Capítulo 38:

Ayudó a Madison a subirse al borde del inodoro, ella se recostó a la pared para darle espacio para que él se subiera, de esa manera si alguien entraba al baño y miraba por debajo de la puerta del cubículo no los verían.

Los oídos le pitaban por el estruendo de la explosión, la adrenalina corría libre por sus cuerpos ante el peligro inminente. Solo habían pasado unos segundos, pero el tiempo se ralentizo para ellos.

“¿Qué fue eso? ¿Qué ocurre?”, preguntó Madison en un susurró a Simón.

Él más que escucharla le leyó los labios.

“No lo sé”, dijo en voz muy baja, aunque era poco probable que los escucharan por los disparos que aún sonaban.

Ella también tuvo que mirar sus labios para entenderlo, estaban muy cerca, frente a frente, Simón le hizo una rápida caricia en el rostro antes de hablar:

“¿Dónde está tu teléfono?”.

Ella lo sacó de su bolsillo y se lo mostró.

“Llama a la policía mientras yo trato de comunicarme con mi jefe de seguridad”.

Madison hizo la llamada, la operadora le dijo que se mantuviera en línea así no hablara. Ella metió el teléfono en el bolsillo de su chaqueta para poder mantener el equilibrio parada encima de la poceta, algo un poco difícil con seis meses de embarazo.

Simón había enviado un mensaje de emergencia que había sido recibido por su jefe de seguridad, sin embargo, no hubo respuesta.

La puerta se abrió con violencia, Simón puso la mano en la boca de Madison para evitar que gritara, un hombre cubierto de sangre entró arrastrándose, sentía el quejido más no podían ver quién era. El hombre se metió al primer cubículo.

“Señor Barton soy Bernie”, dijo el hombre.

Era uno de sus guardaespaldas, el corazón le latió apresurado del miedo, si estaba herido significaba que los malos estaban muy cerca.

“Me envió el jefe, trataré de protegerlo, por favor, siga escondido, la ayuda ya viene en camino”.

Había viajado con tres guardaespaldas en un inicio y cuatro más llegaron la noche anterior, si siete hombres no pudieron protegerlos, ¿Cuántos eran los atacantes?

Los siguientes minutos se hicieron eternos, de pronto la puerta se abrió de nuevo, alguien la había pateado haciéndola rebotar contra la pared.

Madison se sobresaltó, pero no emitió sonido.

Los pasos resonaron por el baño. Los temblores del cuerpo de Madison se intensificaron mientras las lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas. El rostro de Simón tenía una expresión pétrea, pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza.

Con un dedo levantó la barbilla de Madison hasta que sus ojos se encontraron.

“Te amo”, pronunció moviendo los labios, sin emitir sonido.

Simón pensaba que había que había llegado su hora, trataría de proteger a Madison y a su hija a toda costa, y si Dios decidía llevárselos a los tres esperaba que pudieran llegar juntos al cielo.

“Yo también, te amo”, susurró ella sin palabras con el rostro bañado de lágrimas.

El intruso pateó la puerta del primer cubículo y el guardaespaldas de Simón que había estado escondido allí disparó tratando de matar al delincuente, pero su bala solo le rozó el hombro.

El intruso hizo múltiples disparos sobre la humanidad del guardaespaldas acabando con su vida. La tristeza invadió el alma de Simón al escuchar como habían matado a su guardaespaldas. Madison y él ya no tenían ninguna protección, había llegado su hora.

Lamentó el tiempo que había perdido de ser feliz junto a Maddy. El dinero que se negó a pagar les estaba quitando la oportunidad de estar juntos, les quitó años de vida.

“Maldito, perro”, exclamó el hombre recargando su pistola.

Madison estaba tan asustada que sentía que iba a vomitar en cualquier momento, su visión se nubló y rogó por no marearse y perder el equilibrio.

