Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 57
Capítulo 57:
“Eso es bueno para él”, dijo Marga, pero su mente ya estaba pensando en otra persona.
“Pensé que Peter y Patrick vendrían con nosotros, como Peter es el padrino de Miranda…”.
“No, ellos se fueron por otra vía, era mucho desvío volar hasta Houston para venir con nosotros”.
“Mamá si se fue a Houston”, dijo Marga con una sonrisa.
“Aprovechó para hacer unas compras antes del bautizo”, señaló Madison.
En ese momento, la asistente de vuelo anunció que estaban llegando al aeropuerto de Ciudad Victoria y que debían ajustarse el cinturón de seguridad.
Unos minutos después el avión tocó la pista y se detuvo en el área de aviones privados del aeropuerto.
“Por favor, permanezcan sentados en sus asientos hasta que el avión se detenga por completo”, anunció la azafata.
Simón se levantó de su asiento con Miranda en brazos y se la entregó a la niñera para poder ayudar a su abuela y a Meredith que debían estar entumecidas por el largo viaje.
Madison llevaba el cochecito con la bebé cuando pasaron por la taquilla de inmigración. Les sellaron sus pasaportes e iban caminando hacia la salida cuando una comisión de la policía los detuvo.
“¿Simón Barton?”, preguntó uno de los policías adelantándose a los demás que los rodeaban.
“Sí”, respondió Simón con sospecha.
No le gustaba para nada la actitud de los policías, ni la sonrisa del jefe del grupo.
El corazón de Madison dio un vuelco al verse rodeada por el grupo de policías, le daban muy mala espina. En su mente se preguntó si pertenecían estos hombres en verdad a la policía de México o todo era un engaño para llevárselos.
“Queda usted arrestado por ser al autor intelectual por el asesinato de cuarenta y dos miembros del grupo Los Zetas”.
“Me muestra su identificación, por favor”.
Pidió el jefe de seguridad.
“No sé quién sea usted, pero no entorpezca la acción de la policía, si no se quita de inmediato me lo llevaré a la cárcel junto al Señor Barton”.
“Soy el jefe de seguridad del Señor Barton, y si me meto es porque debo asegurarme de que usted pertenece a la policía y no sea una trampa para secuestrarlo, como usted debe saber mi cliente es un hombre muy rico e influyente que ha recibido amenazas de grupos delictivos”.
A regañadientes el hombre mostró su identificación, el jefe de seguridad memorizó el hombre. Aunque sabía que uno de sus hombres estaba grabando la situación y la cara de cada uno de los policías.
“Madison llama a mi abogado en Houston, que se comunique con mis abogados en México”, ordenó Simón con voz calmada al tiempo que un policía lo esposaba.
“Sí, mi amor”.
Madison intentó acercarse a Simón, pero otro de los policías le bloqueó el paso.
“¿Qué significa esto? ¿Qué está pasando?”, preguntó Lucía con preocupación.
“No lo sé, abuela, pero te aseguro que pronto lo averiguaré”, dijo Simón.
Madison observó a su esposo y se dio cuenta de que volvía a tomar la misma actitud de cuando lo llamaban Simón el imperturbable, era su modo de ocultar sus emociones.
“Somos su equipo de seguridad iremos con el Señor Barton hasta la delegación de policía para aseguramos de que llegue a salvo”.
“Somos la policía, él llegará a salvo para enfrentar a la justicia”, aseguró el hombre con pedantería.
“No”, dijo Simón a su jefe de seguridad.
“Quiero que te quedes con Madison, protege a mi familia, que Max y otro de los hombres nos sigan en una de las camionetas”.
Madison sentía que estaba a punto de desmayarse cuando se llevaron a Simón. El peso de su conciencia ante lo que Simón hizo y ella calló estaba por asfixiarla, tenía mucho miedo, y maldijo la hora en la que aceptó volver a México.
Con mano temblorosa, llamó al abogado, le informó de la situación en la que se encontraba su esposo.
