Capítulo 50:

Con resolución salió del despacho que tenía en la casa y se dirigió a su habitación, abrió la puerta con suavidad y se encontró con que Madison se había quedado dormida.

Con cuidado se sentó en el sillón a esperar que despertara, sabía que era poco probable que la noche anterior se hubiese dormido después de leer el mensaje de Patrick.

Una hora más tarde, Meredith tocó la puerta con una inquieta Miranda que se chupaba los puños en busca de su alimento.

“Pasa, mamá”, pidió Madison sentándose en la cama, al ver a Simón se sobresaltó, sin embargo, no dijo nada porque en ese momento entró su mamá con la beba en brazos.

Meredith le entregó a su hija y con la misma discreción que la caracterizaba salió de la habitación.

Madison se recostó en la cama dándole la espalda a Simón y se dispuso a darle el pecho a su hija.

“Sé que sabes lo que hice, Madison”.

“No, ahora no, Simón, al menos no mientras le doy el pecho a mi hija, hablaremos más tarde”.

Simón solo asintió en silencio, aunque ella no lo pudo ver, solo esperaba que no lo condenara por lo que hizo.

Porque lo que hizo fue solo para protegerla. Madison tenía que entender que no había otra forma de hacerlo, él nunca permitiría que nadie le hiciera daño, ni a ella, ni a Miranda.

Una hora más tarde, Madison había terminado de darle pecho a la bebé, le sacó los gases, la cambió y se la dejó a las abuelas que la esperaban en la habitación de la niña, entonces regresó a la suya donde Simón esperaba por ella.

Madison caminaba de un lado a otro en la habitación, sus pensamientos turbados reflejados en su mirada. Simón estaba sentado en una silla, observándola en silencio. La tensión llenaba el aire mientras ella intentaba encontrar las palabras adecuadas para expresar sus inquietudes.

“No puedo creer que hayas tomado la decisión de contratar a mercenarios para acabar con Los Zetas, Simón. ¿No te das cuenta de lo que eso implica?”, replicó ella con voz tensa.

“¿Crees acaso que había otra opción? Los Zetas intentaron extorsionarnos y matarnos, fallaron la primera vez por poco, no iba a permitir que lo volvieran a intentar, para mí, tu seguridad y la de mi hija justifican lo que hice”, replicó él a la defensiva.

“Pero ¿A qué costo? ¿Acaso hemos perdido nuestra ética y nuestros valores en el proceso? ¿Dónde queda la justicia en todo esto?”.

“¿Y qué querías que hiciera? ¿Qué me quedara de brazos cruzados esperando el próximo ataqué? Esos hombres eran irrecuperables, su alma estaba manchada de crímenes y eso no iba a cambiar por tu sentido erróneo de justicia”.

“No estoy diciendo que debamos quedarnos de brazos cruzados, Simón, pero esto es demasiado. ¿Y si algo sale mal? ¿Y si los mercenarios se convierten en un problema mayor? ¿Podremos vivir con las consecuencias de nuestras acciones?”, preguntó indignada.

“¡Hice esto por nosotros, Madison! Por nuestra seguridad. No puedo permitir que nos amenacen y nos hagan sentir indefensos. Si no hacemos algo, ¿Quién lo hará por nosotros?”.

“No es quien lo hará, pero no podemos ser jueces, jurados y verdugos, Simón, no es correcto”, agregó Madison cruzándose de brazos.

“Además no puedo aceptar que hayas tomado esta decisión sin discutirlo conmigo. Somos una pareja, debemos tomar decisiones juntos. No me siento cómoda sabiendo que contrataste a mercenarios para acabar con ellos, aunque sean peligrosos”.

“Pues es un poco tarde para discutirlo, ¿No? Sé que hice lo correcto, nos puse a salvo y libré a mi pueblo de esos asesinos, vi%ladores y narcotraficantes, si tú no estás de acuerdo, tendrás que aprender a vivir con ello”.

Un portazo terminó con la discusión, Simón se había marchado furioso y Madison sintió su corazón romperse un poquito más.

