La boda del heredero -
Capítulo 11
Capítulo 11:
Una hora más tarde estaba en la cocina preparando el desayuno cuando oí que se abría la puerta de la habitación de Elliot y Emmett salió de ella.
“Buen día”, murmuró malhumorado.
“Buen día”, me limité a responder, mientras cortaba las tostadas de Elliott.
“¿Dormiste bien?”.
“Todo lo bien que puede dormir un hombre de un metro noventa en una cama infantil, pero gracias por preguntar, eres un encanto… Cómo siempre”.
Alcé una ceja ante su tono sarcástico, pero ya venía preparada para esa respuesta.
“Si dormías en el sofá lo ibas a arruinar, y esos de ahí fueron mil euros, así que… No había de otra”.
“Pero podía dormir en mi cama, ¿No crees?”, argumentó él.
‘Hasta crees que te dejaré dormir conmigo’, me dije con humor.
“Mh, mh… No, verás… en esta casa hay reglas, Emmett; y si las rompes no puedes dormir en la cama, ¿Qué esperabas después de lo de ayer? Además, no pienso dormir y dejar a Elliott solo”.
“¿Qué insinúas?”, preguntó enfadado.
“¿Crees que puedo hacerle daño a ese niño?”.
“Elliott, su nombre es Elliott”, siseé de inmediato.
“’Ese niño’ es como llamas al que bolea los zapatos en el pueblo… No al heredero de las Empresas Lefrev’s, dejemos eso claro desde este momento. Y no sé de lo que eres capaz, Emmett; solo puedo hablar de lo que soy capaz yo… Así que mejor evitamos que se me salga la clase que he estado trabajando estos últimos dos años, y nos limitamos cada quien a lo suyo, hasta que recuperes la memoria, y yo me sienta segura a tu alrededor, ¿Te parece?”.
“Segura a mí alrededor”, repitió con burla.
“¿Quieres aclarar las cosas? Bien, pero primero lo primero… Ese niño no será heredero de nada, yo me encargaré de eso”.
“Oh, sí que lo será… Yo también tengo las manos en eso, y aprendí del mejor”, respondí chasqueando la lengua y señalándolo.
“Aunque eso ahora te pese”.
“El Doctor Giroud dijo que debía retomar mi rutina para ayudar a recuperar la memoria, y tú estuviste muy dispuesta a ayudar, hacerme dormir en una cama minúscula y discutir a cada momento no creo que fuese cosa de rutina, ¿O sí?”.
“Bueno… Lo de la cama se arregla fácil, esta misma tarde pudiera mandar a comprarte una acorde a tu tamaño”.
Sacudí la mano, despreocupada, complacida de verle enfadar.
“Pero sobre lo otro, tienes razón”, admití sonriendo.
“Antes de tu accidente éramos personas civilizadas y creo que eso es primordial que lo abordemos, tu familia no nos puede ver peleando a cada rato, ¿Y sabes qué otra cosa era parte de tu rutina? Viajar, siempre estábamos viajando, así que lo estuve pensando, y me decidí… Hoy mismo nos vamos para Obernai”.
“¿Qué? ¿Obernai?”.
“Sí, claro. Paulette se tiene montada toda una celebración allá, así que pensé… ¿Qué mejor que viajar y seguir aparentando frente a toda tu familia que somos un matrimonio perfecto? Si eso no te hace recuperar la memoria… No sé qué lo hará”.
Rodeé la barra de la cocina y me dispuse a sentarme junto a la silla alta de Elliott, para supervisarle el desayuno, pero me giré una vez más hacia él, que aún lucía como si algo le oliera mal.
“Por cierto, las tostadas están bajo la bandeja grande, hay huevos en la sartén, fruta en la nevera, café en la cafetera y los platos están en aquella alacena”, le indiqué con los dedos.
“Otra regla de esta casa es que si hay discusión la noche anterior… Cada quien se sirve su desayuno”.
