Capítulo 9:

La gente de alrededor lo miraba con el asombro reflejado en sus rostros, el imperturbable Simón Barton estaba furioso y nada menos que el día de su boda y con su propia esposa.

“¡Está celoso!”, exclamó una chica con asombro.

“El patrón está muy enamorado de su mujercita”, dijo una señora con una sonrisa.

Roberto que estaba al tanto del plan de su tía sonrió con un poco de malicia metiéndose un tamal en la boca. Siempre le había gustado molestar a Simón, de chico era muy fácil sacarlo de sus casillas.

“¡Por supuesto que no!”.

Se defendió Simón con el rostro colorado.

“Solo que no quiero que me vengan a pedalear mi bicicleta”, replicó acercándose peligrosamente a Roberto hasta ponerse frente a él.

Madison se lo quedo mirando sin entender lo que quiso decir, las demás personas se rieron, entre ellos Roberto.

Con la risa, el tamal se atascó en las vías respiratorias del doctor y este comenzó a toser, su rostro se puso rojo por la falta de oxígeno. Cayó de rodillas entre los gritos de pánico de las mujeres que estaban a su alrededor que no sabían qué hacer.

Simón lo miró con el horror reflejado en el rostro. Roberto se estaba ahogando por su culpa.

A gritos comenzó a llamar a sus guardaespaldas, de seguro alguno de ellos sabía qué hacer.

Para su asombro, Madison se paró detrás de Roberto pasó sus manos por el torso del hombre y las puso entrelazadas entre el pecho y el estómago, apretó con fuerza en varias oportunidades hasta que el tamal salió volando de la boca del médico e impactó directamente en su rostro.

Roberto comenzó a tomar grandes cantidades de aire por la boca y los invitados de la boda que se acercaron cuando comenzaron los gritos, empezaron a aplaudir mientras Marcela y los familiares del doctor lo rodearon entre lágrimas productos del susto que se llevaron.

“Madison salvo al Doctor Roberto”.

“Soy maestra, en mi escuela es obligatorio que los maestros hagan el curso de primeros auxilios”, explicó ella con las manos puestas sobre su estómago, aun podía sentir los temblores del susto.

Por su parte, Simón se limpió de la cara los restos del tamal que soltó Roberto, su expresión era seria.

La voz se corrió como pólvora y los primos del doctor que eran muchos, la levantaron en brazos, entre risas de algarabía y la cargaron como si fuera una reina. Madison no sabía que hacer, miró a Simón para que la sacara de esa situación y solo vio como el ojo le temblaba en una especie de tic nervioso.

Madison no sabía qué diablos le pasaba a Simón, su extraño comportamiento la tenía muy desconcertada.

“Ándale, el patrón queriendo salvar a su esposa de un Fernández y el resto de ellos se la llevó”, escuchó Simón decir a un ranchero.

Simón envaró la espalda y fue detrás de los Fernández que se habían llevado a Madison a la pista de baile, donde el mariachi comenzó a tocar ‘El rey’ aunque los hombres gritaban ‘La reina’.

‘Nadie, nunca más le pondrá una mano encima a mi mujer’, pensó furioso mientras se abría paso entre los invitados.

Al llegar a la pista camino hasta donde estaba Madison rodeada de admiradores, la halo hacia sus brazos y la besó con toda la pasión de un marido recién casado y celoso. ¡Demonios si! Estaba celoso de una mujer que se había negado a ser suya.

El mariachi comenzó a tocar una canción de amor y los invitados a cantar, el beso de Simón cambió de fiero y posesivo a sensual, hasta que finalmente sus labios se separaron y él pudo apreciar el rostro ruborizado de Madison.

Sus ojos empañados le dijeron cuanto le había gustado su beso.

Una sonrisa arrogante asomó a su cara, al verla Madison frunció el ceño y quiso patearlo por el espectáculo que acababa de dar, sin embargo, no pudo hacer nada porque él gritó:

“Ahora voy a sortear el liguero de mi mujer”.

