Capítulo 3:

“¿Estás loca, Marga? ¡Irás a la cárcel!”.

“No, no, tienes que ayudarme, Maddy, cásate con Barton en mi lugar”.

“¿Qué? ¡No! Ni loca, Margaret, eso sí que no lo haré por ti. Te he sacado de cada lío en el que te has metido, pero esto… ¡Esto es demasiado!”.

“Pues tendrás que hacerlo, Madison, porque yo firme el contrato con tu nombre”.

Dos días después, Madison esperaba en el vestíbulo de su edificio a que el chofer de Simón Barton pasara por ella.

Su imagen en el espejo la hizo bufar.

Su cabello castaño, que le llegaba a la cintura había sido cortado y pintado con unos reflejos dorados para parecerse más al estilo de su hermana. La ropa le quedaba apretada y el sostén con relleno que cargaba no ayudaba.

Su hermana era delgada y se había operado el busto aumentando un par de tallas.

“Perdóname, Maddy, tienes razón, no puedo pedirte que sacrifiques tu vida por la mía, romperé con Roy hoy mismo y me casaré con Barton. También necesito deshacerme del bebé, no podré engañar a Simón diciendo que es suyo cuando no tendremos se%o”.

¡Por Dios! ¿Su hermana era capaz de terminar con su embarazo para casarse con ese hombre? ¿Por dinero? Pensó Madison asustada, no había pensado en su futuro sobrino o sobrina.

“¡Está bien! lo haré, me casaré con Barton”, gritó Madison caminando de un lado a otro de la sala.

“Solo asegúrame que no habrá se%o, que es temporal para mantener contenta a su abuela”.

“Te lo aseguro, la señora está muy enferma y solo quiere verlo casado, me pagó tanto dinero porque el asunto es muy confidencial y no quiere una esposa que lo desplume en el divorcio cuando la vieja estire la pata”.

Madison se frotó la frente le dolía terriblemente la cabeza.

“Ahora, dime, ¿Cómo hiciste para firmar un contrato a mi nombre?”.

“Solicité una licencia de conducir y un pasaporte a tu nombre, como tenemos las mismas huellas y apariencia me los dieron”.

“¿Por qué Margaret? Y no me mientas, porque si descubro que has asumido mi identidad para algún otro tipo de fraude, yo misma te meteré a la cárcel, así que esta es tu última oportunidad de confesar”.

“No, no, Maddy, te lo juro, solo lo hice porque me pedían una titulación universitaria completa, pensé que podría casarme con él y divorciarme en unos meses y nada pasaría. Nunca me imaginé que Roy estuviese viviendo en Houston, que me encontraría con él una fiesta y acabaríamos en la cama”.

‘Esa es Margaret, por supuesto que pensó que nada pasaría’, se dijo Madison a sí misma como tonta.

‘Así como sabía que cuando me hablara de ab%rto yo aceptaría reemplazarla’.

El teléfono de última tecnología que estaba en su bolso comenzó a sonar. Abrió su cartera y rebuscó entre todas las cosas que su hermana había metido allí.

Un momento después lo encontró.

“¿Diga?”.

“Señorita Fulton, le habla Max, su guardaespaldas personal, estaremos llegando por usted en tres minutos”.

“Estoy en el vestíbulo de mi edificio esperando con el equipaje listo”.

Exactamente tres minutos después una monstruosa camionera negra entró al estacionamiento del edificio y dos hombres con aspecto de gorilas descendieron.

‘¡Vaya! Parecen que enviaron por mí a los hombres de negro’, se dijo al ver la apariencia de los guardaespaldas.

“Señorita Fulton”, dijo uno de ellos acercándose mientras el otro tomaba sus maletas para llevarlas al vehículo.

“Soy Max, por favor, acompáñeme”.

“Hola, Max, puedes llamarme Madison”.

“No sería correcto, Señorita Fulton”, respondió el guardaespaldas abriéndole la puerta de la camioneta.

Con mucho nerviosismo Madison subió al vehículo y se encontró que no había nadie dentro.

“¿Mi prometido no vino?”, preguntó Madison extrañada.

Marga le había dicho que él personalmente pasaría a recogerla, al parecer Simón Barton no cumplía sus promesas.

“La espera en Houston, pero envió su avión a buscarla”.

A pesar del desplante de Barton, Madison disfrutó el vuelo, estaba impresionada por el lujo del avión, nunca creyó poder viajar de esa manera. La azafata le ofreció una bebida y algo que no quiso probar por los nervios. El vuelo fue corto, al llegar otra camioneta le estaba esperando.

Se preguntó a donde la llevarían.

De nuevo subió a la camioneta y esa vez se llevó la sorpresa de su vida al encontrarse frente a frente con su futuro esposo.

Era muy guapo con ese color dorado de piel, el pelo castaño claro y los ojos de color verde esmeralda, Madison lo miró boquiabierta.

Él ignoró su mirada

“Madison, espero que hayas tenido un buen vuelo” dijo él a modo de saludo.

Madison casi sintió como la temperatura bajo unos grados cuando él hablo.

‘Que frio es’, pensó para sí misma, aunque después reflexionó que quizás fuera mejor de esa manera.

“Si, muchas gracias, Señor Barton”.

“Simón, mi abuela, no creerá que eres mi prometida si me llamas Señor Barton”, replicó él con frialdad.

“Si, tienes razón, Simon”.

“No es Simon, es Simón, acentuando la O. Aunque aquí en los Estados Unidos me llamen así, de la manera que tú lo haces, pero cuando estemos en México quiero que me digas Simón a mi abuela le gustará eso”.

“¿Iremos a México? ¿Tu abuela no vive en los Estados Unidos?”, preguntó Madison.

Mentalmente repasó sus conversaciones con Marga y no recordó que le hubiese dicho algo sobre ir a ese país.

“¿Acaso te tomaste la molestia de leer el expediente que te entregaron?”.

‘No, no tuve tiempo de leerlo, tuve muchas cosas que hacer en día y medio para estar hoy aquí’, pensó Madison.

“Lo lamento, he estado ocupada, pero te prometo que hoy mismo lo leeré”.

Simón la miró molesto.

Nos casaremos en Xicoténcatl, Madison, que es el pueblo donde vive mi abuela, lo haremos en su iglesia.

“Zicot. ¿Dónde?”, preguntó ella mirándolo como si le hubiesen salido dos cabezas.

“Xicoténcatl, en el estado Tamaulipas, México, me parece muy irresponsable de tu parte que no hayas leído todas las instrucciones que te envió mi asistente”.

‘Realmente este hombre es insoportable, gracias, Marga por obligarme a casar con un hombre tan horrible’, pensó Madison enviándole dagas con los ojos.

“¿En una iglesia? ¿Para eso no hay que bautizarse?”, preguntó ella para no darle la mala contestación que tenía en la punta de la lengua.

“Sí, y hacer la primera comunión y confirmarse, pero no te preocupes, ya arreglé con el padre de la iglesia sobre tu falta de documentos”.

“El dinero lo compra todo”, respondió ella con ironía.

“¿Eso es algo que leíste por allí o lo descubriste cuando firmaste el contrato para ser mi esposa?”, dijo él con sarcasmo.

“Ni me insultes, ni me juzgues, no sabes las razones que tengo para hacer lo que hice”.

“Ahórrate la historia triste, en verdad no me interesa”.

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