La boda del heredero
Capítulo 32

Capítulo 32:

“¿Crees que podamos hablar ahora?”, preguntó él.

“Claro, dime”.

Emmett se removió con incomodidad en su sitio, pero luego me miró y suspiró.

“Últimamente han habido un par de… imágenes, que se han colado en mi mente, y no puedo saber si son reales o si las estoy inventando, entonces cuando hablé con el doctor, él…”.

“¿Qué imágenes?”, le interrumpí, llena de curiosidad.

Aunque un poco dolida por el hecho de que ambos estábamos actuando como si lo de esa mañana no hubiese ocurrido.

“Imágenes tuyas, pero una se ha repetido muchas veces, y solo quiero saber si es real o…”.

“Solo dime”, le apresuré.

“Te veo a ti, creo que estoy besándote, pero estábamos en un sitio que no reconozco, y había muy poca luz, pero había un tono verdoso en el ambiente, no sé… qué sea, es como…”.

“Un vitral de un bosque”, comenté interrumpiéndole, sin saber cómo sentirme por lo que me estaba diciendo.

¿De verdad ese momento era lo primero que estaba recordando?

¿Qué significaba?

“¿Un vitral? ¿Sabes de lo que te estoy hablando? ¿Es real?”, preguntó con los ojos bien abiertos, ansiosos en realidad.

“Sí, lo fue… Ese vitral está en un hotel de París, fue durante la Convención de las Empresas Vinícolas de Europa, nos hospedamos ahí, y… Bueno…”.

Resoplé, un tanto avergonzada de tener que explicarle eso.

“¿Nos besamos?”.

“Sí, bueno… Ese día nos embriagarnos un poco y… pasamos la noche juntos”.

Torcí los labios en una mueca, me sentía como una quinceañera confesándose a sus padres que había perdido la virginidad.

Emmett se mantuvo callado unos segundos, meditando lo que le decía, hasta que decidió hablar.

“De acuerdo, supongo que tiene sentido que vea esa imagen cuando te beso… Al menos de acuerdo a lo que dijo el Doctor Giroud, pero… ¿Tienes una idea de por qué recuerdo esa vez en específico? Estuvimos juntos otras veces, ¿No?”.

“Sí, unas cuantas, yo.. Ehm… No sé, Emmert, solo se me ocurre que porque fue nuestra primera vez”, respondí sonrojándome, mientras él lucía sorprendido.

“Ya veo…”.

Se rascó la barbilla con aire ausente, antes de hacerme una solicitud que me dejó muda.

“¿Podrías contarme qué ocurrió esa noche?”.

Hotel Le Milie Rose Distrito X, París, Francia.

Un año y nueve meses antes…

“Que tengan una feliz noche, Señores Lefebvre”, dijo unos de los trabajadores del hotel a modo de despedida, pero eligiendo muy mal sus palabras ese día.

“Muchas gracias”, respondió Emmett con educación, mientras nos guiaba hacia el lobby del hotel.

Caminábamos uno al lado del otro pero ninguno decía una palabra. No podía saber qué estaba pensando él o por qué mantuvo el ceño fruncido en toda la trayectoria, pero en mi caso estaba abochornada.

Nos encontrábamos en aquel prestigioso hotel para asistir a la Convención de Empresas Vinícolas, al Riesling de Lefev’s se le había otorgado un premio como el fino más refinado de toda Francia, y eso obviamente tenía a Emmett muy contento.

Pero era San Valentín, y aunque nos encontrábamos en un evento donde beber vino estaba a la orden del día…

Nadie parecía olvidar lo del puto día del amor.

Parecía que cada jodida alma en aquel elegante salón había sido iluminado por una luz demoniaca para hacernos comentarios inapropiados:

“Felicidades, al menos ya sabemos cómo van a celebrar”.

“Espero que lo recuerden por la mañana”.

“¿Trajeron suficientes botellas para llenar la tina?”.

Y la peor de todas: “Y matarán dos pájaros de un solo tiro”.

Yo no supe cómo reaccionar, mucho menos qué decir cada que alguien me dijo algo así, porque lo cierto es que no podía salir de mi conmoción, jamás hubiese imaginado que la gente rica dijera aquellas cosas con tan poca clase.

Pero mi consternación no se debía solo a eso, sino también al hecho de que resultó sumamente vergonzoso que ellos dijeran esas cosas, creyendo que Emmett y yo celebraríamos a lo grande esa noche, cuando lo cierto era que él y yo apenas si habíamos empezado a dormir en la misma cama y jamás habíamos intimado.

Subimos al elevador y en aquel pequeño espacio la tensión pareció hacerse incluso más palpable, sobre todo porque Emmett aún llevaba en manos la botella de Resling Lefev’s etiqueta dorada que le habían regalado.

Y aunque en un principio me pareció gracioso y extraño que le regalaran una botella del vino que él mismo vendía, en ese momento solo tenía cabeza para pensar en la energía que parecía emitir esa botella.

“¿Vas a salir?”, el tono ligeramente impaciente de Emmett me hizo reaccionar.

Las puertas del elevador ya se habían abierto en el penthouse y él aguardaba por mí.

“Ah, sí… Lo siento”, murmuré mientras nos adentrábamos al salón.

“Descuida”, respondió y se fue hacia la barra de bar que había en la suite y con movimientos bruscos abrió la botella que le habían regalado.

“¿Te la vas a tomar?”.

“¿Por qué no?”.

“Creí que era para exhibirla o algo… no sé”.

“Pues me la tomaré porque, primero: puedo conseguir una de estas cuando sea; segundo: justo ahora necesito tomar un poco; y tercero: todos los vinos que hay en ese refrigerador son un asco”.

Se sirvió una copa y de inmediato empezó a beber.

“¿Estás enfadado, cierto?”, pregunté casi en un murmullo, pero él lo escuchó.

“¿Por qué lo estaría?”.

El sarcasmo en su tono me confirmó que sí lo estaba y eso me hizo sentir terrible.

“Porque un montón de idiotas empezaron a hacer chistes se%uales sin ninguna razón, frente a la mujer con la que te casaste hace tres meses, pero que aún no has tocado porque ella no te lo ha permitido, por el fantasma de su ex, que es tu hermano… Y porque de paso es San Valentín”.

Tan pronto como me escuchó dejó escapar una risa que terminó siendo un resoplido.

“Bueno, si lo pones así…”, concedió ladeando la cabeza de un lado a otro.

“Tengo algo para ti, ya que lo mencionas”.

“¿Para mí? ¿Por qué?”.

Le vi ir hacia la caja fuerte y sacar una caja de terciopelo negro antes de acercarse a mí.

“Porque es San Valentín, acabas de decirlo”, respondió acercándome la caja.

“Emmett no tenías que hacerlo, yo… no pensé que haríamos esto, es que nosotros no…”.

Estuve a punto de decir que no éramos una pareja real pero me retracté, porque en el fondo sí lo éramos, al menos él lo intentaba… Yo era la que siempre quedaba debiendo en esa ecuación.

“De verdad lo lamento, Emmett”, murmuré antes de que él alzará una mano para detenerme.

“Déjalo, Irina, no pasa nada…Abre tu regalo y dime si te gusta”.

En el interior de la caja había una hermosa gargantilla de oro, de tres cadenas diferentes, una prenda sencilla pero hermosa.

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