Gemela equivocada, amor correcto -
Capítulo 4
Capítulo 4:
Madison bufó de rabia, en su mente comenzó a contar para no darle en la cara el tortazo que se merecía por imbécil. Sus manos se abrían y cerraban con rabia, tratando de controlar las ganas que tenía de pegarle.
Iba por ochenta y siete cuando él miró sus manos y preguntó: “¿Dónde está tu anillo de compromiso?”.
“En mi bolso, tenía miedo de perderlo”, respondió Madison abriendo su bolso y comenzando a buscar la cajita de terciopelo que Marga le entregó”.
“Solo es un anillo”, replicó encogiéndose de hombros.
‘Que cuesta como tres años de mi salario como maestra’.
Madison se apresuró a sacar el anillo de la caja y se lo puso con un poco de esfuerzo. Los dedos de Marga eran un poco más delgados que los suyos.
“¿Has ganado peso en estas tres últimas semanas?”, preguntó Simón con la ceja levantada.
Madison apretó los dientes. ¿La estaba llamando gorda?
“Es probable que los nervios me hicieran comer un poco más”.
“¿No estarás embarazada?”.
“¡No! Claro que no”, replicó Madison mirándolo con una mezcla de asombro y rabia.
“Te haremos una prueba y si estás embarazada el contrato se romperá, Madison y deberás devolver el dinero”.
“¡Te dije que no lo estoy!”, gritó la joven con rabia.
Simón la miró con la ceja levantada en un gesto claramente despectivo.
“Deberás aprender a controlar tus emociones, Madison, no me gustan esos arranques pasionales. Una de las cosas que fueras seleccionada, es que pedí una persona fría, con control emocional. Al parecer los psicólogos cometieron un error en ese aspecto”, declaró Simón con dureza.
‘Señor, dame la fortaleza para llegar a divorciada y no a viuda, porque estoy que lo mato’.
Cuando llegaron a la casa de Simón, las ganas que tenía Madison de matarlo no habían menguado ni un ápice. De camino él la llevó a la clínica de un amigo para que le hicieran una prueba de embarazo en sangre.
Tuvo que apretar los dientes mientras le extraían un tubo de sus venas y sonreír al médico cuando Simón la presentó como su prometida.
Media hora después le entregaron los resultados, como bien sabia Madison la prueba salió negativa.
“Te dije que saldría negativa”.
“No iba a seguir perdiendo mi tiempo y dinero si me estabas engañando”, respondió Simón con su acostumbrada frialdad y un leve encogimiento de hombros.
‘Sí, te estoy engañando, pero tú ni te imaginas cómo’, pensó ella con un poco de malicia.
“Después del almuerzo tienes cita con una compradora personal que contraté para ti, necesitarás un guardarropa nuevo, incluyendo un traje de novia”.
“Tengo un guardarropa nuevo, y un traje de novia…”.
“Si es como el vestido que traes puesto, te diré que le falta una o dos tallas más grande para que no se te vea apretado, además necesitas ropa no tan reveladora para cuando vayamos a visitar a mi abuela”.
La furia la recorrió.
“¿Dos tallas? Soy una mujer sana con un cuerpo sano, no necesito meterme en dos tallas menos de ropa”, se defendió Madison.
“Tu cuerpo está bien, no te estoy pidiendo que te metas en dos tallas menos, al contrario, compra tu ropa un poco más grande. Mira, no tengo tiempo ni paciencia para discutir esas cosas contigo. Harás lo que diga la compradora y punto”.
‘Maldito, dictador, tempano de hielo, metete el punto donde no te dé el sol’, pensó Maddy tragándose la rabia.
“¿Tu abuela pondrá objeciones a cómo vista?”, preguntó molesta.
‘¿Acaso no estaba al borde de la muerte?’, pensó para sí misma.
“No, pero el objeto de este matrimonio es complacerla y estoy seguro de que será más feliz si te ajustas a lo que ella imagina que debe ser mi mujer. Además, mientras estemos casados, deberás asistir conmigo a todos los eventos sociales a los que yo asista”.