“Barton, ¿Saldrás por propia voluntad o quieres que te mate junto con tu mujer?”, preguntó el hombre con una risotada.

“Vamos, ahora que ves lo fácil que podemos acabar con ustedes te daremos una nueva oportunidad de pagar, pero esta vez será el doble”.

Simón bajó del inodoro, miró a Madison y negó con la cabeza indicándole que se quedara en ese lugar. Descorrió el pasador del cubículo y salió de este, cerrando la puerta detrás de sí.

Madison lo desobedeció y se bajó del inodoro.

Miró al hombre a la cara, era uno de los nuevos guardaespaldas que la empresa de seguridad le había enviado un par de meses atrás. Un mexicano nacido en los Estados Unidos.

“¿Sorprendido?”, preguntó el hombre.

Simón lo miró sin responder.

“Ya veo porque te llaman el imperturbable Simón”, dijo el hombre molesto.

“Dijiste que tenía una segunda oportunidad y que debía pagar el doble, ¿A dónde quieres que se entregue el maletín con los quinientos mil dólares?”, preguntó Simón con calma.

El hombre dio una risotada que a Madison le pareció espantosamente similar a la de un coyote.

“Barton, ¿Dónde crees que quedaría nuestra reputación si no tomamos represalias?”.

Simón tembló ante la amenaza, tendrían que matarlo primero antes de dejar que ese hombre se llevara a Madison.

“Pensé que lo único que les importaba era el dinero, lograron atraparme, matar a mis hombres y ahora tendré que pagar. ¿No te parece un triunfo suficiente?”.

“No, los que se niegan a pagar no tienen una segunda oportunidad, pero tú mujer la tendrá, ella esta preñada, heredará todo tu dinero y estoy seguro de que será una entusiasta colaboradora de nuestra causa, si no vendremos por el mocoso a la menor oportunidad”.

Simón asintió, aunque no quería morir se sintió aliviado de saber que Madison y su hija vivirían.

“Haz lo que tengas que hacer, pero deja salir viva a mi mujer y a mi hija”.

“Tú lo pediste”, dijo el hombre levantando su arma.

Madison estaba desesperada, no había manera de que ella permitiera que mataran a Simón sin que hiciera nada para intentar impedirlo. No podía quedarse escondida, así que salió del cubículo y trató de empujar a su esposo en el momento en que el hombre disparaba a Simón.

Cuando ambos cayeron al piso, Madison se dio cuenta de que la bala le rosó la cabeza de Simón, la sangre corría como un río por su rostro, pero estaba vivo.

“¡Estúpida!”, le gritó el hombre levantándola del piso por un brazo.

“¡Suéltala! No la toques”, gritó Simón levantándose del suelo, aunque se sentía atontado y no podía ver bien porque la sangre corría por su cabeza y le llegaba a los ojos.

El hombre empujó a Maddy a la esquina y apuntó a Simón al pecho y disparó.

Simón cayó de nuevo al piso, sus ojos buscaron a su esposa que gritaba en el rincón donde había caído.

No había vuelta atrás, sabía que estaba muerto.

La puerta del baño se abrió de nuevo con un estruendo y el jefe de seguridad de Simón entró disparando al delincuente.

Simón lo vio caer al piso a su lado, trató de levantar la cabeza para buscar a Madison, pero no pudo. Aun escuchaba sus gritos, pero el cuerpo del hombre le impedía la visión.

‘Quiero ver a Maddy aunque sea una vez más’, pensó sin poder decir una palabra.

Sus deseos se cumplieron porque ella saltó por encima del atacante y se arrodilló a su lado.

“Simón, Simón”, gritaba ella desesperada.

Él trato de responderle, pero no pudo porque de repente todo se puso negro a su alrededor.

Madison vio con horror como el delincuente disparó contra Simón impactando contra su pecho y tumbándolo de nuevo al piso. Buscó sus ojos, él la estaba mirando, el grito que brotó de su garganta resonó en todo el lugar.

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