Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 46
Capítulo 46:
“Terminaste con tu novio”, dijo la mujer con aburrimiento.
“No, bueno sí, pero hace días y no es de eso que quería hablarte. ¿Sabes quién está hospitalizada aquí?”.
“Ni idea. ¿Quién?”, respondió la mujer al otro lado de la línea.
“La esposa de Simón Barton, acaba de tener un bebé”, dijo la enfermera.
La noticia interesó mucho a la mujer que se enderezó en su cama.
“¿Estás segura? Ese embarazo ha sido muy secreto”.
“Claro que estoy segura, está dentro de mis rondas”.
“Eso me interesa mucho, prima, tengo algunos asuntos que resolver con Madison, necesito armar un plan. Te llamaré después”.
“Pues hazlo pronto porque solo estará dos noches aquí”.
Una sonrisa asomó a la cara de la enfermera, su prima había sufrido mucho por culpa de Simón y Madison Barton, estaba segura de que se le ocurriría un plan para vengarse de ellos.
“Déjame estacionar la camioneta y te acompaño hasta la habitación de tu hermana”, le dijo Max a Marga cuando entraron al estacionamiento del hospital.
“No, déjame en la entrada, no me va a pasar nada allí, además creo que la prensa ya se retiró porque todo se ve en calma”.
De mala gana Max se detuvo cerca de la puerta del hospital, no le gustaba perder a Marga de vista, más ella era muy independiente y se había revelado contra sus medidas de seguridad, sobre todo desde que se habían vuelto más estrictas a raíz del atentado a Simón.
Se había enamorado de Marga y le daba pánico que le ocurriera algo, estaba medio paranoico, pero sabía que si Los Zetas habían sido capaces de atacar a Simón en los Estados Unidos eran capaces de cualquier cosa. Y de alguna manera ellos se habían enterado de que Marga fue parte del engaño.
Marga caminó con paso apresurado por el estacionamiento cuando de repente varios periodistas descendieron de sus coches y corrieron hacia ella sacándole fotos y tomándola desprevenida.
“¿Eres Margaret o Madison?”, preguntó uno de ellos.
Marga los ignoró tratando de apresurar el paso, quizás si debió esperar a Max, pensó molesta cuando un reportero se paró frente a ella poniendo en su cara un micrófono.
“¿Quién fue la que tuvo el bebé?”, preguntó el hombre sonriendo con sarcasmo.
“¿Es cierto los rumores de dicen que la esposa de Simón lo abandonó por su gemela y que después de varios meses regresó embarazada?”, preguntó el más atrevido casi empujando al otro reportero para pararse delante de ella.
“¿El niño es de Simón Barton?”.
“¿Le harán la prueba de ADN para saber si es hijo de Simón?”.
Entre todos los reporteros la habían rodeado y no la dejaban caminar. Marga manejó la posibilidad de asestarle un puñetazo al que tenía enfrente.
De la nada apareció un rudo vaquero y apartó a los hombres como si fueran muñecos.
“Marga, cariño. ¿Te están molestando estas personas?”.
Marga lo miró asombrada, había visto fotografías de Peter Barton, sin embargo, ninguna le había hecho justicia. Aunque no le gustaban para nada los vaqueros, este era uno de esos que parecían sacados de una película.
“Como ves, guapo, no me dejan caminar y preguntan puras tonterías”, dijo en un tono de fastidio con tintes de coquetería.
“Entonces, vamos a darle de que hablar”, dijo Peter.
La haló a sus brazos y sus labios descendieron con rapidez para fundirse en un beso, en un primer momento Marga se quedó rígida, incluso subió los brazos para apartarlo, pero unos segundos después se derritió y en vez de empujarlo se apretó contra él.
Era un bruto, pero un bruto que besaba maravillosamente bien.
Él la inclinó para darle un beso tipo tornillo, los flashes de las cámaras destellaban a su alrededor. A pesar de eso Marga estaba perdida en la pasión del beso hasta que una voz la sacó de su ensoñación.
“¿Marga?”, preguntó Max con los ojos llenos de dolor.
Peter levantó la cabeza y taladró con la mirada al hombre que osaba interrumpirlo, conocía a Max y sabía que era el guardaespaldas asignado a la mujer que tenía en sus brazos. Marga giró la cabeza aún aferrada al vaquero, su mirada cargada de pasión llenó de decepción al guardaespaldas.
Los flashes seguían resplandeciendo a su alrededor.
“Vamos, cariño, estoy ansioso por conocer a mi sobrina”, dijo Peter pasando un brazo por sus hombros para pegar su cuerpo al suyo.
Una vez que atravesaron las puertas del hospital, ella trató de empujarlo, pero era como empujar una pared.
“Quédate quieta”, gruñó el vaquero.
“¿Por qué habría de hacerlo? Eres un bruto, Peter Barton”.
“Porque aún nos están mirando y si te separas no creerán que eres mi mujer”.
“¿Qué? ¿Por qué crees que quiero que piensen que soy tu mujer?”, preguntó Marga con asombro.
Las puertas del ascensor se abrieron y él la empujó dentro, apretó el botón del piso donde estaba la habitación de Maddy y las puertas se cerraron dejando atrás a su escolta.
“Porque al parecer eres tan insensata y egoísta cómo para dejar atrás al inútil de tu escolta. Si Los Zetas te llevan eso le creará un problema a mi hermano y créeme desearas estar muerta antes que en sus manos. Les acabo de enviar un mensaje de que no se metan contigo porque eres mi mujer. Estoy seguro de que se lo pensaran dos veces antes de tocar un cabello de esa bonita cabeza”.
“Dos cosas Peter Barton, en primer lugar, dejaste atrás a Max, que no solo es mi escolta también es mi amigo…”.
Peter bufó en respuesta.
“El tonto está enamorado de ti”.
“Eso no es cierto, solo somos amigos”.
“Que tú lo lances a la zona de amigos no significa que él quiera quedarse allí”, replicó Peter.
“Ahora dime cuál es el segundo punto”.
“¿Quién eres para que Los Zetas no quieran meterse contigo?”, preguntó Margaret.
“Ellos saben quién soy y eso debe ser suficiente para ti”, respondió con él con arrogancia.
Esa vez fue el turno de Margaret de bufar.
“¿Te han dicho alguna vez que eres insufrible, arrogante y un bruto?”.
“Muchas veces, pero nunca alguien tan bonito como tú”.
En ese momento la puerta del ascensor se abrió y Marga salió con ese andar cadencioso que lo volvía loco. Se quedó atrás solo para mirarle el culo.
Marga se giró de repente y le pilló mirándole el trasero.
“Deja de mirarme el culo y camina delante de mí”, le dijo ella furiosa.
“¿Acaso quieres mirármelo tú a mí?”, le preguntó él, provocador.
Marga pensó seriamente en pegarle, aunque se tuvo que confesar que sería interesante verlo, sin embargo, giró sobre sus talones y caminó con rapidez hacia la habitación de su hermana.
Marga agradeció que las visitas se hubiesen marchado y que al fin Madison y ella estaban solas en la habitación.
Se sentó en la cama donde dormiría al lado de su hermana y la vio amamantar a la pequeña Miranda.
“Apenas me está comenzando a bajar la leche y me están doliendo los pechos”, dijo Madison con el ceño fruncido.
“Al menos Miranda está intentando vaciarlos”, dijo Marga con una sonrisa al ver a su sobrina chupar con entusiasmo del pecho de su madre.
“Sí, ¿Sabes? Nunca imaginé que el amor por un hijo pudiera ser tan grande”.
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