La boda del heredero
Capítulo 13

Capítulo 13:

Puse los ojos en blanco mientras Damien entraba al salón nuevamente, riendo, sabiendo, aunque no del todo, que aquel sería un mal trago para su hermano. Pero él no sabía de las acusaciones de su hermano, ni de lo que acababa de provocar.

Miré a Emmett cuando estuvimos solos, su rostro parecía tallado en piedra, una gárgola furiosa y atemorizante que se acercaba a mí como un rato.

“Tu descaro es grande, ¿No? ¿O es que acaso les gusta el riesgo a ser descubiertos?”, ladró, casi pegando su rostro al mío.

“No estábamos haciendo nada”.

“¡Prácticamente estaba encima de ti!”.

“Como tú lo estás ahora”, argumenté golpeando su pecho, obligándole a dar un paso atrás, beneficiándome de la debilidad de su cuerpo en ese momento.

“Parece ser que es la única forma en que los Hermanos Lefrevbre les gusta hablar conmigo”.

“Mucho cuidado, Irina… O no respondo”, siseó queriendo avanzar hacia mí una vez más.

“No, cuidado tú… A menos que quieras terminar con la cara marcada como tú hermano”.

Al oírme dio un paso atrás.

“Eso pensé, ahora… Apártate”.

Mi intención era irme, pero apenas si me había movido cuando Emmett me tomó por la cintura y en cuestión de un segundo… tuve sus labios agresivos y demandantes contra los míos, enfureciéndome al instante.

Mi cuerpo empezó a temblar de rabia mientras sentía los movimientos hostiles de su boca sobre la mía, completamente distantes a esos a los que yo me había acostumbrado y con los que había terminado fantaseando tantas veces.

Pero lo que sí seguía siendo igual era el calor abrasador e hipnótico que lo envolvía… Eso era parte de Emmett.

‘Pero este no es tu Emmett’, dijo una voz en mi interior, una voz furiosa y potente que me instó a hincar mis dientes con violencia sobre su labio inferior hasta que le hice retroceder.

“¡Maldita sea! ¿Estás loca?”, gruñó con gesto feroz, tocándose el labio.

“¿Yo estoy loca? ¿Acaso no ves lo que estás haciendo? ¡Suéltame!”, exclamé tratando de liberarme del agarre de sus manos sobre mi cintura, pero él solo se aferró más.

“Calla, maldita sea… Nos están viendo”, siseó acercándose más, ocultando su rostro hacia mi cuello.

“¿De qué hablas?”, mi respiración se agitó como siempre que tenía a Emmett pegado a mí, maldije que el condenado hombre tuviera tanto efecto sobre mi cuerpo, incluso cuando estaba hirviendo de la rabia.

“Juliet… Está ahí en el jardín, bajo el balcón, ya no puedo verla, pero veo su sombra… Es medio tonta esta mujer, pero supongo que si nos escucha discutir… no creo que guarde el secreto, ¿O sí? Apostaría que no está en nuestro bando”.

Torcí los labios ante aquel hecho, porque lo cierto era que tenía razón… aquella bruja haría cualquier cosa para hundirme.

“Maldición, Irina; eres una salvaje… ¡Me rompiste el labio!”, siguió quejándose, tocando su labio con el pulgar; aquel jodido carnoso labio partido en medio…

¡Dios, cómo extrañaba esos labios!

‘Pero no así’, pensé con rabia.

“¿Y qué diablos esperabas? ¿Vienes a decirme cuanta maldita cosa te pasa por la cabeza sobre Damien y yo, y esperas que te devuelva el beso?”.

“Ya te dije por qué lo hice, y solo dije lo que vi… Me voy por tan solo un par de minutos y regreso para verte secretearte con Damien, esta es la casa familiar, por amor al cielo, deberían aprender a comportarse”.

“Te repito que aquí no estaba pasando nada, tu jodido hermano vino hasta acá para molestar, bien que se le da; pero no tengo por qué darte explicaciones, Emmett, igual no vas a creerme. Y vale… Entiendo lo de Juliet, pero ¿El beso era necesario?”.