“Las llevaré a un hotel para que estén seguras y me iré a la delegación”, dijo el jefe de seguridad.
Se pusieron en marcha con rapidez, subieron a las camionetas para dirigirse a uno de los hoteles cinco estrellas que había en la ciudad. Se registraron en la suite presidencial.
“Me marcho a la delegación”, dijo el jefe de seguridad a Madison.
“Yo iré con ustedes”, respondió ella de inmediato.
El jefe de seguridad se acercó a ella para susurrarle.
“Es mejor que no lo haga, cuanto menos sepa más protegidos estaremos todos, Señora Barton”.
Madison se vio obligada a claudicar y quedarse en el hotel.
“¿Sabes que ocurre? ¿Por qué acusan a Simón de matar a Los Zetas?”, preguntó Lucía a Madison.
“No lo sé abuela, es absurda esa acusación”.
“Simón tiene mucho dinero, Doña Lucía, quizás quieran sobornarlo o algún competidor quiera sacarlo del camino”, replicó Marga, conocía a su gemela y estaba a punto de romper a llorar.
“Debes conservar la calma, Maddy, Simón es un hombre de muchos recursos y es ciudadano de los Estados Unidos, alguien influyente y con poder, llegaran a un acuerdo.
En la delegación de policía de Ciudad Victoria, Simón permanecía sentado con aparente tranquilidad mientras el detective le hacía preguntas que él se negaba a contestar.
“No hablaré con ustedes hasta que lleguen mis abogados”.
“Entonces no perderemos nuestro tiempo, vamos a ficharlo de inmediato, pesa sobre usted una acusación por asesinato y no podrá salir de la cárcel con facilidad”.
Simón lo miró con indiferencia.
“Necesito que desbloquee su teléfono”.
Simón sonrió con ironía ante la petición.
“Mi teléfono es personal y no puede registrarlo sin una orden, allí están mis cuentas bancarias personales, correos corporativos y secretos de la compañía, así que al menos que consiga una orden de un juez que me obligue a dárselo, usted no tiene la autoridad de revisarlo”.
El detective que llevaba el caso estaba furioso por la respuesta de Simón, sabía que tenía razón y que era poco probable que un juez firmara esa orden ante la poca evidencia que tenía en su contra, pero él sabía lo que Simón hizo y quería atraparlo con la guardia baja.
Quería ponerlo nervioso y hacerlo confesar, pero la frialdad con la que el joven millonario se manejó le quitó la oportunidad.
Le fotografiaron y le tomaron las huellas digitales, pero no pudieron hacer nada más.
Una hora después un abogado del bufete más prestigioso de Ciudad Victoria se presentó en la delegación.
“Soy el Licenciado Martínez, el abogado del Señor Simón Barton”, dijo en la recepción de la comisaría.
El Licenciado Martínez fue a hablar con el detective del caso.
“¿Ya la fiscalía le levantó cargos a mi cliente?”, preguntó mirándolo con interés, ambos se conocían y habían estado en lados opuestos durante muchos años.
“¿Qué evidencia tiene?”, preguntó con interés.
“Tengo un testigo, uno de los hombres que estaban en el campamento cuando fue atacado sobrevivió”.
“¿Y él dice que vio a Simón Barton atacando al campamento?”, preguntó el licenciado con una mueca burlona.
“Un tipejo como él nunca se ensuciaría las manos, él contrató mercenarios para acabar con Los Zetas, mi testigo lo escuchó cuando comenzaron las ejecuciones”.
“Entiendo que su testigo es miembro de Los Zetas que sobrevivió a un ataque y que acusa a un respetable ciudadano al que su grupo intentaba extorsionar y que al no pagar lo exigido por los extorsionadores sufrió un atentado que lo mantuvo de reposo un par de meses. Sí, claro, se ve que tiene un gran caso entre manos”, remató el abogado con ironía.
“Sé que él lo hizo”.
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