La boda del heredero -
Capítulo 30
Capítulo 30:
“Discúlpame, cielo… ¿Puedes darme un momento a solas con mi hermano?”, pregunté, mirando a Irina, que no pareció contenta con la solicitud.
“Hay algo que debemos conversar, todo está en orden”.
Lamenté entonces no haberle dicho nada sobre lo del informe, de ese modo al menos hubiese sabido que no ocurría nada malo, porque ahora me miraba con descontento.
“De acuerdo, me iré… Caballeros”, pretendía darse la vuelta, pero yo le tomé de la mano y la acerqué a mí.
Le besé rápido pero con intención, y como casi todas las veces anteriores, esa imagen de su rostro a oscuras, iluminada con una luz verde, volvió a mí, y abrasó mi cuerpo como la primera vez. Pero a pesar de esto, le sonreí y le di un guiño para tranquilizarla.
Cuando estuvimos solos, y miré a Damien… noté su descontento.
“Parece que el tiempo en coma te hizo más efusivo, ¿No? Antes no tenían esas demostraciones de cariño en público… Quizás los empleados lo tomen mal”.
“¿Por qué no podría? Es mi mujer, puedo besarla dónde y cuando quiera… Le moleste a quien le moleste”.
Mi comentario pareció sentarle peor, pero se mantuvo callado.
“Pero no pedí este tiempo contigo para hablar de mi trato con Irina”.
“¿Entonces para qué?”.
“¿De dónde conseguiste el informe médico que presentaste en la junta?”.
“¿Cómo que ‘de dónde’? Obvio que del doctor”
Se defendió con gesto burlón.
“No, porque hablé con el doctor ayer y él niega haberte emitido un informe, y discúlpame la desconfianza, hermano; pero le creo más a él que a ti”.
Vi cómo su mandíbula se tensaba y esquivaba mi mirada varias veces.
Ese siempre había sido el problema de Damien, pretendía ser un hombre de poder, en control y dominante…
Quería serlo, pero no era más que un muchacho asustadizo al que le faltaba ingenio para tener éxito en sus planes.
“Pues no me extraña que no me creas, pero tú viste el informe, venía del consultorio de Giroud, y no decía nada que no fuese cierto. Si no tienes ninguna otra acusación ridícula que echarme en cara, entonces me iré a trabajar, a fin de cuentas está empresa saldrá adelante trabajando… no con fiestas un martes por la mañana”.
Se marchó antes de que yo pudiera decir algo más, pero su actitud a la defensiva me dejaba claro que si había algo turbio en todo eso, pero lo descubriría…
Mi hermano era estúpido y arrogante, eventualmente metería la pata y yo solo debía estar atento, y le haría pagar, porque yo podía tolerar sus celos, pero el sabotaje no lo pasaría por nada.
“Damien lucía como cuando tu papá le daba un sermón… ¿Qué ocurrió?”, preguntó Adrien, apareciendo a mi lado.
“El informe que presentó en la junta… No lo emitió el doctor, lo confronté”.
“No sé por qué no me sorprende”.
“Pero… si no fue el doctor y no es falso, porque tiene los sellos del consultorio… ¿Cómo lo obtuvo?”.
“Pues si el doctor tiene una secretaria… apostaría lo que quieras a qué se f%lló a la secretaria para obtenerlo”.
Miré a mi amigo con el ceño fruncido.
“Vamos, no me mires así, Damien es un perro en celo, y si le puede sacar provecho a eso… lo hará. Todo el mundo aquí sabe que se f%lla a Giselle, la de Recursos Humanos, cada que alguien se queja de sus tratos”.
“Vaya, Adrien… ¿Una copa de champagne y ya andas diciendo obscenidades?”.
Nos giramos al oír la voz femenina a nuestra espalda.
Una despampanante pelirroja, con silueta de reloj de arena, labios carnosos y ojos verdes, nos sonreía con entusiasmo. Yo no tenía idea de quién era, pero por la forma en la que me miraba… ella sabía muy bien quién era yo.
“Charlotte, ¿Qué tal?”, saludó Adrien.
“Solo estábamos bromeando… cosas de hombres”.
“Sí, ya me imagino sobre qué bromeaban”, respondió ella entornando los ojos antes de volver a clavarlos en mí.
“Emmett… no sabes cuan feliz me hace tenerte aquí con nosotros otra vez”.
Mientras hablaba, se acercó a mí y me besó ambas mejillas, pero pude notar que sus besos no eran simples saludos amistosos.
La mujer, intencionalmente, hizo que duraran un par de segundos más de lo que debieron durar, comprendí al instante, que su interés iba más allá del laboral, pero yo seguía sin saber quién era.
“Hola… Charlotte, es un gusto verte otra vez”, respondí, bajo la mirada atenta de Adrien.
“Ay, qué seriedad”, se quejó ella, poniendo una mano sobre mi abdomen.
“La verdad es que sin ti acá… Trabajar en Lefev’s carece de sentido, todos pierden el rumbo”.
Vi a Adrien abrir un poco los ojos ante su comentario y terminarse su copa, comprendía, igual que yo, que la mujer estaba siendo un poco intensa.
“Bueno… ya volví, todo retomará su curso natural”, respondí, sin saber qué más hacer.
No saber quién era ella y el por qué se su actitud tan descarada, me ponía en desventaja.
“Seguro que sí”, sonrió una vez más.
“Y pues, no sé los demás, pero yo te extrañé muchísimo, y me hace muy feliz que despertaras”.
“Gracias, Charlotte”.
“Ehm… Me parece que debemos ir a hacer esta cosa de la que hablábamos, Emmett, ¿Recuerdas?”, intervino Adrien, mirándome con advertencia.
“Sí, sí… Lo mejor es que lo hagamos ahora mismo”.
“Bueno, señores… les dejo para que trabajen, nos estaremos viendo, Emmett”, se despidió con sonrisa coqueta, al tiempo que mi amigo me hacía señas para que le siguiera los pasos.
“¿Quién es esa?”, pregunté mientras caminábamos.
“Charlotte Roux, la jefa de contabilidad. Esto fue incómodo y problemático”.
“Sí, bueno… Vi que es un poco… bastante coqueta, pero ya está, ¿No? Ya nos libramos de ella”.
“Charlotte no es coqueta, la mujer parece decidida a que la tomes sobre tu jodido escritorio mientras todos ven, pero ese no es el problema… El problema es lo que viene después que ella hace sus numeritos”.
“¿De qué hablas? ¿A qué te refieres?”, pregunté confundido, mientras él susurraba un ‘m!erda’ silencioso y tragaba en seco.
“Adrien…”.
Oí la voz tensa de Irina a mi espalda y me giré para ver su rostro inexpresivo, pero ella mantuvo la vista fija en mi amigo.
“¿Te importaría dejarme un momento a solas con mi esposo?”.
El hombre dudó un par de segundos…
Pero finalmente asintió.
Se marchó a paso lento, entonces un escalofrío inesperado me recorrió la espalda cuando Irina me miró, estaba enfadada y aunque sabía que yo no había hecho nada para provocarlo…
También sabía que de algún modo era culpable por no detenerlo.
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