Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 41
Capítulo 41:
Le habían retirado la intubación, aunque continuaba conectado a varios aparatos. Las heridas de su cabeza y pecho estaban recubiertas con vendaje.
Estaba muy pálido.
“Maddy…”, dijo con dificultad.
“Aquí estoy mi amor, todo estará bien”.
“Quiero que estés segura, vete a casa, a Houston”.
Madison pensó que cada palabra lo ahogaba.
“No, Simón, no me separaré de ti, cuando volvamos a casa lo haremos los dos”.
Madison miró preocupada cómo el ritmo cardiaco y la presión arterial subió un poco.
“Llama a mis hermanos, ellos te protegerán”.
“Tus hermanos llegaron ayer, están afuera”.
“Ellos sabrán que hacer”, recalcó cerrando los ojos.
El médico se acercó en esos momentos.
“Lo mantendremos aquí al menos veinticuatro horas más, ahora debe marcharse para que él pueda descansar”.
Al llegar a la sala de espera se encontró con que su madre y la abuela de Simón estaban hablando con Peter y Patrick, los hombres le hacían un resumen del estado de salud de su hermano.
“¡Oh, por Dios, Madison! Estás embarazada”, exclamó su madre abrazándola.
“¿Por qué no volviste a casa si estás esperando un hijo?”.
“Porque al ver que Simón usaba a Marga como mi sustituta pensé que me había cambiado por la mujer que en realidad quería, pensé que tú lo aceptabas al igual que la señora Lucía…”.
“Perdóname mi niña por esas palabras, sé que no lo merezco, pero quiero que digas abuela”, pidió Lucía abrazándola.
“¿Cómo pudiste pensar que yo haría algo así?”, preguntó Meredith.
“No le encontraba sentido, ayer cuando Simón me lo explicó… no dio tiempo de nada, mamá, enseguida hubo una explosión y los disparos…”.
Madison volvió a llorar, tener a su madre y a la abuela allí bajó las defensas que había logrado construir.
Los hermanos de Simón miraron con asombro a la mujer que estaba parada en la puerta, conocían la existencia de Marga, pero no se imaginaban el parecido tan grande.
Marga estaba que echaba humo por las orejas, aunque en el fondo se sentía muy aliviada y agradecida de que su gemela hubiera aparecido con vida y bien, al mismo tiempo, estaba furiosa con ella por desaparecer de esa manera. Por dejarlos sufrir sin necesidad.
Entró a la sala de espera meneando las caderas y se plantó a la espalda de Madison.
“¡Vaya! La hija prodiga vuelve a casa, después de casi destruirnos la vida a todos con su desaparición, ahora regresa como si nada y muy fresca”.
Madison se quedó quieta un momento cuando escuchó la voz de voz de Margaret, después se giró y le pegó una cachetada que hizo trastabillar a su hermana.
Madison se veía furiosa.
“Nunca quiero volver a verte”.
Los ojos de Marga se llenaron de lágrimas contenidas, era la primera vez en su vida que Maddy la golpeaba, y eso le dolió muchísimo porque su hermana siempre le había perdonado todas sus trastadas.
Nunca pensó que Madison se cansara de ella, que la mirara de esa manera, sin embargo, su orgullo salió a flote y adoptó una pose desafiante, aunque por dentro se sentía rota.
“Tal vez me merezco esto, pero no soy de poner la otra mejilla, Madison, lo dejaré pasar esta vez, pero no vuelvas a golpearme nunca más”.
Marga giró sobre sus talones y salió de la sala de espera con el mismo andar cadencioso con el que entró, a pesar de que las lágrimas casi no la dejaban ver.
‘Antes muerta que dejar que vea como me afectó su desprecio’, pensó mientras caminaba por el pasillo.
Sus pasos se apresuraron cuando dio la vuelta en la esquina y casi corrió al baño, necesitaba encerrarse en un lugar donde pudiera botar todas esas lágrimas contenidas. Max, el guardaespaldas que Simón le había asignado a Madison cuando se casaron, la siguió de cerca.