Las risas comenzaron y alguien trajo una silla donde sentaron a Madison, para su asombro Simón se arrodilló a sus pies, sus manos empezaron a recorrer el empeine de su pie.

“¿Izquierdo, derecho o ambos?”, pregunto él mirándola a los ojos.

“Izquierdo”, murmuró ella.

“¡Con la boca! ¡Con la boca! ¡Con la boca!”, comenzaron a gritar los invitados, acompañando los gritos con aplausos.

Simón levanto el borde del vestido de novia y metió la cabeza debajo de este, su boca comenzó a deslizarse desde el tobillo hacia arriba, al llegar a la rodilla Madison estaba ruborizada de la vergüenza, no por el espectáculo del novio quitando el liguero, ya que generalmente se daba en la mayoría de las bodas, sino por lo que esa boca le estaba haciendo sentir.

Siempre pensó que sería muy fácil mantener la distancia del frio Simón Barton, pero este sensual hombre le podía bajar las bragas con facilidad.

Si ella se lo permitía y no, no se lo permitiría, no debía olvidar que él había pagado por ella.

Enderezó su espalda y lo pateó ligeramente, quería que se apurara y saliera debajo de su vestido, donde seguramente se daría cuenta de lo excitada que estaba.

Sintió su boca halar el liguero y un suspiro de alivio salió de sus labios, el descenso por su pierna fue más rápido y finalmente Simón sacó su cabeza. Estaba despeinado, un leve rubor cubría sus mejillas y en su boca sonriente estaba su liguero.

La algarabía se desató cuando Simón se puso de espaldas al grupo de hombres.

“A la una”, gritó la multitud.

“A las dos y a las tres”.

Simón lanzó el liguero y hubo saltos hasta que un hombre joven salió triunfante.

En ese momento se acercó Meredith con el ramo de novia para que su hija lo lanzara.

“Casi siempre se lanza primero el ramo de la novia, pero me imagino que el orden de los factores no altera el resultado”, dijo su madre con una sonrisa.

Las mujeres solteras se apiñaron donde antes estaban los hombres y Madison se puso de espaldas.

“A la una”, gritaron de nuevo.

En ese momento, Madison lanzó el ramo sobre su cabeza tomándolas por sorpresa, las risas no se hicieron esperar y la ganadora se acercó a ella para abrazarla.

El pueblo entero la adoraba.

Simón enlazó su brazo a la cintura de su esposa para sacarla de la pista de baile cuando el grupo musical comenzó a tocar.

“Vamos a nuestra mesa a comer, debes tener hambre”, dijo Simón en su oído.

Lucía y Marcela los miraron caminar abrazados, aunque Madison se vela un poco rígida, Simón parecía dispuesto a conquistarla.

Y la noche apenas acababa de comenzar.

Madison despertó porque un enano estaba golpeando su cabeza con un martillo, al abrir los ojos el sol que entraba por la ventana la cegó. De inmediato la náusea la invadió por lo que se levantó de la cama y corrió al baño para vaciar el contenido de su estómago.

Al mirar hacia abajo se encontró que solo tenía puesta su ropa interior, la hermosa y se%y ropa interior que estaba debajo de su vestido de novia. Un g$mido escapó de su garganta y su cabeza se posó en la tapa del inodoro.

“Toma”.

Al escuchar la voz de Simón levanto su cabeza con rapidez para encontrárselo en calzoncillos tendiéndole un vaso y dos pastillas.

Su aspecto era tan malo como debía ser el suyo.

“¿Qué es eso?”, preguntó con desconfianza.

“Una pastilla para la náusea y otra para el dolor de cabeza”.

Madison estiró la mano y él puso en la de ella las dos pastillas, se las tomó de inmediato y suspiró de placer al probar la soda de limón que él le había llevado.

“¿Qué pasó anoche? ¿Acaso nosotros… dormimos juntos?”, se atrevió a preguntar.

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