La boda del heredero -
Capítulo 10
Capítulo 10:
La confianza que demostraban esas simples palabras me había tomado por sorpresa… Pero despejaron todos mis miedos de inmediato, pues ese era el poder que tenía sobre mí.
Respiré profundo, ese recuerdo era ahora doloroso.
Hasta ese momento Emmett y yo seguíamos intentando adaptarnos el uno al otro, tratando de encontrar nuestra forma de funcionar, y aunque no habíamos estado enamorados al casarnos, habíamos tenido momentos determinantes que forjaron nuestra fortaleza como pareja… su confianza ese día había sido uno de esos momentos.
Pero esa confianza ya no estaba, en el hombre de pie frente a mí solo había desprecio y sospecha.
“¿Buenos actores?”, siguió él con nuestra discusión.
“Tú definitivamente lo eres… Me quito el sombrero, parece que te metiste a mi familia en un bolsillo, te felicito, pero yo me encargaré de sacar la verdad a la luz”.
“¿La verdad? ¿Qué verdad, Emmett? ¿Qué pretendes? Elliott es tu hijo, incluso si llegas a pasar toda tu vida dudándolo… Eso no va a cambiar”.
“¡Ese niño no es mi hijo y no voy a permitir que te burles de mí! ¡Y si crees que me voy a quedar de brazos cruzados sabiendo que seguiste revolcándote con mi hermano estando casada conmigo, estás muy equivocada!”.
Emmett no había terminado de gritarme sus ofensivas palabras cuando ya tenía la palma de mi mano marcada sobre su mejilla, dejando su piel al rojo vivo y haciendo hormiguear mis dedos.
Le vi llevarse una mano al rostro, sorprendido y fuera de sí, pero la tensión en mi mandíbula y los temblores de mi cuerpo no me dejaron pensar en mucho más que en mi propia furia, que era sin duda mayor que la suya.
“Puedes indagar todo lo que quieras, Emmett, pero te repito que eso no va a cambiar nada, porque yo no estoy mintiendo”, susurré entre dientes, dando un paso hacia él.
“Y dejemos algo claro desde ahora; si tú crees que yo sigo siendo la misma niña ignorante a la que tu hermano pisoteaba cada que quería… El que está equivocado aquí eres tú”.
Di otro paso hasta quedar casi pegada a él.
“Y que no se te olvide que soy tu esposa ahora, la próxima vez que me grites y me insultes frente a mi hijo… Tendrás que entenderte con mis abogados y con la policía”.
Sin esperar una respuesta de su parte le di la espalda y salí del comedor, en busca de Elliott. Lo tomé entre brazos y me encerré en mi habitación con él y lloré.
Lloré por algo que no creí posible antes, mi vida llevaba dos años siendo un infierno, pero Emmett había sido lo único que me había mantenido en pie… Pero por lo visto lo había perdido, ahora me tocaba enfrentar todo sola, pues él parecía uno de los enemigos.
“Malditos Lefrevbre”, murmuré entre dientes.
Al día siguiente me desperté con un fuerte dolor de cabeza, pero al abrir los ojos y ver la carita angelical de Elliott junto a mí cama…
Todo se desvaneció.
La vida me había dado fuertes golpes en los últimos años, era cierto… Pocas personas habrían podido soportarlo; pero también era cierto que no todo habían sido penurias; Elliott era prueba viviente de ello, era mi faro durante las más fuertes tormentas.
Mi niño, que había sido la fuente de mis alegrías durante ese último año tan intenso y doloroso, era como un rayo de sol por la mañana… Me recargaba las energías para vivir.
Miré su rostro y contuve las ganas de llorar, no era ciega, sabía perfectamente a lo que se refería Emmett, y luego de todo lo que me hizo Damien… que mi hijo se pareciera a él, era una tortura diaria.
Pero yo la tomaba, quizás como una especie de castigo para Emmett y para mí por la jugarreta de habernos casado del modo en que lo hicimos, de haber procreado sin amor, muchas cosas pensaba al respecto… pero lo tomaba, y lo amaba con todas mis fuerzas.
Pero, aunque le entendía en cierto modo… sabía que todo el asunto de la amnesia era complicado, la desconfianza de Emmett me sentaba terrible.