Marga no se dio cuenta del rudo vaquero que la miraba desde la puerta de la sala de espera.
Al entrar en el baño se encerró en un cubículo a llorar, sintió la puerta abrirse y esperó en silencio a que la otra persona se marchara, pudo ver como los zapatos de un hombre se paraban frente a la puerta de su cubículo.
“¿Estás bien?”, preguntó Max con suavidad.
“Sí”, respondió ella con suavidad.
“Gracias por preocuparte, pero me gustaría estar sola”.
“Está bien, esperaré afuera”.
En la sala de espera una sorprendida Meredith miraba a su hija, Madison estaba roja de la rabia.
‘¿Cómo se atrevía Marga a presentarse allí después de todo lo que le había hecho?’.
Pensó indignada.
“Maddy”, dijo Meredith para llamar su atención.
“¿Por qué golpeaste a tu hermana? Ella no tuvo la culpa de que Simón la hiciera pasar por ti, fue idea de tu esposo y ella la pasó realmente mal con tu desaparición”.
“Estoy cansada de soportar todas sus tratadas, harta, en realidad, Margaret me chantajeó para que me casara con Simón porque estaba enamorada de Roy, y cuando se dio cuenta la clase de alimaña que su prometido era, ideó un plan para que me marchara, y saliera de la vida de Simón para tener el camino libre con mi esposo”.
“Sé que tienes razones para estar furiosa con ella, desde que eran unas niñas te dedicaste a protegerla y nunca la dejaste asumir las consecuencias de sus actos. ¿Te chantajeó? Sí, pero no te vi ponerla en su lugar, por lo que no veo porque ahora si te molesta. Por otra parte, te aseguro de que nunca pasó por la cabeza de tu hermana eso de sacarte de la vida de Simón. Marga realmente estuvo enferma de preocupación con tu desaparición, no son invenciones mías, Maddy”.
“Es cierto lo que dice tu madre, Madison”, señaló Lucía.
“Yo la vi perder peso por no poder pasar bocado por la preocupación, parecía un cadáver, sumida en la tristeza”.
“No quiero hablar más de esto”, fue la última palabra de Madison no queriendo pensar que su reacción fue desproporcionada.
La prensa se había enterado del atentado contra la vida de Simón y los reporteros de las principales cadenas de noticias acampaban afuera del hospital para lograr una foto o algunas palabras de Madison, por lo que ella se quedó en el centro de salud, al lado de su esposo.
El resto de los familiares iban y venían del hotel.
La presa aún creía que Marga era Madison por lo que esa noche al salir del hospital para ir al hotel la acosaron con preguntas y con los flashes de las cámaras fotográficas. Al día siguiente decidió que no volvería al hospital y se quedaría encerrada en la habitación del hotel esperando recuperar su vida.
La vida que había dejado a un lado para hacerse pasar por Madison para protegerla. Una de las cosas que más rabia le daba era que Roy se había dado a la tarea de regar rumores sobre ella, entre otras cosas la había llamado cobarde por huir de Corpus Christy.
Al día siguiente pasaron a Simón a una habitación con visitas restringidas, por lo que solo entrarían los familiares más directos. Madison permitió que Lucía entrara primero, la abuela estaba muy preocupada porque no había podido ver a su nieto.
La siguiente en entrar fue Madison y se sorprendió de verlo tan bien, aunque estaba acostado, le habían levantado la parte de la cama donde reposaba su cabeza, según la enfermera lo habían levantado para que caminara unos pasos y había comido.
“¡Simón! Estás despierto”, exclamó Madison acercándose a él con rapidez, se inclinó y le dio un suave beso en la boca.
Los brazos de Simón se levantaron, una mueca de dolor asomó a su cara, pero igual la abrazó. Necesitaba sentirla.
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