“Me extraña… ¿Te das la buena vida, pero no tienes criada? Por lo visto no estás muy pulida en el asunto”.
“No, no, cariño… Sí que tenemos, pero es sábado. Por orden tuya no tenemos servidumbre los fines de semana”.
“De acuerdo… Iré a ducharme primero”.
“Bueno, date prisa. Reservé vuelo para las diez de la mañana”.
“¿Tan pronto? No falta ni hora y media para eso”.
“Sí, bueno, pero tenemos auto propio para ir, un servicio para regresar, yo ya estoy vestida, Elliott ya está desayunando, y tú no tienes nada que empacar… Llegaremos a tiempo”, dije con malicia.
Sabía que estaba siendo cruel, quizás demasiado, pero de algún modo tenía que pagarme su desfachatez del día anterior, y la de hoy…
El Emmett educado y caballeroso que estuvo presente durante nuestro primer año de matrimonio ya no estaba, en cambio estaba el implacable Señor Lefrevbre, desconfiado hasta el tuétano y de feroz actuar…
Y hasta que él no bajara sus murallas, yo subiría las mías y sería igual de implacable, porque como él mismo había dicho antes: ni siquiera él tenía el poder de hacerme padecer.
Sin embargo, regresar a Obernai significaba que me estaba metiendo en la boca del lobo, sola… una vez más, solo podía rogar que él realmente empezara a comportarse de acuerdo a lo que se comprometió en el hospital, y entonces quizás tendría a mi Emmett de vuelta, porque Dios sabía que lo necesitaba.
Casi tres horas después estábamos en el aeropuerto de Estrasburgo, esperando a que nos fueran a recoger.
Elliott dormía con su cabecita apoyada sobre mi hombro, mientras Emmett se mantenía en silencio, a unos cuantos pies de distancia, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón. Fruncía el ceño, pero yo podía notar que estaba incómodo, y aquello me estaba empezando a parecer chocante.
Llevaba años conociendo a Emmett, prácticamente toda mi vida y siempre, incluso cuando no era más que un niño de diez años, había sido la persona más segura de sí misma que había conocido.
Siempre estaba en control de todo lo que ocurría a su alrededor, pero ahora estaba desconfiando hasta de su sombra, y pese a todo… no podía parar de sentir lastima por él.
“Señora Irina”, saludó Didier, el chofer de la familia al acercarse a mí.
“Lamento la tardanza… tuve un problema con el auto y…”.
“Descuida, Didier”.
Me limité a decir, seguir hablando hubiese sido inútil, el hombre no me hubiese escuchado, ahora parecía tener ojos y oídos solo para el hombre junto a nosotros.
“Señor Emmett”, resopló con emoción.
“¡Gloria a Dios que regresó con nosotros!”.
Dicho esto, se lanzó sobre él y lo abrazó, palmeando su espalda.
Emmett se quedó inmóvil de la sorpresa por un segundo, pero finalmente le devolvió el gesto con una sonrisa.
“Para mí también es un gusto verte, Didier”.
“Ay, Señor Emmett, no sabe cuánto recé para que despertara, sin usted está familia…”, el anciano enmudeció al ver mi gesto de advertencia, titubeó unos segundos y luego sonrió.
“Las cosas no son iguales sin usted aquí”.
“Bueno, ya tendremos tiempo para ponernos al día, señores… ¿Podrías ayudarme con el niño, por favor?”.
“Claro, señora…”.
Tomó a Elliott en brazos y lo llevó hasta el auto, dejándolo sobre su silla.
“¿Qué tal todo en la mansión?”, pregunté mientras me acercaba para dejar mi bolso en el asiento.
“De momento bien, señora… Pero me dijeron que aparte de este viaje… debo hacer otro en un par de horas, así que me imagino que…”.
“Damien regresa hoy”, terminé por él, ya me lo intuía.
“¿Todo en orden?”.
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