Capítulo 44:

Cuando Simón subió, Madison aún hablaba con su gemela, la sonrisa de su cara mostraba lo contenta que estaba por haber hecho las paces con Marga.

Simón se metió debajo de la manta y la abrazó por las caderas para luego darle un beso en la barriga a Madison, los ojos de ambos brillaban de felicidad.

Madison estaba muy emocionada porque ese día llegaban su madre y su hermana. Se había levantado muy temprano y andado de un lado a otro pendiente de que todo estuviese listo para la llegada de su familia.

Estaba ansiosa por disfrutar de los mimos que de seguro su madre le daría antes de que naciera Miranda, y no solo su madre, estaba segura de Marga también la consentiría porque desde la noche en que ellas hablaron por teléfono su relación había mejorado muchísimo.

Su hermana siempre sería caprichosa, impulsiva y un poco egoísta, pero se estaba esforzando en demostrarle que la quería y lo mejor de todo era que estaba intentando ser mejor persona.

“Madison aún falta mucho para salir al aeropuerto”, dijo Simón al ver a su esposa vestida y con el bolso en la mano.

“Tenemos que irnos ya”, dijo con un mohín de disgusto en la cara.

“¿Por qué? ¿Qué pasa?”, preguntó Simón preocupado porque en los últimos días su esposa era todo sonrisas y esa expresión de desazón no era normal en ella.

“Miranda decidió nacer hoy”, respondió queriendo hacer un berrinche.

Simón saltó del sofá donde estaba sentado revisando informes.

“¿Estás bien? ¿Tienes dolor?”.

“No tengo dolor, quiero llorar porque mi mamá no ha llegado y no tendré quien me consienta. Cuando nazca Miranda pasaré de ser la princesa embarazada a la cenicienta del posparto y aunque sé que estaré encantada y feliz con mi hija, yo quería que mi mamá me consintiera”, soltó con unas cuantas lágrimas.

“¡Ay, amor! Te prometo que yo te consentiré y te aseguro que todos lo harán”, le dijo Simón abrazándola para ocultar su sonrisa porque sabía que eran sus hormonas hablando.

“No, no lo harán”, siguió gimoteando en su hombro.

“Quiero ser egoísta y que me consientan”.

“¿Estás nerviosa? ¿Asustada?”, le preguntó con suavidad.

“Sí”, respondió hipando.

“¿Estás segura de que no son falsas contracciones?”, preguntó con curiosidad.

El médico les había hablado de ellas y hasta el momento Madison no las había experimentado.

“No lo son, rompí fuentes hace rato y… ¡Ay! Ahora si duele”, replicó apretando las manos de Simón con fuerza, unos segundos después lo soltó.

“Llamaré a la abuela para marcharnos”, informó Simón acomodando a su esposa en el sofá para ir por su abuela.

Madison solo asintió con la cabeza.

Simón corrió fuera de la habitación y regresó un par de minutos después con la maleta de Madison y de la bebé.

“Ya la abuela viene y el equipo de seguridad y el chofer están listos para partir”, dijo Simón ayudando a su esposa a levantarse.

Uno de los guardaespaldas tomó las maletas para subirlas al coche, Simón y Madison estaban bajando la escalinata del frente de la casa cuando los gatos aparecieron y los rodearon maullado, la mayoría pegados a los tobillos de Madison.

“¡Qué lindos! Vinieron a despedirme”, dijo ella con una sonrisa sincera.

“Lo siento, amiguitos, pero estamos un poco apurados”, dijo Simón levantándola en brazos para llevarla a la camioneta.

“¡Por Dios! Simón, bájame que se te van a abrir los puntos”, dijo Madison angustiada, pensando en las heridas recientes de su esposo y en el riesgo de que un gato los hiciera caer.

Simón estaba subiéndola al asiento cuando la abuela salió de la casa para irse con ellos. La comitiva salió de la mansión rumbo al hospital, apenas habían pasado los portones cuando otra contracción la hizo apretar los dientes.

“¿Cuánto tiempo ha pasado, Simón?”, preguntó Madison.

Sabía que había sido muy rápido.

“Cinco minutos”, respondió él asustado.

El tiempo entre una y otra era muy corto.

“¿Qué? ¿Cinco minutos? Ese bebé está por nacer”, señaló la abuela.

“¿Cuándo comenzaron tus contracciones?”.

“No lo sé, abuela, me levanté esta mañana con dolor en la espalda, más no le hice mucho caso”.

“¿Puedes ir más rápido?”, preguntó Simón al chofer.

“Ya voy rápido, Señor Barton”.

“Tranquila, Maddy, llegaremos a tiempo y si la bebé nace aquí yo la recibiré”, le dijo la abuela tratando de calmarla.

Los minutos se hicieron eternos a medida que más contracciones atormentaban a Madison.

“Maldición, Simón, ¡Duele!”, gritó Madison.

“Más rápido”, gritó Simón al chofer.

“Sí, señor”, respondió para aplacarlo, sin embargo, ignoró sus órdenes.

En la siguiente contracción no pudo ni quejarse del dolor, Madison quería gritar, más sentía que solo podía intentar respirar.

“¡Oh, por Dios! Simón, creo que la siento la cabeza. Quiero pujar”, gritó Madison.

Un segundo después gritó.

“Quítate, Simón y deja ver”, ordenó la abuela.

Afortunadamente llegaron al hospital y Simón prácticamente saltó de la camioneta. Los guardaespaldas se bajaron de las otras camionetas y formaron una pared humana, dando la espalda a la parturienta y asegurándose de que nadie pudiera mirar.

“Un médico, por favor, mi mujer está teniendo a la bebé en el coche”, gritó en la recepción de la emergencia.

Un par de doctores corrió a la entrada detrás de Simón, al llegar a la camioneta se encontraron con que la futura heredera de los Barton estaba en el canal de parto y no podían hacer nada más que dejar que la naturaleza siguiera su curso.

Bajo los gritos de la madre, y la desesperación del padre.

Simón no podía dejar de caminar de un lado a otro de la acera, mientras los médicos ayudaban a su esposa y su abuela la acompañaba porque él no soportaba verla sufrir.

“Se suponía que esto no iba a ser así, llegaríamos al hospital y habría mucho tiempo para ponerle la anestesia y todo sería color rosa y mi hija nacería en un ambiente relajado y lleno de felicidad”, le dijo Simón a su jefe de seguridad, el hombre que siempre estaba a su lado.

Simón se encogió cuando escuchó a su esposa amenazar con cortarle el miembro si se volvía a acercar a ella.

“No se preocupe, Señor Barton, ella se olvidará de eso y tendrá varios chiquillos más”, dijo su jefe de seguridad con convicción.

Unos minutos después un llanto de bebé se escuchó y Simón se acercó emocionado a ver a Miranda, sin embargo, sus ojos se dirigieron a la zona íntima de su esposa y entendió porque ella amenazaba con contarle los huevos.

“Felicidades, Señor Barton”, dijo uno de los médicos girándose para mirarlo.

“Su hija acaba de nacer”.

Simón se desmayó en ese momento.

Madison no podía dejar de mirar la carita de su bebé, era tan hermosa como la soñó. Su cabello rubio era tan fino que parecía una pelusa, sus ojitos estaban cerrados, tenía mucho rato dormida, cansada después del esfuerzo del nacimiento.

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