“¿Qué dices? ¿Qué quería besarte?”.

Rio por lo bajo.

“Vamos, Irina; estabas hecha una fiera… fue lo único que se me ocurrió para callarte. Tendría que ser muy imbécil para querer besar a una mujer que minutos antes estaba en plan intimo con mi hermano”.

“Pues vas a tener que buscarte otro método, porque tienes prohibido tocarme, mucho menos besarme sin mi consentimiento, ¿Entendiste?”.

“No, no… Aclaremos algo, Irina; puede que yo no recuerde cómo pasó, pero bien me has dicho que estamos casados, ¿No? Y si es así, tengo todo el derecho de besarte cuando quiera… suponiendo que quiera”.

Se encogió de hombro con gesto desdeñoso.

“Y tú tienes el deber de respetarme, ¡No puedes estar encontrándote con tu amante cada que la calentura te lo exija! ¿Entiendes eso?”.

Tensé la mandíbula violentamente cuando le escuché decir aquello, y haciendo un gran esfuerzo por no volver a cruzarle la cara, respiré profundo y lento.

“Sí, eres mi esposo, pero yo no soy ninguna bailarina de cabaret a la que compras con tus billetes, así que si vuelves a tocarme sin mi consentimiento… Yo te mato, ¿Entiendes tú eso?”.

Emmett me miró fijamente por unos minutos, y luego resopló a mitad de una sonrisa.

“Eres diferente a como te recuerdo… ¿Qué te pasó?”, preguntó, detallando cada aspecto de mi rostro.

“Tú y tu maldita familia”, gruñí dándole un empujón en el pecho.

“¡Eso me paso!”.

Sin darle tiempo a decirme nada me alejé de él y entré al salón para subir a zancadas las escaleras, necesitaba estar a solas.

Cuando estuve en el piso de arriba, crucé la primera puerta que vi, que era el salón del piano, y me apresuré hasta la banqueta de madera.

Me senté y apoyé las manos en las rodillas, esperando que mi respiración se calmara, pero fue en vano… Siempre era en vano; luego de casarme había descubierto que firmar ese papel fue como pactar con el diablo…

Aunque esto no fue necesariamente malo.

Descubrí que Emmett, un hombre en quien antes jamás me había fijado de esa forma, encendía mi deseo de un modo que hasta ese día seguía sin poder explicarme, el efecto de su cercanía solo podía compararla como la de un ente sobrenatural que me consumía viva… pero eso me daba placer.

Estaba enfadada, queriendo arrancarle la cabeza, dispuesta a morderlo hasta verle sangrar, pero aun así… mi corazón latía de excitación, no de rabia. Me mordí el labio y suspiré, recordando nuestra noche de bodas:

Entramos a la habitación de aquel hotel en Estrasburgo, eran apenas las ocho de la noche, pero luego de una ceremonia rápida e improvisada… no es que tuviéramos mucho que festejar.

Me quedé de pie a mitad de habitación, jugando con las tirillas de aquel vestido de malla traslúcida cubierta de plumillas blancas, poco apropiado para una boda, pero el único que pudimos conseguir.

Emmett atendía al botones mientras yo no podía apartar la mirada de aquella gran cama matrimonial… Solo entonces el peso de lo que había hecho empezó a caer sobre mí.

Estaba casada con Emmett Lefrevbre, un hombre del que sabía muy poco, y al que siempre le había tenido una especie de miedo, algo que me mantenía alejada, y ahora debía ser su esposa… su mujer.

“Respira, Irina… dormiré en el sofá”, había dicho él al ver mi nerviosismo.

Me giré para verlo, y lo encontré quitándose el saco de su traje negro, siguiendo con los gemelos de sus puños y su corbata.

La imagen de su ancho y firme torso cubierto por aquella pulcra camisa blanca había provocado las primeras chispas de lo que posteriormente fue un incendio forestal en mi interior… Que incluso hasta hoy seguía ardiendo.

“¿Lo harás?”.

“Lo haré”, respondió alzando una ceja.

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