Capítulo 8:

“Él la escogió. ¿No? Ahora que se ocupe de su mujer”, respondió Lucía.

“Si, aunque quizás sea bueno echarle una mano”, señaló Marcela.

“¿Tequila y celos?”, preguntó Lucía.

“Busca tú el tequila, que yo voy por uno de mis sobrinos”.

“Tráete al guapo, Marcela”.

Simón hablaba con un grupo de hombres cuando vio llegar a su abuela con una botella de tequila en la mano.

“Hijito, guardé esta botella para nosotros, quiero brindar contigo”, dijo Lucía sentándose al lado de su nieto después de que su médico, que era uno de los que hablaban con Simón, le cediera el puesto.

“Abuela, ¿No crees que deberías dejar el tequila?”.

“El tequila no me hace daño y menos uno tan bueno como este, además es el día de tu boda merezco que brindes conmigo”, replicó Lucía poniendo dos vasitos en la mesa.

“¿Doctor?”, Simón hizo la pregunta al médico de forma tácita.

“Tu abuela está sana, puede tomarse sus tequilas sin abusar, ya quisieran algunos hombres tener la fortaleza de Doña Lucía”.

Mientras los hombres hablaban Lucía llenó los dos vasitos. Lamió su mano entre el pulgar y el dedo índice, después puso un poco de sal en el lugar, con la mano donde tenía la sal tomó el vasito, y con la otra mano el limón y miró a Simón esperando por él.

Su nieto imitó su acción y cuando estuvo listo, la anciana lamió de nuevo su mano, se bebió el tequila de un trago y chupó el limón.

Simón la siguió al mismo tiempo, sintió el ardor del licor bajar por su garganta mientras los que estaban en la mesa aplaudían.

Una sonrisa asomó a sus labios al ver a su abuela sonreír, esa era la finalidad de todo ese cuco, pensó con satisfacción.

“Doña Lucía, ¿Aún tiene la facultad de emborrachar a cualquier hombre y quedar fresca como una lechuga?”, pregunto el alcalde del pueblo.

“Pues ya lo veremos, señor alcalde”.

En otra mesa un poco más allá, Madison estaba sentada reponiéndose del tequila que le habían hecho probar el grupo de mujeres con el que estaba sentada. Tenía la mirada puesta en su madre que había salido a bailar con un ranchero y se reía en la pista al no poder seguir el ritmo.

‘Mamá, por favor, sálvame’, pensó la novia.

‘Entre el tequila y la conversación tengo ganas de vomitar’.

“Ahí viene la Marcela con uno de sus sobrinos”, señaló una de las chicas con un suspiro.

“Roberto es médico, acaba de terminar la especialización en pediatría y se regresó al pueblo para trabajar en el hospital”, aclaró otra de las mujeres.

Marcela se acercó a la mesa del brazo de su sobrino.

“Madison, me gustaría presentarte a mi sobrino, Roberto Fernández”, dijo Marcela.

Madison vio la oportunidad de marcharse, además de no querer otro chupito de tequila estaba harta de que le dijeran lo afortunada que había sido al casarse con Simón y que se lo pintaran como un hombre lleno de virtudes cuando se había comportado como un patán con ella.

“Hola, mucho gusto, Roberto perdón, Doctor Fernández”.

“Roberto está bien”.

“Madison Fulton”, respondió ella sin darse cuenta de que había usado su nombre de soltera.

“Barton, ¿O acaso ya se le olvidó que se casó con Simón?”, replicó una de las mujeres de la mesa.

“No seas metiche. ¿No ves que Madison debe acostumbrarse a su nuevo apellido?”, señaló Marcela.

“Es cierto, Barton, perdón”.

“El gusto es mío, Señora Barton”, dijo Roberto.

“Aprovecho para felicitarla por su matrimonio”.

“Gracias, Roberto, pero como le he dicho a todos, llámame, Madison”.

“Está bien, Madison, me dijo mi tía que es maestra, yo soy pediatra así que ambos trabajamos con niños”.

“Sí, cuando soñaba con estudiar medicina siempre pensé que sería pediatra”.

“¿Y qué pasó con ese sueño?”.

“En los Estados Unidos la carrera de medicina es larga y costosa y mi madre tenía dos hijas para enviar a la universidad. Así que me decidí por la educación y me gustó mucho”.

Los tres continuaron hablando sobre niños, tanto Madison como Roberto para diversión de los que estaban alrededor ambos comenzaron a contar anécdotas de su trabajo con niños.

Marcela se retiró sin que ellos se dieran cuenta sumergidos como estaban en su conversación.

Cinco tequilas después Lucía vio venir a su ayudante, y una sonrisa asomó a su cara, por la seña que Marcela le hizo el plan estaba en marcha.

“Lucía, tengo rato buscándote”, dijo su amiga.

“Marcela, ¿Has visto a Madison? Quiero que se tome un tequila con nosotros”.

“Abuela”, dijo Simón.

“Madison no está acostumbrada a un licor tan fuerte”.

“Está por allá”, dijo señalando hacia donde se encontraba Madison.

“Y creo que te equivocas, Simón, a Madison si le gusta el tequila porque ya se ha tomado dos con mi sobrino Roberto”.

Simón se levantó como si le hubiese picado una avispa, conocía a Roberto desde que era un niño, y después de él, era el segundo hombre más codiciado del pueblo, y estaba tomando tequila con Madison, su mujer.

“Creo que es hora de quitarle la liga a mi mujer”, anunció Simón a los presentes.

“Espero que sea mi sobrino el que atrape la liga”, replicó Marcela para verlo enfurecer.

“Le hace falta una novia tan bonita como Madison”.

“Pues que se busque la suya y deje en paz a la mía”, Lucía lo oyó murmurar.

“Siéntate, Marcela, tómate un tequila conmigo”, dijo Lucía a su amiga.

“¿Crees que la sangre llegue al rio?”, preguntó Marcela un poco preocupada.

“Si llega entonces vamos por buen camino”, declaró Lucía satisfecha.

“¡Lucía! Que es mi sobrino”.

“Está bien, vamos a mirar como mi frío nieto pierde”.

Simón se acercó al grupo donde estaba su esposa acompañada de Roberto Fernández, su madre y algunas chicas más.

“… En el momento en que puse mi estetoscopio sobre su pecho, la pequeña me preguntó si podía escuchar al hada que habitaba en su corazón”.

Simón casi pudo escuchar el suspiro colectivo que brotó de todos los pechos femeninos.

“Le dije que escuchaba una pequeña campañilla sonando”.

“Madison”, llamó Simón tomándola del brazo para separarla del grupo.

“Ven, quiero hacer el sorteo de tu liga a ver si los solteros del lugar encuentran su propia mujer”.

En un acto reflejo Madison tiró del brazo, Simón la había apretado con excesiva fuerza provocándole dolor. Al mirarlo se dio cuenta de su mirada vidriosa

“¿Estás borracho, Simón?”, preguntó Madison entre asombrada y furiosa, mientras que con su mano se sobaba el brazo.

“Por supuesto que no, algunos chupitos del mejor tequila no pueden emborracharme”, gruñó su esposo.

“Solo que no me gusta tener que recordarte que tu obligación es estar al lado de tu marido y no coqueteando con otro”.

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar