Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 51
Capítulo 51:
“Sé lo que no quiero y no es un vaquero, una vida en un rancho criando ganado y pasando duros inviernos porque todo el mundo sabe que la mayoría de los ganaderos solo pueden mantener sus ranchos a flote esperando siempre un mejor año”.
Peter bufó de risa, su rancho era uno de los más prósperos del país y aunque él no era rico como Simón si tenía dinero, pero era algo que nunca le diría a esa mujer, porque a Margaret solo le interesaba tener una relación con un hombre rico. Y era una lástima porque ella lo encendía como nadie.
La noche anterior era una de las mejores que había tenido, Margaret era una mujer apasionada y segura de su se%ualidad y eso era raro de conseguir, no pensaba que fuera promiscua, de esas había muchas, sino que era segura de sí misma y sabía lo que deseaba.
Cuando llegaron a la habitación, ella lo había besado y arrancado la ropa de su cuerpo desesperada por sentirlo. Sus besos habían sido rudos y sus manos lo habían recorrido sin timidez, acariciando, mordiendo y chupando hasta casi hacerlo perder el control.
Tuvo que dominarla para poder hacerle lo mismo, después de que logró que rogara por más la soltó y ella había trepado por su cuerpo y lo había cabalgado hasta casi hacerlo acabar.
De nuevo tuvo que imponerse, y cuando la puso encima de su cuerpo, la embistió como un poseso arrancándole gritos que probablemente despertaron a los huéspedes que dormían en la habitación vecina.
Margaret se quedó dormida al terminar, sin poder siquiera levantarse de la cama, se despertó unas horas después al sentir como Peter empujaba su miembro en su húmeda vagina, aún mojada por los restos de su corrida anterior.
Esa vez, Peter había buscado su boca para besarla al tiempo que la empalaba con su miembro, los g$midos de Marga fueron silenciados por sus labios.
Esa segunda vez fue tan intensa como la primera, antes de quedarse dormida, Margaret sintió como él la limpiaba con una toalla húmeda y aunque quiso protestar no tuvo la energía para hacerlo.
Antes de quedarse dormida, pensó en lo mucho que le gustaba, su mente adormilada la hizo soñar con una vida a su lado, hasta que vio pasar unas vacas por el frente de su casa soñada, entonces se alarmó al ver que sus sueños se podían ir de paseo si ella se enamoraba de Peter.
No, nunca se enamoraría de un vaquero, así tuviera que poner distancia entre ellos.
Esa noche Simón se durmió en el despacho y a Madison se le rompió el corazón al darse cuenta de que su esposo estaba tan furioso con ella que ni siquiera se quedó a ayudarla con la bebé.
Era más de medianoche y ella había pasado la mayor parte del tiempo caminando entre su habitación y la de Miranda.
Aunque estaba muy cansada por nada del mundo despertaría a su familia que la ayudara porque temprano las envió a dormir, no quería que nadie se enterara de sus problemas con Simón.
En la madrugada, Miranda rompió a llorar y Madison no hallaba que hacer, la meció, caminó de un lado a otro hasta que Simón entró. Cargaba puesta la ropa que el día anterior y su cara era la misma de cuando lo conoció, inexpresiva, carente de emoción, sus ojos eran dos pozos de frialdad cuando la miró.
“¿Por qué llora la bebé?”, preguntó acercándose a ella para tomar a su hija en brazos.
“No lo sé, le di el pecho, la cambié, la he caminado, mecido, cantado, ya no sé qué más hacer. Llora, se calla, al rato vuelve a llorar”, explicó Madison con voz rota.
“Vamos a llevarla al hospital, ve a cambiarte y prepara un bolso para Miranda yo la entretendré ordenó con preocupación”.
“Es probable que tenga cólicos”, dijo Lucía asomada a la puerta, detrás de ella estaba Meredith, al parecer el llanto de la niña las había despertado.
La abuela se acercó a Simón que estaba en la mecedora con la beba. Él le entregó a su hija y la abuela la puso en su hombro y con la mano comenzó a darle palmaditas en espalda, al rato se oyó un eructo.
Lucía la acostó en la cuna boca arriba y con sus dedos pulgares sobó su pancita. Poco rato después se escuchó el sonido inconfundible de gases, la beba se calló después de ensuciar su pañal.
“Vayan a descansar”, dijo Meredith.
“La cambiaré y me quedaré con ella hasta la próxima toma”.
“Pero, mamá, has hecho mucho en el día”.
Madison estaba agotada y pensaba que si Simón seguía con esa actitud terminaría por gritarle, lloraría y armaría un escándalo. Así que prefería quedarse en el sofá que habían puesto en la habitación y no tener que ir con él hasta su dormitorio.
“Acabas de tener un bebé, y nosotras estamos aquí para ayudar, Maddy”, señaló Lucía.
Su mamá había llevado a Miranda al cambiador y le estaba cambiando el pañal.
“Creo que Meredith y la abuela tienen razón, Madison, vamos a dormir aunque sea un par de horas, los dos lo necesitamos”.
Madison se acercó a su bebé y vio que tenía sus ojitos cerrados de sueño a pesar de que su abuela la estaba cambiando, así que besó sus piececitos y se marchó a su habitación.
Cuando llegó vio a Simón entrar en el baño, así que fue hasta la cama y se acostó. Un minuto después escuchó la ducha.
Sus ojos se cerraban de sueño, intentó permanecer despierta, más la desvelada de la noche anterior sumado a las emociones vividas le pasaron factura y se durmió.
Simón salió de la ducha con el ceño fruncido, se sentía tenso e incómodo bajo el escrutinio de Madison, estaba molesto con ella por juzgarlo, por creerse superior a él moralmente.
¿Acaso creía que la decisión que tomó fue fácil? ¿Qué no sentía remordimientos de conciencia? ¿Qué rogaba no haberse equivocado?
Al entrar en la habitación la miró dormir y se relajó, al menos no tendría que lidiar con ella de inmediato. Con cuidado de no despertarla se acomodó en el otro extremo de la cama.
Como si el cuerpo de Simón fuera un imán para ella Madison se giró hacia él, aunque la cama era grande y aun había un espacio ella se fue moviendo hasta pegarse a su cuerpo.
Él la miró con el ceño fruncido. Con un suspiro de rendición Simón la abrazó, unos minutos después se quedó dormido.
Era muy temprano en la mañana cuando Madison abrió los ojos, estaba abrazada al cuerpo de su esposo que seguía profundamente dormido. Con cuidado de no despertarlo se levantó, estaba preocupada por la beba, su madre dijo que la llamaría y no lo había hecho.
Cuando entró en la habitación de la pequeña se encontró con Lucía sentada en el mecedor con la niña en brazos.
“Le dije a Meredith que se fuera a dormir, que era mi turno con esta belleza”.
“Gracias, abuela, necesitaba dormir”.
“No sé qué hizo Simón y no me quiero meter, Maddy, solo diré que para amamantar a la niña debes estar tranquila y relajada si no puede ocurrir que todas esas emociones afecten el estómago de Miranda. Creo que la beba le ha tocado vivir emociones intensas desde antes de nacer, así que trata de ser un remanso de paz para tu hija”.
“¿Por qué crees que es culpa de Simón? Quizás fui yo la que fallé y no sé cómo arreglar las cosas”.
“No soy tonta, Madison, sin embargo, si fuiste tú, solo pide perdón y demuéstrale cuanto lo amas, es todo lo que mi nieto necesita”.
“Lo haré, cuando tenga la oportunidad”.
“Ve, ahora es la oportunidad, no permitas que la situación crezca”.
“El problema, abuela, es que no estoy de acuerdo con lo que Simón hizo y él está furioso porque no lo apoyé”.
“Quizás no está furioso, sino dolido y creo saber lo que hizo Simón. Los malos desaparecieron, fueron cazados. Esos delincuentes estaban destruyendo muchas vidas, no solo atentaban contra nosotros, había sembrado pánico y dolor en nuestra comunidad”.
“¿Cómo lo sabes?”.
“Hablo todos los días con Marcela, y sigo en contacto con la gente del pueblo. Los Zetas habían estado extorsionando a los comerciantes y secuestrando jóvenes para la trata de personas. Los chicos fueron liberados hace dos noches”.
“No lo sabía, abuela, lo lamento”.
“Bastantes preocupaciones tenían después del atentado para venir a poner en tu cabeza más”.
“Gracias por contármelo”.
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