La boda del heredero -
Capítulo 26
Capítulo 26:
“Anda… dilo”.
“¿De verdad es mi hijo?”.
Soltó las palabras como si estas le quemaran en la garganta, quizás del mismo modo que me quemaban a mí por escucharlas.
“Lo es, Emmett. No es algo que me haga feliz, pero si te hará sentir más seguro… Aceptaré que se hagan una prueba de paternidad”.
Él asintió lentamente por un largo rato antes de volver a mirarme.
“Gracias, Irina… Hay tanto vacío en mi cabeza que… no puedo evitar que se llene de dudas”.
“Descuida, lo entiendo. Solo ten en cuenta que puedes preguntarme, esto no es ‘Durmiendo con el enemigo’ ¿De acuerdo? Ya te lo había dicho”.
“De acuerdo. Trataré de hablar sobre eso, creo que también iré a hablar con el Doctor Giroud, creo que él pudiera tener algo para decir”, dijo de pronto, sorprendiéndome.
“Eso está bien, además que le viene bien una visita nuestra después del asunto del reporte”.
“Sí, exacto. Yo quería…”, dejó de hablar cuando mi teléfono empezó a sonar.
Me disculpé y empecé a buscarlo, para cuando lo tomé ya la llamada se había perdido. Era una llamada de Marie, probablemente ya se había enterado de todo.
“¿Es importante?”, preguntó Emmett.
“No realmente… Ya llamará luego”.
“Aquí están”, ambos giramos para ver a Adrien entrar al salón.
“No se imaginan todo el drama que se ha liado por esta reunión… ¡Dios! Necesito una cerveza, ¿Vienen?”.
“Yo sí, también necesito relajarme”, accedió Emmett.
“Yo tendré que pasar esta vez, caballeros”, alcé una mano cuando ambos abrieron la boca para quejarse.
“Debo ir a casa con Elliott”.
“Cierto, entonces yo no debería…”, empezó a disculparse Emmett, con la incomodidad brillando en su rostro.
“No, no, descuida, te permitiré seguir siendo un hombre sin hijos por un tiempo más”, le dije sonriendo.
“Vayan por esa cerveza, charlen como en los viejos tiempos… Quizás eso ayude”.
“¡No se diga más entonces!”, exclamó Adrien sonriendo.
Salimos de la sala y parecía que todos los ojos estaban puestos en nosotros, por lo visto la noticia se había corrido como fuego sobre gasolina, tanto que para cuando estuvimos fuera del edificio… los oídos parecían zumbarme.
“Bueno, hasta aquí los acompaño”, empecé a despedirme y me incliné para besar ambas mejillas de Adrien.
Pero cuando me giré hacia Emmett, comprendí que no podía despedirme así de él, no frente a la empresa.
Por su postura tensa deduje que él también había llegado a esa conclusión. Me acerqué, esperando el medio segundo que tardó en acercar su rostro al mío.
Nuestros labios se tocaron en un breve y casto beso, pero eso no impidió que la ola de calor me envolviera, y hubiese dado lo que fuera para saber si el velo que vi en su mirada al separarnos significaba que él también lo sintió.
“Te acompañaré al auto”, dijo con voz profunda.
Asentí, sabiendo que solo lo hacía porque seguramente seguíamos bajo la mira de todos. Caminamos en silencio el corto trayecto y cuando estuve en el interior del auto, él se dispuso a cerrar la puerta.
“Irina, yo… Quería darte las gracias por haber rezado por mí”.
Algo dentro de mí se removió de entusiasmo, sus palabras parecían haber salido del viejo Emmett, ese que tanto extrañaba, y justo por llegar a ese pensamiento fue que decidí responder con sinceridad.
“No tienes que hacerlo, pero debes saber que aún lo hago, sigo rezando… porque aún no has vuelto a mí, no del todo”.
Sonreí con cierto pesar, quizás del mismo modo que lo hizo él.
“Conduce con cuidado”, dijo antes de alejarse del auto en dirección al de Adrien.
Y aunque aquella despedida tenía un toque de amargura, decidí creer que mis plegarias serían escuchadas y entonces sí lo tendría de vuelta, porque lo necesitaba, y más que necesitarlo… lo quería.
Tomé mi teléfono y le marqué a Marie.
“¡Irina! ¿De verdad despertó?”, preguntó sin preámbulos.
“Sí… Dios, sí… Finalmente despertó”, dije sin poder contener el llanto.
“¿Por qué lloras, mujer? ¿No era eso lo que querías?”.
“Sí, pero… No recuerda nada, Marie”, admití dejando caer la cabeza hacia atrás.
“¿Cómo que no recuerda nada?”.
“Tiene amnesia, ha perdido todo recuerdo de nuestra unión y… todo lo que pasó después”.
“Maldición… Tenemos que hablar, en una hora estaré allá”.
Asentí en silencio y agradecí su apoyo, sabía que era arriesgado hablar de eso con alguien, pero Adrien era su amigo… Yo necesitaba alguien que de verdad estuviera de mi lado.
Las risas de Elliott llenaron la casa mientras las burbujas flotaban a su alrededor. Aquello era algo que enloquecía a mi hijo y podía pasar horas, quemando gran parte de su energía, persiguiendo y explotando burbujas.
Estaba tan absorto en la tarea que no se dio por enterado cuando el timbre sonó, cosa que en cualquier otra circunstancia le habría hecho correr hacia la puerta, entusiasmado por ver quién podría ser.
Fui hasta la entrada y abrí la puerta para encontrarme con los ojos apremiantes de Marie, mi mejor amiga, que entró a la casa como un torbellino.
“Hola, nena…Ahora voy contigo”, dijo como saludo antes de dirigirse hasta el salón principal, donde Elliott seguía persiguiendo las burbujas que producía aquella celestial máquina.
“¡Mai!”.
Gritó mi hijo con gran entusiasmo al verla y corrió hasta sus brazos.
“Hola, bomboncito, ¿Me extrañaste?”, le saludó con el afecto habitual y cargándolo en brazos lo fue llevando hacia el corredor.
“Lo siento, pero hoy vas a tomar una siesta temprana”.
Sonreí y puse los ojos en blanco mientras la veía llevárselo hasta su habitación.
Elliott parecía tener un ángel iluminando su existencia, porque no había corazón que no pudiera dominar; al menos no de aquellos que convivían un momento real con él. En el caso de Marie, quien era hasta cierto punto su segunda madre… Yo estaba segura de que ella mataría por él, igual que haría yo.
Con Emmett en coma, viviendo en medio de los Lefebvre, y con todo Obernai murmurando a mi espalda y señalándome al pasar… Mi amistad con Marie fue mi más grande bendición, quizás no hubiese podido sobrevivir sin ella.
Fui hasta la cocina a preparar un poco de café y sacar algunas galletas… La tarde pintaba para una conversación larga y tendida, que era justo lo que necesitaba después de las últimas semanas.
“Te juro que te escucho y no me lo puedo creer”, dijo Marie un buen rato después, sentada frente a mí en el sofá del salón principal.
“No te culpo, lo cierto es que yo a veces sigo sin poder creérmelo”, comenté, dándole un sorbo a mi segunda taza de café.
“Cuando regresé al pueblo lo primero que me dijo Caspian fue lo de Emmett y yo me puse a saltar en un pie, casi como estaba él, ya sabes que el pobre lo extrañó tanto…”.
Sonrió al pensar en la admiración y el cariño que le tenía su novio a Emmett.
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