras papá asentía.
“Un vino muy bueno el de allá, felicitaciones, joven”.
“Gracias, Hugo”.
“¡Exacto!”, exclamó papá al mismo tiempo.
“¿Sabes todo lo que puede aprender por allá para luego venir y aplicarlo en nuestras cosechas o nuestras bodegas? De mano de Emmett, Lefev’s será la marca número uno por años”.
“Vamos, papá, tampoco exageres”, le pedí, avergonzado de que alardeara tanto delante del hombre.
“¿Es que acaso no puedo estar orgulloso de mi hijo?”, se excusó mi padre, mirándome primero a mí y luego al hombre.
“Dime, Hugo… ¿No estarías tú orgulloso?”.
“Mucho, señor. Y lo comprendo. Mi niña recién recibió una beca en la universidad de Estrasburgo… Estoy tan orgulloso de ella que se lo digo a todo el mundo… como estoy haciendo justo ahora con ustedes”.
Papá y yo sonreímos ante el comentario, mientras yo sentía aquel familiar vuelco en la boca del estómago.
Llevaba dos años sin verla, pero la última vez que había estado en casa para navidad descubrí que se había vuelto una señorita hermosa y de alegría contagiosa, me había flechado de inmediato y aunque creí que el tiempo lejos de casa me ayudaría a olvidarme de aquel absurdo enamoramiento… acababa de descubrir que no era así, y en cambio, tenía muchas ganas de verla, aunque ella y yo no éramos particularmente amigos cercanos.
“Pues qué bien por tu hija, Hugo; que bueno que ha decidido seguir estudiando”, le estaba diciendo papá.
“Oh, sí, ella es muy lista, y quiere ser alguien en la vida, Obernai es un pueblo pequeño, me alegra al menos que pueda conocer la ciudad… Quizás consiga alguna gran oportunidad de trabajo y logre ser alguien”.
“Pues ya sabes que las oficinas de Lefev’s siempre estarán abiertas para ella. Puede hacer las pasantías ahí si gusta”, ofreció papá, cómo uno de esos gestos que siempre tenía con sus hombres de confianza.
Pero de inmediato Hugo empezó a sacudir la cabeza en negación.
“Se lo agradezco, señor, pero me sentiría muy incómodo aceptando esa oferta, por cómo están las cosas ahora, prefiero que dejemos cada cosa por su lado”.
Ver asentir a papá y notar su gesto apenado, me intrigó, y luché contra la decepción también mientras ellos seguían hablando de otros temas, porque la verdad era que la idea me gustaba…
Cuando a ella le correspondiera hacer pasantías, ya yo debería estar trabajando ahí, verla más seguido quizás ayudaría a mejorar nuestra casi inexistente relación.
Cuando papá y yo regresábamos al auto ya no pude contenerme más.
“¿A qué se refería Hugo con eso de ‘como están las cosas ahora’?”, pregunté cuando ambos estuvimos en el Jeep, papá suspiró y encendió el motor.
“Irina y tú hermano han estado saliendo desde hace un tiempo”.
Hice una mueca involuntaria con los labios mientras y asentí lentamente, aquella noticia me caía como un maldito baño de agua hirviendo…
Resultó ser bastante doloroso.
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