La boda del heredero -
Capítulo 12
Capítulo 12:
Ambos nos giramos al oír la voz de Emmett a nuestra espalda. Nos miraba con suspicacia e impaciencia.
“Claro, señor. Terminaré de guardar las maletas y nos vamos”, comentó Didier rodeando el auto.
Emmett me miró un segundo en silencio y luego desvió la mirada hacia el asiento trasero, dónde Elliott descansaba plácidamente.
“Creo que iré en el asiento delantero”, dijo con labios tensos.
“Todos estaremos más cómodos así”.
Respiré profundo cuando le vi darme la espalda y subir al auto, y procuré mantenerme serena, ya no estábamos en terreno seguro. En media hora estaríamos en la Mansión Lefrevbre y era imperativo que nos viéramos como la pareja unida que siempre aparentamos ser.
“¡¡Emmett!!”, gritó Paulette tan pronto como bajamos del auto.
La mujer bajó corriendo los escalones de piedra y se lanzó en brazos de su hermano, que como siempre, la alzó en vilo y le hizo dar un par de vueltas en el aire.
“Qué bueno que regresaste, todo el mundo va a enloquecer cuando te vean”, dijo la mujer, besando su mejilla antes de girarse hacia mí.
“¿Dónde está el príncipe?”.
“En el asiento trasero, pero está dormido y…”, mis palabras murieron cuando ella nos apartó a ambos y abrió la puerta del coche.
“No lo vayas a despertar”.
Paulette desató el arnés de seguridad de la silla y sacó a Elliott en dos movimientos, haciendo que el pobre despertara desorientado.
“No vayas a llorar, aquí está tu tía Pau, y no sabes las sorpresas que te tiene… ¡Vamos, ustedes dos!”, exclamó antes de salir corriendo hacia el interior se la mansión, con mi hijo en brazos.
“Llevaré esto a su habitación”, nos comunicó Didier y se alejó antes que pudiera decir nada.
Solo entonces caí en cuenta que tendríamos que compartir habitación, no podríamos explicar el por qué no lo hacíamos, después de todo… éramos una pareja feliz ante todos.
Con eso en mente respiré profundo y me acerqué a él para tomar su mano.
Cuando mi piel entró en contacto con la suya, la misma electricidad de siempre saltó entre nosotros, eso siempre había ido más allá de nuestras mentes, porque aunque ninguno había logrado entenderlo… Sí aprendimos a vivir con ello, pero esta vez él lo repudió.
Se soltó mi agarre de inmediato y me miró confundido, pero sin decir una sola palabra.
“Contrólate, porque a partir de hoy y hasta que regresemos a París o a Estrasburgo y estemos solos… tendremos que aparentar que estamos muy enamorados y que todo sigue igual entre nosotros”.
Él se lo pensó unos segundos, pero al final decidió aceptarlo, así que juntos y tomados de la mano subimos las escaleras y entramos a la mansión. Me pareció irónico cómo antes era él el que buscaba transmitirme confianza… Los papeles se habían invertido.
Él aumentó un poco más su agarre cuando vio, en el gran salón principal de la mansión, toda la decoración de festejo.
“¿Qué es todo esto?”, murmuró mirando de un lado a otro.
“Parece que tú hermana no bromeaba cuando dijo que lo celebrarían por todo lo alto”.
“Iré a hablar con mamá”.
“No creo que ayude, pero si tú insistes…”.
Emmett se alejó sin decir nada más, dejándome sola en el gran salón.
Caminé hacia la puerta oeste y salí al balcón, dejando que el aire puro de aquel campo llenará mis pulmones, sonriendo al pensar que mi padre siempre había tenido razón, el aire ahí se sentía diferente… París era una ciudad hermosa, pero jamás me hacía sentir tan plena como aquel pueblo.
“Después de un año de tenerlo postrado en una cama… Hubiese pensado que no te despegarías de Emmett”.
La voz de Damien me sobresaltó, haciéndome girar en un movimiento brusco.
Lo encontré apoyado contra el marco de la puerta, sonriendo con malicia… como siempre hacía. Vistiendo esas camisas satinadas que con los años había aprendido a odiar.
“Damien… Creí que llegarías en un par de horas”.
“Pues parece que tus espías están informándote mal… Nadine llegará en un vuelo, yo llegué por carretera”.
“No tengo espías, no es mi culpa que los empleados de esta casa me sean más leales a mí que a ti”.
“No son leales a ti, Irina”.
Rio con burla.
“Son leales a mí hermano, y lamento decirte, que con Emmett de vuelta… perderás todo el poder que se te dio este año, deberías ir despidiéndote de todo”.
“Perderemos… ambos”, aclaré, viendo cómo se le tensaba la mandíbula.
“Pero eso no me afecta tanto como parece afectarte a ti”, esta vez fui yo la que rio.
“Él acaba de volver de un coma prolongado, en la junta nadie es estúpido, devolverle la presidencia tan pronto es una locura”.
“Pues yo lo veo muy bien”, mentí, rogando que me creyera.
“No habría razones para no dejarle volver, y como bien dices… En la junta nadie es estúpido, todos saben que necesitamos a Emmett al frente”.
“Eso ya lo veremos”, siseó en tono amenazante, acercándose a mí.
“Porque he trabajado mucho para…”.
“Vaya, vaya…Veo que ustedes dos no pierden el tiempo”.
Me sobresalté al oír la voz de Emmett en el balcón.
Miré por encima del hombro de Damien y le vi, con las manos aún en los bolsillos, pero postura erguida. Nos miraba con desprecio, y eso me hizo palidecer.
“Pero mira nada más lo que trajo la nueva cosecha”, exclamó Damien dándose la vuelta y encarando a su hermano.
“Y viendo la celebración que montaron en tu honor, confirmo que ahora más que nunca eres el hijo favorito de mamá”.
Y tan pronto dijo aquellas palabras cargadas de envidia, se fue hacia Emmett y lo abrazó; haciendo que se me erizara la piel, no había conocido a nadie tan falso como Damien.
“¿Cómo estás, hermano?”, saludó Emmett.
“Feliz de verte, sin duda alguna”.
“¿Sí? Parece que estás más feliz de ver a Irina que de verme a mí”.
Respiré profundo al oír aquello, la desconfianza de Emmett estaba rayando en lo ridículo.
Damien me miró confundido, por un segundo antes de mirar otra vez a su hermano y reír.
“Creí que tú estabas muy por encima de los celos y toda esa m!erda que me dijiste… ¿Cómo era?”.
La tensión no hizo más que aumentar, porque la expresión confundida de Emmett dejó claro que no tenía idea de qué hablaba su hermano.
“Ya déjense de tonterías, que lo que menos necesita Gioconda hoy es que ustedes se pongan en plan conflictivo”, ordené mirando a uno y luego a otro, pero Emmett no pretendía hacerme caso.
“¿Qué te pasó en la cara?”.
Vi la tensión en Damien al mismo tiempo que yo me ponía rígida.
Emmett había reparado en la cicatriz que seguía la línea de la nariz de su hermano, esa que no estaba ahí la última vez que lo vio… porque yo se la había hecho casi un año atrás, pero explicar eso era meterse en terreno escabroso y aún era muy pronto.
“Irina tiene razón… Mejor nos relajamos un poco”, dijo Damien poniendo una mano sobre el hombro de su hermano.
“¿Dónde está el Pequeño Elliott? ¿Ya lo conociste? ¿Acaso no es una ternura de niño?”.
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