“¿Es necesario?”.
“Sí, para dar una apariencia de normalidad”.
Simón estaba a punto de perder la cabeza, ¿Acaso esta mujer iba a cuestionar todas sus órdenes?
Las camionetas donde viajaban entraron en un camino privado, las rejas se cerraron detrás de la comitiva. Frente a ellos estaba la mansión más imponente que Madison había visto en su vida.
Simón se bajó primero para darle la mano y ayudarla a salir del vehículo, a la chica le sorprendió su caballerosidad, en la clínica también lo había hecho, pero había gente a su alrededor por lo que pensó que era una pose.
En ese momento estaban solos a excepción de algunos guardaespaldas.
De repente, una manada de gatos comenzó a salir de todas partes del jardín y corrieron hacia ellos.
“¡Oh, Dios! ¿Todos estos gatos son tuyos?”.
“Sí”, respondió él con una sonrisa.
Madison estaba asombrada, era la primera sonrisa que le veía y se veía mucho más guapo así. Su rabia se evaporó al instante.
Simón se inclinó y estuvo un buen rato acariciando a los gatos.
“Una vez hice que los automóviles se detuvieran porque vi un gatito en la carretera, me bajé y lo tomé en mis manos y en ese momento comenzaron a salir gatitos de todos los matorrales de la vía. Eran nueve en total, mis guardaespaldas buscaron a la madre y la encontraron más adelante muerta. Así que me dije que no podía dejarlos allí y los traje a casa, después de la primera camada, contraté un veterinario para que los esterilizara”.
“Fue un bonito gesto. ¿No has pensado en darlos en adopción?”, preguntó ella con suavidad.
“No, si te molestan deberás acostumbrarte a ellos”, dijo Simón con un tono gélido que no aceptaba replicas.
“No, amo a los gatos, lo decía porque son muchos y sé lo traviesos que pueden ser”.
“Aquí están bien, tienen una casa para ellos detrás de la casa principal, comida y cariño de los trabajadores, si alguien no le gustan los gatos no trabaja aquí”.
‘Al menos ama a los animales’, pensó la chica inclinándose a acariciarlos.
Simón vio como el vestido subió por los muslos de Madison cuando ella se inclinó para tocar a sus mascotas, tenía unas bonitas piernas y un trasero muy agradable de ver, sintió un ramalazo de deseo en su masculinidad. Miró hacia los lados y vio que sus hombres le habían dado la espalda para no mirar.
Frunció el ceño con un poco de molestia, por algún motivo no le gustaba que la vieran.
“¿No te has dado cuenta de que le estás enseñando las bragas a todos o no te importaba hacerlo?”.
Madison se enderezó de inmediato y dirigió miradas furtivas en todas direcciones, nadie estaba mirando así que lo fulminó con la mirada y con toda la dignidad que pudo caminó hacia la casa.
Almorzaron juntos y él le hablo de cómo eran las bodas en su pueblo y que podía esperar.
Esa noche, Madison llegó tarde a la casa, estuvo toda la tarde y parte de la noche de compras. Los pies la estaban matando y estaba muy cansada, por lo que se dio un baño y tomó el expediente con las instrucciones.
Lo primero que leyó fue la información personal de Simón y de su abuela. Después una serie de instrucciones de cómo debía comportarse y los detalles de la boda y de ultimo encontró una copia del contrato.
Casi se traga la lengua cuando llegó sus obligaciones.
“¿Qué estoy obligada a darle un hijo?”, se dijo a sí misma.
Las manos le temblaban y el corazón amenazaba con salírsele del pecho cuando tomó el aparato y marcó el número de su hermana.
El teléfono repicó muchas veces hasta que se cortó la llamada. Volvió a llamar con idéntico resultado, le hizo unas diez llamadas y Marga nunca le contestó.
Tendría que llamar a su madre.
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