La boda del heredero
Capítulo 2

Capítulo 2:

“Me temo que podemos estar en presencia de un episodio de amnesia; es bastante común en los pacientes que estuvieron prolongadamente en estado de coma. Tendríamos que hacerle algunos exámenes para asegurarnos que no quede ninguna lesión en su cabeza, pero…”.

“¿Amnesia? ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Jamás recuperara la memoria?”, pregunté al borde de una crisis, eso no me podía estar pasándome a mí.

“Pues la verdad esto es bastante común, Señora Lefebvre. Normalmente el paciente va recuperando sus recuerdos con los días, en el peor de los casos duraría un par de meses, pero no puedo darle mayores explicaciones hasta que no se le hagan los chequeos correspondientes”.

“Claro, entiendo”, asentí llena de nervios.

‘¿Emmett con amnesia? Esta tragedia cada vez empeora más’, lloré internamente.

“De momento lo único que podemos decir es que es un verdadero milagro tenerte con nosotros”, dijo el hombre dirigiéndose a mi esposo y poniendo una mano sobre su hombro, gesto que apareció incomodarle y eso me hizo sonreír, al menos sabía que en esencia seguía siendo el mismo.

El hombre estuvo un rato más en la habitación y luego se marchó diciendo que tenía que presentarle el caso a la junta y cuando estuvimos solos nuevamente la mirada de nombre volvió a posarse sobre mí, pesando toneladas.

“¿Entonces? Estoy esperando la explicación de esta locura”, exigió un rato después viendo que yo seguía sin responder.

“Pues ya escuchaste al doctor, al parecer tienes amnesia”, murmuré con una sonrisa nerviosa, aunque sabía que no había nada gracioso en la situación.

“Sí, escuché perfectamente”, comentó en tono tajante.

“Asumiré que por eso no recuerdo nada de lo que me estás diciendo, pero asumiendo también que lo que me dices es cierto, tiene que haber entonces una buena explicación para que yo decidiera hacerlo… así que te escucho”.

Di una profunda respiración y traté de armarme de valor siempre se me había hecho complicado sentirme en confianza con él, nunca tuve oportunidad de acostumbrarme, pero ya no quedaba de otra, necesitábamos aclarar todo eso antes de que los demás llegaran.

“De acuerdo Emmett, te contaré lo que pasó… Porque es necesario que nos pongamos de acuerdo antes de que tu familia llegue”.

Abrí la boca, mientras mi mente me llevaba un tiempo atrás, cuando mi tranquila vida había sido sacudida por el huracán de los Lefrevbre.

Comuna de Obernai, Francia.

Dos años antes…

“Ehm… En serio lo siento, Irina. Pero si no llega en los próximos diez minutos tendrás que irte”, anunció Maggie apenada.

“Ya intenté conversar con Ántoine, pero… ya sabes cómo es”.

“Lo sé, en serio lo siento Maggie”.

Me puse de pie de inmediato, recogí mi bolso y puse una mano sobre su hombro cuando quiso disculparse una vez más.

“Tranquila, no pienso meterte en problemas, iré a buscarlo, pero si llega a aparecer por acá… Dile que le estaré esperando en mi casa”.

“De acuerdo, se lo diré… En serio lo siento”.

Le di un beso en la mejilla y salí del restaurante, hecha una furia.

Crucé la calle y casi sin poder controlar mis temblores de rabia, introduje la llave en la puerta de mi pequeño mini cooper, y emprendí el camino hasta la Mansión Lefrevbre.

Me sentía humillada y con ganas de romper en llanto, no solo había tenido que llegar sola al restaurante, sino que había tenido que soportar la mirada despectiva de Antoine, que dejaba muy en claro que pensaba que yo no tenía dinero para pagarme una cena ahí, y lo peor era que ciertamente no lo tenía.

Me había presentado al restaurante más importante del pueblo porque Damien me había citado ahí, a su lado nadie me hubiese menospreciado.

Todos sabían que él pagaría la cena, pero al menos tendrían que morderse la lengua y guardar sus comentarios hacia mí, pues yo era su novia y en esa posición nadie podía tocarme.