Margaret abrió lentamente los ojos, sintiéndose aún agotada después de la aterradora noche anterior. Parpadeó varias veces y se encontró en una habitación de hotel, pegado a su cuerpo y con la cabeza recostada en su brazo estaba Peter, durmiendo con profundidad y roncando suavemente.

‘¡Oh, por Dios! ¿Qué demonios hice?’, se preguntó a sí misma.

Peter se removió un poco, se giró en sus brazos y abrazó su cuerpo desnudo.

Marga quería recuperar su brazo… y el resto de su cuerpo para huir de allí, pero tenía el brazo dormido y aún si lo pudiera mover, de seguro que Peter se despertaría si le empujaba la cabeza fuera de su brazo.

‘Por primera vez entiendo la expresión de querer arrancarse el brazo a mordiscos antes de despertar al hombre que duerme a tu lado’, pensó con ironía y no porque Peter fuera feo, era guapísimo, sino porque era un vaquero, un estilo de vida que ella aborrecía.

Y porque era el hermano de Simón.

Estaba segura de que esa aventura, porque sería una aventura de una sola noche, pondría tensa las reuniones familiares.

‘¿Cómo es que siempre acababa metida en un lío?’.

Se preguntó con resignación.

Sin pensarlo dos veces empujó la cabeza de Peter fuera de su brazo.

Él levantó la cabeza con ojos adormilados y bostezó. Marga se levantó de la cama arrastrando con ella la sábana para cubrirse dejando a Peter totalmente desnudo y empalmado.

“Buenos días, señorita silla mágica, espero que hayas podido descansar”.

“¿Quién habló ofreciendo una cama para dormir…?”, se burló ella.

“Debí hacer caso omiso de tu invitación y quedarme en el sofá del hospital”.

“Yo no tengo la culpa de que encuentres mis huesos tan irresistibles”.

“Reafirmación de vida, se llama”, respondió ella gruñendo.

“Cuando tienes una experiencia cercana a la muerte y necesitas de se%o para sentirte viva”.

“Si quieres llamarlo así, vuelve a la cama para que puedas prender la llama de la vida con esto”, dijo tomando su miembro er$cto con su mano.

“Eres un bruto, vaquero, además de vulgar”, respondió ella mirándolo a los ojos con rabia.

“Eso no es lo que decías anoche cuando gritabas que te diera más, te gustaba bruto y vulgar”.

Con toda la dignidad que pudo reunir Margaret recogió su pijama y sus pantuflas y se metió al baño para darse una ducha rápida y vestirse. Pediría un taxi por alguna aplicación y le diría a su madre que pagara porque ella había dejado su bolso en el hospital junto con su muda de ropa.

Al salir del baño se encontró con Peter estaba vestido esperando para llevarla a su casa.

“No te molestes, pediré un taxi”.

“No, yo te llevaré”, dijo él con el rostro serio.

Él era un caballero y nunca permitiría que la mujer con la que había pasado la noche saliera del hotel en pijamas para irse en taxi.

Marga se encogió de hombros, quería marcharse a casa de su hermana y terminar de dormir en su cama, y no estaba dispuesta a discutir más con Peter.

Él le ofreció su abrigo para tapar su pijama y tomó para sí una chaqueta más ligera.

“Gracias, te lo devolveré al llegar a la casa”.

En el camino el silencio imperaba en el coche.

“Me imagino que esto es un adiós y que estás arrepentida de haberte acostado conmigo, espero que no seas tan hipócrita y trates de echarme toda la culpa de lo ocurrido anoche”, dijo él con un poco de molestia.

“No, no estoy arrepentida, eres un amante maravilloso y yo te necesitaba anoche, pero sí creo que fue un error que no permitiré que vuelva a ocurrir”.

“Si tanto te gustó ¿Por qué no podemos vernos de vez en cuando? Ya que al parecer es el tipo de relación que te gusta”.

“Porque nunca podría haber una relación entre tú y yo, Peter, y no perderé mi tiempo y mis emociones en alguien que no comparte lo que quiero en la vida”.

“¿Y qué es lo que quieres en la vida?”.

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