Luego de nuestro matrimonio, él había sido mi pilar, la fuente de entereza cuando sentía que mis pies ya no daban para más, porque lo cierto era que, salvo por Marie, solo contaba con su apoyo, él fue quien me enseñó a desenvolverme en el mundo de los ricos y me hizo tener confianza en este, cosa que Damien jamás hizo.
Perderlo justo cuando creí que lo había recuperado… era quizás el golpe más fuerte de todos, y me pareció realmente irónico que mientras él había olvidado todo, yo parecía que no podía parar de recordar.
Y esa mañana en particular se me vino a la mente ese fin de semana siguiente a nuestra boda, cuando Gioconda nos había obligado a dar una fiesta para nuestros allegados, en compensación al desplante de haberlos dejado fuera de la ceremonia real.
Esa noche había sido terrible para mí, no hubo una sola persona en esa fiesta que, intencional o no, no me hubiesen dejado claro que yo era un pingüino en el desierto, que no tenía cabida entre los ricos, mucho menos en la mesa de aquella familia.
Apenas si eran las once de la noche, cuando ya sentía que me faltaba el aire.
Me sentía aplastada, pisoteada por cada uno de los invitados, sin mencionar la desagradable escena que tuve con la ex novia de Emmett, que aunque supe manejarla… sí que me había afectado. Había esperado unos diez minutos desde que se levantó de mi mesa para poder ir al baño y desahogarme un poco.
Me apresuré a entrar y pasé el cerrojo, me apoyé del lavado y empecé a respirar con dificultad, intentaba con todas mis fuerzas no llorar, pero fue imposible, las lágrimas salían lentamente. Di un respingo cuando tocaron a la puerta.
“Lo siento, está ocupado”, había dicho, tratando de hablar con normalidad.
“Soy yo”.
La voz de Emmett me sorprendió, de entre todas las personas que había en la Mansión Lefrevbre, él era el que menos quería que me viera en ese estado, pero su tono y sus palabras eran bastante claras… quería que lo dejara pasar, y yo no podía negarme.
Él entró y volvió a cerrar, yo me apoyé en el lavado, mientras que él se mantuvo contra la puerta. Nos estuvimos mirando el silencio un rato, hasta que él se acercó a mí, evitando con sus manos que yo volteara y apartara la mirada.
Un segundo después sacó su pañuelo y con extrema delicadeza empezó a secar mis lágrimas, que ante su gesto, no pude seguir conteniendo.
“Eres una Lefrevbre ahora, eres la heredera de toda mi fortuna, futura ama y señora de todas estas tierras, y la mujer más hermosa de la fiesta… ¿Por qué lloras?”, preguntó con una solemne mueca contrariada, sosteniendo mi barbilla.
“Nadie aquí tiene el poder de hacerte sentir menos, Irina, ni siquiera yo, pero a menos que tú empieces a creerlo… Ellos seguirán tratándote igual”.
“A veces siento que no puedo”, sollocé.
“Sí puedes… Eres mi esposa”.
Su voz grave y pausada, caló profundo en mi pecho, con el tiempo había descubierto que estar en presencia de Emmett solía dejarme entumecida, su cercanía parecía robarme la energía, pero de algún modo eso siempre fue bueno, me había hecho adicta a esa sensación.
Esa vez, bajé la cabeza y la apoyé en su pecho, y él solo se quedó ahí de pie, esperando por mí, pero ese fue quizás nuestro primer acto de intimidad, porque tan solo oír su respiración…
Que mis latidos se acomodaran a su ritmo, pareció recargarme de energía y de confianza, lidiar con el mundo… con su mundo, fue mucho más sencillo luego de eso.
Sonreí con ironía. El último año había tenido que repetir sus palabras en mi mente una y otra vez, para hacerme un lugar con los Lefrevbre y en las oficinas de Lefrev’s… todo en su ausencia, la gente me respetaba gracias a eso, ahora en cambio tenía que aplicarlas en su contra.
Todas las noches que esperé que él regresara a mí… jamás lo imaginé de ese modo, ya no éramos un frente unido.
‘Pero al menos sigue con vida’, me dije, en un intento de mantener el ánimo arriba.
Pude haberle perdido, pero ahí seguía.
El Doctor Giroud había dicho que podría recuperar la memoria en cualquier momento, que retomar su rutina podría ayudar… debía poner mi fe en eso.
Y con ese pensamiento en mente, me levanté de la cama y procuré hacerlo con todas las energías recargadas.
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