Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 55
Capítulo 55:
Un rato después la puerta del despacho de Simón se abrió y su jefe le dijo que pasara al despacho. Katherine puso su mejor cara de afligida antes de entrar.
“Señor Barton, lamento muchísimo lo que ocurrió, sé que me pedirá la renuncia, solo le pido que no dé malas referencias sobre mí…”.
“No te echaré, Katherine”, replicó Simón con seriedad.
“Solo quiero saber porque te sentaste de esa forma, y te inclinaste sobre mí”.
“Estaba murmurando y se veía angustiado así que no lo pensé solo quería despertarlo para comprobar que estaba bien, lo lamento”.
“Está bien, ahora, por favor, búscame las cifras del vaciado de los tanques de llenado”.
“¿Qué te dijo Simón?”, le preguntó Lucía a Madison cuando estuvieron solas.
“Que nada había sucedido, al parecer él llega todos los días a tomar una siesta para poder rendir en el día, que era la primera vez que ella se acercaba y cosas por el estilo. Lo cierto es que dejé en claro mi opinión y creo que él la entendió”.
“No me gusta la tal Katherine, le tiene puesto el ojo a Simón, además creo que es una manipuladora, la expresión de arrepentimiento se le borró al salir de la oficina”.
“Yo también lo pienso”.
“¿Y qué piensa hacer?”.
“No te preocupes, abuela, desde hoy seré la alegría de Simón y la piedra en el zapato de la asistente”.
Marga bajó del avión acompañada por Max, su guardaespaldas y antiguo amigo había mantenido silencio durante las tres horas y cuarenta minutos que duró el vuelo entre Houston y Nueva York. Se había comportado de esa manera desde el día siguiente a la noche en que Viviana casi las asesina.
Marga estaba harta de su actitud infantil y tenía muchas ganas de mandarlo a la m*erda, así que cuando llegaron al apartamento de Simón, ella cerró la puerta y se recostó sobre ella.
“Ahora que no hay manera que puedas huir quiero que me digas que diablos te pasa Max, te considero mi amigo, te quiero como tal, pero estoy cansada de que te comportes como un imbécil conmigo”.
Max se quedó mirándola con intensidad, hasta que un suspiro de resignación brotó de sus labios.
“Estoy malditamente celoso, Margaret, no sé si te has dado cuenta y me ignoras, pero estoy enamorado de ti. Aunque sé que tú nunca me has hecho caso, me molesta que conociste a Peter Barton y cinco minutos después te estaba besando, y al día siguiente pasaste la noche con él”.
Marga se lo quedó mirando con sorpresa, pensaba que estaba molesto con ella porque pensaba que Peter no le convenía, después de todo acababa de pasar por una crisis nerviosa, ella siempre pensó que él solamente la veía como amiga y que tendía a protegerla temiendo que volviera a recaer.
“Lo lamento mucho, Max, eres mi amigo y lo menos que quiero es verte sufrir, mucho menos que sea por mi culpa. Entenderé si quieres marcharte, le diré a Simón que envíe a alguien más”.
“No, Marga, no deseo marcharme, deseo que me ames, pero sé que no sucederá”.
“Yo… lo lamento, no te veo como hombre, para mí siempre serás mi amigo”.
“Lo entiendo y no te preocupes, yo me ocuparé de mis sentimientos, no tendrás que lidiar con ellos de nuevo… ahora vamos a revisar el apartamento para escoger nuestras habitaciones”.
Max se marchó al interior del lugar empujando su maleta, escogió la habitación más alejada del dormitorio principal, desempacó y le escribió un mensaje a Marga.
[Tengo hambre, ¿Quieres salir a cenar?].
[Me gustaría mucho], respondió ella enseguida.
Marga esperó que esa invitación fuese una rama de olivo que les permitiera seguir con su amistad y deseó que su amigo se olvidara de ella y encontrara la felicidad al lado de una buena chica.
No sabía que le depararía el futuro, pero de lo que sí estaba segura era de que no quería entablar una relación con un hombre que le impidiera seguir modelando.
Quería enfocarse en su carrera como modelo, era su sueño, quizás era un sueño muy frívolo, pero era lo que deseaba hacer con su vida. Deseaba realizarse profesionalmente antes de volver a enamorarse.
