Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 40
Capítulo 40:
En la sala de espera estaban sus amigos con el jefe de seguridad y dos guardaespaldas, tres de los siete hombres que cuidaban de ellos.
“¿Estas bien? ¿La bebé?”, preguntó Johnny.
Henry se acercó y la abrazó.
“Estamos bien”, respondió ella antes de acercase al jefe de seguridad.
“¿Qué pasó con el resto de los hombres? ¿Están muertos?”, preguntó Madison con la angustia reflejada en los ojos.
“Solo Bernie, los demás están siendo atendidos en este mismo hospital por heridas de balas, todos sobrevivirán”.
“Dile a Jane que ubique a las familias y les dé pasajes, hospedaje y dinero para venir a cuidarlos, y en el caso de Bernie para que vengan por él, se los debemos”.
“Sí, señora”.
Madison se giró y fue a sentarse a esperar alguna noticia del estado de Simón.
La espera fue larga, más personal de seguridad llegó para relevar a los guardaespaldas que habían participado en el tiroteo. Jane reservó habitaciones con todo incluido para todos, sin embargo, nadie se movería hasta saber si su jefe sobreviviría.
Una hora después, un par de hombres rudos vestidos de vaqueros entraron en la sala de espera. Madison se puso nerviosa de pensar que pudieran venir en venganza para rematar a Simón.
Sus ojos se dirigieron al jefe de seguridad, pero él meneó la cabeza y se acercó.
“Son Peter y Patrick los hermanos de Simón, yo los llamé”.
Madison los miró y la frialdad en la mirada de sus cuñados la sorprendió.
“Familiares del Señor Simón Barton”, llamó el doctor.
Madison saltó de su asiento para acercarse al médico.
“Hemos logrado controlar la hemorragia y sacar la bala, perdió mucha sangre por lo que tuvimos que hacerle una trasfusión. Sus expectativas son favorables, veremos como pasa la noche. Por el momento lo pasaremos a la unidad de cuidados intensivos. Una vez que esté allí podrá verlo, Señora Barton”.
A Madison se le llenaron los ojos de lágrimas de alivio y asintió dándole las gracias al doctor.
Henry la acompañó de nuevo a su asiento, los hermanos de Simón se acercaron. Ella levantó la vista.
“Así que tú eres la mujercita culpable de que nuestro hermano esté así”.
Al escuchar las duras palabras de los hermanos de Simón, Henry y Johnny, que estaban sentados uno a cada lado de Madison, se levantaron de sus asientos para encararlos.
La joven se levantó y puso las manos sobre los brazos de sus amigos para aplacarlos. Después dio un paso adelante y los apuntó con el dedo.
“En primer lugar, no soy la mujercita, soy la esposa de Simón, así que me trataran con el debido respeto. En segundo lugar, de haberme enterado de la amenaza de Los Zetas hubiese permanecido resguardada porque lo menos que quiero es perder a mi esposo; y en tercer lugar, ustedes no tienen el derecho de meterse entre lo que ocurre entre marido y mujer, cualquier queja que tengan al respecto se la dirán a su hermano cuando despierte”, les dijo con su mejor tono de maestra.
Los hombres le dedicaron una sonrisa maliciosa, sus amigos relajaron su postura al ver el cambio de actitud de los hermanos de Simón.
“Simón tenía razón cuando dijo que ella no aguantaría nuestra m*erda”, señaló el más joven a su hermano mayor.
“No”, respondió el mayor echando para atrás su sombrero.
“Mucho gusto, señora esposa de Simón, soy Peter el hermano mayor de su esposo. Y el enano aquí es Patrick el otro hermano de su esposo”.
‘El enano mide al menos un metro noventa, aunque sea unos centímetros más bajo que su hermano dista mucho de ser pequeño’, pensó Madison relajando su postura.
“Hola, cuñada esposa de Simón”, saludó el enano.
“Ahora que ya logramos quitarle la cara de tristeza y reemplazarla por una de sana furia, ¿Me puedes decir si tu tripa es un bebé o solo una tripa?”, preguntó Peter.
Madison bufó de la rabia.
“No tengo porque aguantar a la familia política así que, ¡Largo!”, dijo Madison furiosa.
“Madison ha tenido un día duro, dejen de molestarla”, dijo Johnny.
“Cuando llegamos parecía muerta en vida, a punto de desmayarse, ahora tiene color”, replicó Peter encogiéndose de hombros.
“Nos portaremos bien, solo queremos estar aquí cuando Simón despierte”, aseguró Patrick.
Los hombres caminaron hasta las sillas más alejadas y se sentaron.
Henry fue a buscar al médico que atendió a Madison cuando llegó necesitaban encontrarle una cama para que descansara.
Ella aceptó la habitación con la condición de que la despertaran cuando pudiera ver a Simón, le trajeron una comida saludable, y mientras se quitaba la ropa para darse una ducha, su teléfono cayó al piso, estaba sin baterías.
Pensó que no había llamado a su madre, se duchó y se puso un pijama, puso a cargar su teléfono y se dijo que se recostaría un rato mientras se cargaba la batería. Un par de minutos después estaba dormida.
Se despertó en la madrugada y salió de su habitación solo para encontrarse a dos hombres resguardando su puerta.
“¿Qué ha pasado con Simón?”, preguntó a uno de ellos.
“El Señor Barton está en la unidad de cuidados intensivos, está sedado y no lo despertaran hasta la mañana, así que el jefe decidió que era preferible dejarla dormir”.
Madison caminó hasta la sala de espera y se encontró con dos guardaespaldas más y sus cuñados esperando.
Los hombres se levantaron al verla.
“¿Dónde están mis amigos?”, preguntó a sus cuñados.
“Se fueron a dormir en el hotel que está pasando la calle”, respondió Peter.
“Nos permitieron entrar un momento a ver a Simón, pero estaba dormido. El médico dijo que estaba reaccionando bien”, le informó Patrick.
“Gracias, pero debieron despertarme”.
“Necesitas descansar, señora esposa de Simón”, le dijo Peter.
“Debes cuidar de nuestro sobrino”.
“Mi nombre es Madison y es una niña”, replicó Madison sentándose en una silla.
“Será bueno tener una niña corriendo por el rancho”, dijo Patrick.
“Sí, nunca hemos tenido una chica en casa, Madison”, señaló Peter.
‘Con razón son tan bestias’, pensó Madison, más aún conociendo sus antecedentes.
“¿Cómo piensas llamarla?”, preguntó el más joven de los hermanos.
“Aún no lo he discutido con Simón, pero creo que se llamará Miranda”, confesó Madison.
“Patricia es un buen nombre”, dijo Patrick con una sonrisa pícara.
Madison sonrió por la ocurrencia.
La conversación fue más amable después de eso. Madison pensó que eran hombres rudos, pero se dio cuenta de que en verdad se preocupaban por su esposo.
Nunca se imaginaría lo que esos hombres harían en un futuro para protegerlos.
A la mañana siguiente, Madison se levantó muy temprano y se vistió para ir a ver a Simón, el médico lo estaba revisando porque le habían quitado la sedación en la madrugada y esperaban que despertara de un momento a otro.
“Señora Barton, puede pasar a ver a su esposo”, dijo una enfermera.
Madison atravesó las puertas de la unidad temblando de los nervios, no sabía con lo que se iba a encontrar, al llegar a la cama se dio cuenta de que Simón estaba despierto.
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