Yo no era más que la hija de un simple capataz de bodega en los viñedos, pero era la novia de Damien Lefrevbre, hijo de Olivier Lefrevbre, quien en vida fuese dueño de Lefrev’s, una de las empresas vinícola más importante de toda Francia, la mayor en toda la región de Alsacia.

Sus bodegas y viñedos eran los más modernos y productivos de toda la zona, y representaba la principal fuente de empleo para las personas de Obernai… Si aquello fuese un reino, los Lefrevbre fuesen la Familia Real.

Eran pocos ahí en el pueblo los que podían presumir de conocerlos o relacionarse con ellos, pero no era mi caso.

Aunque pertenecía a una familia muy humilde, el trabajo de mi padre me había permitido pasar toda mi infancia en los viñedos y las bodegas de la familia y fue ahí donde conocí a Damien, el más joven y encantador de todos; a diferencia de su hermano Emmett, él era una fuerza de la naturaleza.

Carismático y encantador en todos los sentidos… Me enamoré de él al instante, y por fortuna, al llegar a la adolescencia, la vida me había sonreído y me había hecho merecedora de su afecto.

Mi vida había cambiado en ese momento, no solo tenía al hombre de mis sueños conmigo, sino que empezaron a caer sobre mí lluvias de regalos y atenciones de su parte. No es que fuese una chica materialista, pero no podía negar que amaba los lujos que estar con él me permitían.

Pero aun así, seguía siendo víctima de desprecios como el que me había hecho el imbécil de Antoine, un viejo carcamán que se creía que por tener un bonito restaurante, ya era una celebridad.

“Jodido Damien”, gruñí cuando al entrar en el camino hacia la residencia, ya podía vislumbrar su jodida Ducati de lujo.

Estacioné junto a la fuente y subí los escalones de la entrada a la carrera, toqué el timbre y a los pocos segundos el ama de llaves, apareció ante mí.

“Irina”, dijo como saludo, la mujer me odiaba.

“Hola, Juliet… Estoy buscando a Damien”.

“No está en casa”.

“Su motocicleta está ahí”, señalé sobre mi hombro.

“Pues entonces debe estar en las bodegas… No lo sé, pero no-está-en-casa”.

Su tono impertinente me hizo querer golpearla, como siempre, pero no le daría el gusto, sabía que la Familia Lefrevbre solo estaba esperando el más mínimo de mis deslices para pedirle a Damien que me sacara de su vida.

“De acuerdo, iré a buscarlo… Muchas gracias, eres un encanto”, respondí en el mismo tono.

La mujer prácticamente me cerró la puerta en la cara, pero no tenía tiempo para dedicarle la oleada de improperios que había memorizado en su contra en los últimos tres años, necesitaba encontrar a Damien y arrancarle la cabeza por dejarme plantada esa tarde.

Me acerqué al auto y dejé el bolso ahí, emprendí camino hacia las bodegas, pero a los cinco minutos me incliné para desatarme aquellas incómodas sandalias de tacón que me había puesto para la ocasión, y entonces se me hizo mucho más sencillo caminar.

Normalmente sería una caminata de veinte minutos, pero me tomó solo quince luego de empezar a correr.

Las bodegas eran grandes estructuras de piedra café y terracotas que se ubicaban hacia la zona este de las tierras de los Lefrevbre, de niña me gustaba pensar que era un castillo y yo era la princesa atrapada a la que Damien rescataba tras matar al dragón; en la infancia nos limitábamos a eso, pero cuando fuimos ya mayores, las fantasías fueron tomando nuevos tonos.

Aquel era nuestro lugar de encuentro favorito, había perdido la cuenta de las veces que dejé que me hiciera el amor, entre esos antiguos muros empedrados; la primera vez que me llevó ahí casi no podía moverme de los nervios de ser encontrados, pero con el tiempo fui perdiendo la vergüenza y entregándome por completo.

Sonreí por los recuerdos, Damien siempre había sido un amante entusiasta y habilidoso, y pese a estar furiosa con él, de pronto solo quería encontrarlo para reconciliarnos en aquel lugar.

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