Simón llegó a la casa esa tarde, subió directamente a la habitación de su hija seguro de encontrar a su esposa en el lugar y no se equivocó.
Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula al ver que ella cargaba puesto un bonito vestido en vez de los cómodos pantalones y suéteres que acostumbraba a vestir desde que nació Miranda. También se había maquillado y su pelo estaba suelto y peinado en unos bonitos rizos.
Simón se acercó y besó a su esposa y a su hija. Miranda también tenía puesto un bonito vestido de color amarillo con un gran lazo a juego en su cabeza.
La bebé estaba en brazos de su madre y chupando una de sus manitos.
“¿Vamos a alguna parte? ¿Tenemos alguna invitación?”, preguntó con el ceño fruncido.
“No, solo me provocó arreglarnos para la cena”.
“Están muy hermosas, Madison”.
“Gracias, mi amor. ¿Tienes hambre? Hoy pedí que hicieran tu comida favorita, risotto de camarones”.
“Sí, tengo hambre y gracias por la cena, vamos a comer”.
“Lleva a Miranda, la pondremos en el comedor con nosotros”.
En eso entró Lucía también vestida para cenar.
Los tres adultos bajaron al comedor, Simón llevaba en brazos a Miranda, al llegar la puso en una sillita mecedora que había colocado en el comedor, entre su silla y la de Madison.
Una botella de vino estaba en la mesa.
Simón abrió la botella y sirvió una copa a su abuela.
“¿Tomarás una copa de vino?”, le preguntó a su esposa.
“No, aunque tengo leche materna congelada prefiero no hacerlo”.
Simón pensó que había extrañado las cenas en familia, miró a su bebé en la silla que daba pataditas, con casi tres meses su hija permanecía despierta más tiempo.
Al terminar de cenar Lucía se disculpó y se marchó a su habitación para dejar sola a la familia.
“Gracias por la cena de hoy, la disfruté mucho. Quiero que sepas que te amo y me encanta pasar tiempo contigo Madison, más quiero decirte que si este cambio se debe a lo ocurrido esta mañana, no tienes que hacerlo, yo no soy tan egoísta, ni narcisista para esperar que toda tu vida gire en torno a mí”.
Madison pensó su respuesta un momento antes de responder.
“Simón, lo de hoy me hizo dar cuenta de que somos una pareja además de ser los padres de Miranda, te amo, me gusta estar y hablar contigo, solo que me pasa como muchas nuevas mamás, que me cuesta enfocarme en nada más que en mi hija”.
“Lo sé, mi amor, y es algo que me gusta mucho de ti, el amor y la dedicación que le das a Miranda”.
“La abuela estuvo hablando hoy del bautizo de Miranda, dice que en su familia los bebés se bautizan entre los tres y cuatro meses. Estoy pensando en que comencemos a organizarlo, mañana iremos a la iglesia a la que tu abuela asiste para hablar con el sacerdote”.
“¿Qué te parecería bautizar a Miranda en el pueblo? Después del nacimiento de Mirada mandé a construir una nueva casa donde antes estaban las dos casas. Mi intención es ir de vez en cuando para que la abuela visite a sus amigos y en un futuro donarla como casa cultural o quizás convertirla en una escuela”.
“¿Y será seguro para nosotros viajar a México?”.
“Sí, Los Zetas desaparecieron del mapa y llevaremos mucha seguridad”.
“No estoy segura de querer volver a México, Simón, prefiero hacer el bautizo aquí o en Corpus Christy en la iglesia que está cerca de la casa de mi mamá, puedes invitar a tus amigos del pueblo y los alojaremos en la posada”.
“Todo se hará como tú quieras mi amor”.
En ese momento la bebé comenzó a llorar en la silla, tenía hambre y probablemente sueño por lo que Simón la sacó de la silla mecedora.
“Vamos a subir, mientras te pones tu pijama la cambiaré”, dijo Simón.
Madison se cambió con rapidez, le dio el pecho a la bebé, la durmió y la dejó con la enfermera.
En realidad, le gustaban las dos enfermeras que Simón contrató, sin embargo, compró cámaras para la habitación de Mirada y ese mismo día uno de los guardaespaldas las instaló.
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