Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 45
Capítulo 45:
Simón estaba sentado en la cama detrás de Madison, rodeándola con sus brazos. Sus ojos pendientes de cada respiración de su pequeña niña.
Estaban solos en la habitación privada del hospital porque Lucía se había ido con dos de los guardaespaldas al aeropuerto a recibir a Meredith y Marga.
“Gracias por darme este pequeño ángel”, le susurró Simón al oído.
“He sido muy feliz llevando a tu hija, mi amor. ¿Te gustaría cargarla?”, preguntó Madison a Simón.
“Todavía no, me daría miedo lastimarla, aún estoy nervioso y me daría pánico desmayarme de nuevo y que se me cayera”.
“Fue bastante loco el nacimiento, ¿No?”, preguntó Madison risueña.
“¡Por Dios! Ni me lo recuerdes, primero escucharte hablar de esa manera y después ver como estaba… umm, tu zona íntima”.
“Me dolía muchísimo, y en verdad tenía ganas de matarte en ese momento, me sentía como si tuviera un alienígena adentro comiéndome las entrañas”.
“Yo pensaba que el parto sería calmado y controlado, estaba desesperado al verte sufrir de esa manera”.
“Al menos fue rápido y no dio tiempo de nada, los médicos estaban asombrados de que en las primeras etapas no sintiera dolor”.
“Nunca pensé que el parto fuera así, he visto muchos nacimientos de vacas, pero…”.
“¿Me estás comparando con una vaca?”, preguntó ella fingiendo enojo.
“No, solo que a las vacas no se le ve… digamos la zona íntima de esa manera”.
“Volverá a su estado normal no te preocupes”, respondió ella riendo.
“Yo no sé qué esperaba, pero en las películas no se ve así”.
“Lo bueno es que ya tenemos a Miranda con nosotros y no hay nada más importante que eso”, dijo ella poniendo a la bebé en su hombro.
“Sí, pero te digo una cosa, nunca volveré a este hospital, camino por los pasillos y hay gente señalándome y riéndose de mi desmayo”.
Madison se rio de su cara de contrariedad.
“Y espera que llegue a la prensa”.
“No llegará”, aseguró él.
“¿Quieres apostar?”, preguntó ella.
“Te aseguro que hay más de un video de tu desmayo corriendo por Internet”.
“Espero que no, pero te juro que demandaré si grabaron el parto”.
“No creo que hayan podido grabarlo, yo estaba dentro de la camioneta, en el asiento de en medio, para grabarme debían de estar de frente y los guardaespaldas se ocuparon de que nadie estuviera en esa zona”.
“Es tan bonita, no me canso de mirarla, espero que se parezca a ti”, señaló Simón con los ojos puestos en su hija.
“Si se parece a ti también sería fabuloso porque tú eres muy guapo. Esperemos que abra los ojos, aunque debe tenerlos azules porque todos los niños blancos tienen los ojos azules, sin embargo, ese color puede variar, es alrededor del año cuando definen el color de ojos que tendrá, quizás tenga tu hermoso color de ojos”.
Simón la besó con ternura, estaba muy emocionado por sus palabras.
“Creo que deberíamos acostarla, aunque te confieso que no quiero ponerla en la cuna”, dijo Madison con un suspiro.
“Entonces no la pongas, disfrutemos de ella todo lo que podamos”.
“Se va a malacostumbrar y no va a querer dormir nunca en la cuna”.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió y su madre entró de primera a la habitación.
“Madison, cariño, ¿Cómo te sientes? Lucía nos contó lo que pasó”, dijo Meredith acercándose para besar a su hija y conocer a su nieta.
Detrás entraron Lucía y Marga, que también se acercaron para ver a la bebé.
“Ya me siento bien, mamá, después de que Miranda salió de mi cuerpo todo mejoró con rapidez”.
“¡Oh! Es tan bonita, y se parece mucho a ti y a Marga cuando eran bebés”, señaló Meredith.
“Nosotras éramos rubias en nuestros primeros años, en la niñez nuestro cabello fue oscureciéndose”, aclaró Marga.
“Por cierto, felicidades por esta hermosura de bebé”.
“Estoy tan feliz por mi bisnieta y por saber que ya tienes tu propia familia que ya puedo morir en paz”, declaró Lucía.
“¡Abuela! Por Dios, no digas eso, aún te necesito para que nos ayudes a criar a Miranda”, replicó Simón con el ceño fruncido.
“Esta mañana cuando me di cuenta de que estaba de parto, lloré e hice un berrinche porque no habías llegado mamá y pensé que nadie me consentiría, más estoy tan feliz en este momento, que sé que si solo consienten a Miranda me sentiré dichosa”.
“Esas eran las hormonas hablando, hija, nos ponen muy emocionales, es probable que en este momento estés feliz, pero sé que en los próximos días estarás muy sensible”.
“Si nos ponemos así de tontas al tener un bebé, prefiero no tener uno, seré la tía consentidora de todos los bebés que ustedes tengan”, declaró Marga.
“Te auguro unos cuatro hijos”, predijo Lucía.
“En mi pueblo dicen que cuanto más renieguen de algo, más rápido les vendrá”.
Marga negó con la cabeza.
“Alguien quiere cargar a Miranda antes de que se la lleven a la sala de recién nacidos?”, preguntó Madison.
Las tres mujeres saltaron. Al final la cargaron por turnos pensando que en cualquier momento llegaría la enfermera para llevarse a la bebé.
“La visita terminará pronto, le diré al chofer que las lleve a casa, en este hospital se puede quedar un acompañante en la noche”, informó Simón.
“Yo me podría quedar mañana u otro día”.
Ofreció Marga.
“Solo estaré hospitalizada dos noches, así que me gustaría que te quedaras mañana conmigo, así podremos hablar como en los viejos tiempos”, respondió Madison.
“Eso me gustaría mucho”, aseguró su gemela.
En ese momento la puerta se abrió y una bonita enfermera entró para revisar las constantes de Madison.
“Señora Barton, debería aprovechar para dormir un rato ahora que la bebé duerme”, sugirió la enfermera.
“Pensamos que se le llevarían pronto”, señaló Madison.
“No, si el bebé nace sin complicaciones las dejamos con la madre todo el tiempo posible, aunque en la noche se la llevaran a la sala de recién nacidos para que usted descanse.
“Nosotras estamos rogando que la bebé se despierte para cargarla”, dijo Meredith riendo.
“Si, le aseguro de que Madison podrá dormir cuando quiera, nosotras no ocuparemos de la bebé”, bromeó Marga.
“A esta niña le sobraran brazos para que la carguen”, aseguró Lucía.
“Es bonito saberlo, he visto pacientes que no han salido del hospital y ya es una enfermera o una niñera la que se ocupa del recién nacido”.
“Ese no será el caso de mi hija, no me niego a tener ayuda, más seremos nosotros sus principales cuidadores”, aseguró Simón.
La enfermera se despidió con una sonrisa y de nuevo la familia quedó sola.
En el piso inferior una enfermera entró en un depósito de ropa blanca y sacó su teléfono, marcó un número que estaba en sus contactos frecuentes y esperó que contestaran.
“Prima, tengo algo que contarte”, soltó cuando la mujer a la que llamaba contestó.
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